La corrupción es un cáncer que ha minado la vida política, social y económica de México. Está enraizada en todos los ámbitos, en todos los niveles, quizá al mismo que la impunidad o podríamos decir que van de la mano. No es extraño que la lucha contra este mal le haya otorgado tanta popularidad y redituado tantos votos al presidente Andrés Manuel López Obrador.
Durante la lectura de su Segundo Informe de Gobierno, aseguró no será recordado con la característica de la corrupción y que él fue de los primeros en sostener que este delito es el principal problema de México.
"La peste de la corrupción originó la crisis de México, por eso me he propuesto erradicarla por completo y estoy convencido que en estos tiempos, más que en otros, se debe transformar es moralizar.
"Este gobierno no será recordado por corrupto, nuestro principal legado será purificar la vida pública de México y estamos avanzando", dijo el Presidente esa mañana del primero de septiembre”.
Reiteró que no se iniciarán persecuciones ni venganzas políticas. Sin embargo, esto no quiere decir que se encubrirá a los corruptos o se permitirá la impunidad. "Ya se acabó la robadera de los de arriba pero falta desterrar por completo el bandidaje oficial".
Bueno, eso sucedió el primero de septiembre. Apenas la semana pasada, el jueves 23, despertamos con la noticia de la renuncia de Jaime Cárdenas a la titularidad del Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado.
La pérdida de confianza del presidente Andrés Manuel López Obrador, los obstáculos que encontró por su afán de sujetarse a las reglas y no torcer los procedimientos administrativos y los indicios de corrupción detectados en la custodia y venta de bienes asegurados fueron las razones por las que Jaime Cárdenas decidió renunciar al INDEP y regresar a la academia.
Reveló que el gobierno federal esperaba de él una lealtad ciega; sin embargo, aclaró que la suya era una “lealtad reflexiva”, lo cual provocó problemas y, como consecuencia, su renuncia.
No obstante, el presidente Andrés Manuel López Obrador habría dicho que la renuncia de Jaime Cárdenas fue por miedo y falta de ganas para combatir la corrupción en ese instituto, la cual equiparó como la lucha de David contra Goliat porque es un "un animal de buen tamaño".
Sospechas fundadas de que existe corrupción al interior de un gobierno que tiene la lucha contra esa lacra como principal carta de presentación. Y no es la única, lamentablemente hay más casos, muchos, algunos que involucran a integrantes de su núcleo familiar, pero hasta ahora sólo son presunciones, no hay una denuncia formal, con hechos, con documentos que prueben que existen esas conductas.
Lo que es real, son los análisis y estudios que revelan que esa lucha está muy lejos de ser ganada. Según el Índice de Capacidad para Combatir la Corrupción 2020, elaborado por Americas Society, México obtuvo 4.55 puntos sobre 10 al evaluar el diseño institucional destinado a frenar el fenómeno. En 2019 el puntaje mexicano fue de 4.65.
Según ese estudio, en México existe una pobre capacidad para detectar, castigar y prevenir la corrupción, porque “el presidente basa la mayor parte de su campaña anticorrupción en su capacidad personal para erradicar el problema, mientras ignora al Sistema Nacional Anticorrupción, aumentó el uso del gasto discrecional en contratos públicos y controles ignorados para mejorar la gobernanza, entre otras tendencias preocupantes”.
Y es que el estudio toma en cuenta aspectos legales, democráticos, instituciones públicas, sociedad civil, sector privado y medios de comunicación para elaborar este índice, con muchos de los cuales se ha peleado el Presidente. Se trata de un estilo personal de gobernar, que no tiene nada que ver con las formas y estilos a los que nos hemos acostumbrados.
Hace falta mucho tiempo para saber si esa lucha emprendida por Andrés Manuel López Obrador rinde frutos reales o si, por el contrario, sólo fue parte del mismo sistema que se ha tragado sexenios completos.