La feria de pronósticos sobre lo que sucederá en materia económica nacional tras la pandemia se asemeja más bien a apetencias con poses de sentida preocupación, que al resultado de rigurosos análisis del entorno de la situación.
Si todos esos negros augurios se cumplieran, aunque fuera en una mínima parte, nos encontraríamos a un paso del infierno social y político.
El caso es que de la caja negra de los deseos expresados, los cuales no ocultan cierto tufo de anhelo de venganza, son protagonistas voceros bancarios, de organismos regionales e internacionales, representantes de calificadoras de riesgo, analistas, opinólogos y otros.
Se trata de un torneo casero de “atínele a la caída” donde, dicen, el peor de los casos se está germinando en nuestro país con excepción, claro, del mundo que, según las últimas noticias, tampoco la está pasando nada bien con esta pandemia.
¿La caída será de 7, de 8 de 12 por ciento o incluso más? Nadie lo sabe en realidad, sometida como han estado la economía y las finanzas durante las últimas décadas a lo que el economista inglés William Stanley Jevons definió como el “péndulo de voluntades” (Teoría de la economía política), esas fuerzas supuestamente anónimas que, sin embargo, se solazan apareciendo en las listas de las más grandes fortunas.
Son la representación de fuerzas que aparentemente nadie ve, pero cuyas “oscilaciones se registran minuciosamente en todas las listas de los precios de los mercados “, como observó el británico y, se añadiría, no faltan en la relación de prestamistas de los saldos de deudas de gobiernos, cada vez más abultadas e impagables.
Total, que nadie sabe hasta dónde repercutirá la pandemia pero es evidente que no se puede dar un frenazo a la economía sin acusar registró del ramalazo y salir sin heridas.
Sin embargo, en estos menesteres del pronóstico el modesto dentista keynesiano sigue teniendo más prestigio que todos estos adivinadores, enfundados antes en el traje de emisarios de futuros edénicos cuando la presunta bonanza neoliberal sólo repartió a mansalva la riqueza nacional en unas cuantas manos.
Lo suyo ha sido y es la inconsistencia, prueba muy actual de que los náufragos no eligen playa, como se dice. Además, pasaron del discurso que veía en las calamidades neoliberales una gran oportunidad, con una insospechada felicidad en el horizonte, a una narrativa mefistofélica en la que el mismo diablo citaría a la Biblia si así conviene a su interés, según la vieja advertencia.
Y es que la economía mexicana, con todo y que está atada a ese fangoso mundillo financiero, monopolio y oligopólico (como sucede en buena parte del mundo) ha mostrado una resistencia pocas veces vista en un entorno de saqueos, especulaciones, evasiones de impuestos y demás durante muchas décadas, incluso siglos.
Si el país ya se venía cayendo con un mediocre crecimiento de 2 por ciento en las últimas casi cuatro décadas (el famoso período del “estancamiento estabilizador”), se supone que ahora la cosa es peor porque no sólo no hay crecimiento, sino que se ha venido derribando parte del edificio del capitalismo salvaje, ese de compadrazgos y de cuates.
Eso sugiere, por ejemplo, la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional (NAIM) en el ex Lago de Texcoco y, peor, el frenazo a la entrega de los recursos energéticos, vía Pemex y Comisión Federal de Electricidad (CFE).
Debe ser frustrante engañar, defraudar y hasta aplicar violento tolete a campesinos, como a los “macheteros de Atenco”, y hacerse a la mala de unos predios, para que luego de casi 20 años de planeado despojo todo se viniera por tierra.
Debe ser igualmente decepcionante “tejer” un supuesto pacto de salvación nacional para encubrir la entrega de los recursos energéticos, último reducto que le faltaba atracar al Ogro Salvaje, y atestiguar cómo la malvada Penélope de la “4T” está destejiendo todo.
Ahí está parte de la fuente de los peores vaticinios para la economía, que seguirán porque al final, con o sin pandemia, ya se sabe que fuera de la caverna del capitalismo libertino todo lo demás es mucho más oscuro y no hay salvación.