En mi entrega anterior decía que uno de los graves errores del presidente Manuel López es que no escucha, no rectifica y de la misma forma; toma decisiones unipersonales y no le importa pasar por encima de quien sea. Peligrosa actitud ante un pueblo que se está cansando de la indolencia de un gobierno que parece no preocuparse por el dolor y sufrimiento que padece.
Todo lo justifica, si no es culpa del pasado neoliberal, entonces es culpa de los conservadores que están muy molestos porque estaban acostumbrados a los privilegios, porque no les gusta la transformación de la vida pública del país. Pero nunca, nunca reconoce culpa alguna.
Para poder enderezar las cosas que se encuentran mal, sobre todo en los sectores más sensibles de la sociedad, primero debe reconocer que se ha equivocado, de la misma forma que un borracho para poder ser tratado de su vicio o enfermedad, debe reconocer que es alcohólico, de otra manera, las cosas continuarán exactamente como hasta ahora.
Lamentable para el presidente López Obrador, para su gobierno, y peor aún; para el país que debería gobernar, pero es lo que menos hace. Desde que asumió el poder no ha hecho otra cosa que festejar su victoria, inventarse quien sabe cuántos informes, echarse confeti sobre la cabeza, y dictar eso que llama conferencias, que terminan siendo un recital de mentiras. Sin embargo, finaliza lamentándose por ser, según él, el presidente más atacado de la historia.
Lo que el mandatario desea, es dejar registro en la historia de México como el mejor presidente, y ser reconocido a la altura de personajes como Benito Juárez, Hidalgo, Morelos, Madero y Cárdenas. Convencido que para lograrlo debe terminar de formar los cimientos para la construcción de lo que llama la cuarta transformación del país, al nivel de la Independencia, la Guerra de Reforma y la Revolución. No obstante, para conseguirlo no es únicamente con su deseo, estará sujeto a los resultados de su administración, y no la califica él.
Es por eso que se encuentra empecinado en la construcción de sus obras emblema; el Aeropuerto de Santa Lucía, Tren Maya y Refinería de Dos Bocas, y posiblemente alguna otra de características similares, aunque coincidentemente ninguna cuente con los estudios de rigor.
Por cierto, desde luego que han surgido grupos opositores a esas obras, como siempre sucede, porque el gobierno, cualquiera que sea, no toma en cuenta como debería a los pobladores que se verán afectados. Aunque en este caso, todos ellos son descalificados y estigmatizados.
Para el titular del ejecutivo federal todo aquél que se opone a su gobierno, a sus decisiones, a sus obras o que tiene el valor de reclamar sus derechos; es un conservador, un neoliberal o alguien que es manejado por obscuros intereses, y que generalmente de sus opositores que están detrás.
Si esto refleja una paranoia demencial, mal, porque se trata de quien debería llevar las riendas del país, pero si es por firme convicción, es peor aún, porque si su idea es la de generar caos en donde no lo hay, entonces deberíamos estar preocupados todos, porque estaríamos hablando de un autócrata cruel.
Vamos por partes; cualquier grupo o persona que libremente se manifieste en contra de alguna decisión gubernamental o no es escuchado, en automático es considerado un enemigo del sistema, intentando ser despojarlo, desde la cabeza del ejecutivo, de su derecho, restándole autenticidad con una acusación, sin comprobar, de que sus enemigos están detrás.
El intento de deslegitimar la protesta por parte de quien debería garantizar ese derecho, lo coloca en la posición de dictador, arrogándose un derecho absoluto y la verdad incondicional de su parte. Por lo mismo, pensar los inconformes que habrá sensibilidad para ser escuchados, o guardan la esperanza de una rectificación, parece imposible.
No importa cuál sea la petición que se haga, no habrá cambios, y siempre, siempre tendrá una conducta diferente a la deseada. Así podrán ser los padres de niños con cáncer, los familiares de víctimas de alguna masacre, de desaparecidos, de violencia de género, o tal vez de los muertos por Covid-19, todos tendrán la misma respuesta, alguien con interés político los azuza.
El mandatario muestra una absoluta indolencia, una descarada falta de empatía. Por un lado, y por el otro; justifica las fallas de los integrantes de su gabinete acusando a quien se atreve a señalarlas como el malo de la película, que termina siendo exhibido en sus mañaneras, pero no llama a cuentas a sus cercanos.
Así, podrán aparecer pruebas de corrupción, siempre habrá justificación, llegando incluso al ridículo de señalar que el dinero que recibieron sus oponentes es corrupción, y el que recibió alguien afín, es aportación.
Ahora, son los campesinos de Chihuahua, los mismos que desde hace meses habían insistido en llamar su atención para resolver el problema del abasto del agua para sus tierras, y ¿cuál fue la respuesta? La indiferencia total de un gobierno que se niega a escuchar a todos, ¿el resultado? Un enfrentamiento de campesinos contra la Guardia Nacional.
Esa misma Guardia Nacional que se le ha visto en bochornosos videos dejándose insultar, escupir y golpear por personajes presuntamente relacionados con el crimen organizado, a decir por los lugareños. Pero que en esta ocasión, esa fuerza de seguridad federal si abrió fuego, pero dirigió sus armas en contra de civiles, dando muerte a una campesina y dejando gravemente herido a su pareja.
Contra los delincuentes abrazos y no balazos; y contra los ciudadanos ¿fuego a discreción? Se presume que los hechos fueron cometidos por elementos del ejército mexicano, que forman la Guardia, los mismos que prometió López y su claque que tendrían que regresar a sus cuarteles. Fue todo lo contrario, ya que en su lugar se militarizó al país. Así la incongruencia.
Presume el presidente haber visitado todo el país, pero parece que entonces no conoce la parte bronca del norte de México, porque aún no mide el alcance de las acciones denunciadas. Fue el propio presidente municipal de Delicias, Eliseo Campeán, quien llegó con el apoyo de los ciudadanos a la sede del ejército a reclamar por los agresores.
Lo que debería hacer el presidente desde ya, es entablar un puente de comunicación con los campesinos, escucharlos, ceder y arreglar el problemón que tiene enfrente, y por otro lado estudiar la forma de cumplirle a su “amigou”. ¿Podrá?
De no tomar en serio el problema, se sumarán inconformes a la legítima protesta y crecerá como bola de nieve, y no habrá forma de detenerla. ¿Qué hará ahora López? ¿Enviará acaso a Sánchez Cordero, a Ebrard, a Delgado, o, tal vez; a Fernandez Noroña?