Aunque el capitalismo surgió en Europa desde el siglo 16, sin embargo durante tres siglos no hubo en la economía-mundo capitalista ningún conjunto de valores y reglas básicas que requirieran tener aceptabilidad de la mayoría de las personas o sus dirigentes para funcionar.
En este sentido, la Revolución Francesa de 1789 trajo una verdadera revolución cultural en el sistema mundial moderno con la aparición política del Liberalismo, que aportó dos principios nuevos: la normalidad del cambio político (alternancia mediante el voto) y la soberanía (¿quién manda?) del pueblo. Atrás quedó la soberanía absoluta de la Monarquía, basada en la teología (aunque quedan aún algunos muy desacreditados simulacros de limitados monarcas, como rescoldos del otro mundo).
La elaboración de esa nueva Cultura, de esas nuevas reglas y valores básicos que consciente y subconscientemente gobiernan las recompensas dentro del sistema y crean ilusiones tendientes a persuadir a sus miembros de que acepten la legitimidad de ese sistema, adoptó la forma de un debate: ¿Cuál sería el programa político que mejor aseguraría una buena sociedad?
Y surgieron tres ideologías o respuestas: el conservadurismo (la Derecha, no cambiar nada, mantener el poder en las élites), el socialismo (la Izquierda, cambio radical hacia una sociedad igualitaria donde mandara el pueblo) y el liberalismo (la vía intermedia, los liberales querían perfeccionar el sistema pero no transformarlo radicalmente, dejando el mando en manos de técnicos o especialistas-tecnócratas) que hicieran las decisiones más racionales.
En general, así funcionó el sistema capitalista en los siglos 19 y 20, alternando entre conservadurismo (a veces incluso con dictaduras, como en el caso del México de Porfirio Díaz) y liberalismo, que se dividía entre puros o radicales que compartían algunas ideas sociales si no socialistas y moderados que se acercaban parcialmente a las posiciones conservadoras.
Una mezcla de ambas ideologías se conjugó en México después de la Revolución Mexicana, que mantuvo un régimen capitalista, con un partido hegemónico, aunque añadió algunos derechos sociales.
El socialismo irrumpió en Rusia y otros países en parte del siglo 20 hasta la caída de la URSS y el gran viraje de China al final del siglo 20, que más autoritarios que demócratas se vinieron a unir a los diversos capitalismos reales existentes en el mundo en el siglo 21, cada uno con sus características especiales de acuerdo a su historia.
Sin embargo, en Occidente el componente liberal empezó a perder muy lentamente su aceptabilidad general (¨legitimidad¨) con la revolución mundial de 1968 y las cada vez más frecuentes crisis del sistema. Estás fallas se acumularon hasta hacer surgir en la década de los ochenta del siglo pasado una ideología híbrida entre el Neoconservadurismo (á lá Thatcher y Reagan) y lo que quedaba del viejo Liberalismo. Fue el denominado Neoliberalismo, que difícilmente se distingue de los principios más conservadores.
En la práctica, el Neoliberalismo real existente se enfoca principalmente a favorecer el uso del capital financiero (por ejemplo, contratar deuda que exime a empresas de pagar impuestos por los intereses y la inversión en Bolsa en vez de la reinversión física); reducir la carga fiscal para las empresas privadas (por ejemplo, en Estados Unidos de 70% a 40% y en México de 55% a 35%); subsidios y otras facilidades.
Tras estabilizarse nuestro país después de la Revolución Mexicana, en los últimos 80 años se han instrumentado en México tres estrategias económicas denominadas: 1) “Desarrollo Estabilizador”, aplicada exitosamente en lo económico de mediados de los años cuarenta hasta finales de los sesenta; 2) “Desarrollo Compartido”, instrumentada con altibajos de inicio de la década de los setenta hasta terminar en crisis económica al inicio de los ochenta; y 3) ¨Crecimiento Hacia Fuera” o “Neoliberal”, de 1983 a 2020 (en lo esencial este modelo sigue en los últimos años, con algunas alteraciones monetarias y crediticias en 2020 debido más a la emergencia de la pandemia del covid-19 que a modificaciones sustanciales por la llamada Cuarta Transformación).
Al iniciar el siglo 21, la ideología Neoliberal empieza a desacreditarse y cuestionarse seriamente en el mundo, especialmente después de provocar la crisis financiera internacional de 2008 y la Gran Recesión Mundial que le siguió en 2009. Y, por supuesto, por las nefastas consecuencias de la crisis actual provocada por la pandemia del Covid-19, que vuelven a cuestionar la incapacidad de respuestas adecuadas del Neoliberalismo para las mayorías, que resienten la cada vez mayor concentración del ingreso en una minoría cada vez más reducida (menos del 1%).
En la actualidad el Liberalismo y su sucedáneo el Neoliberalismo están acorralados por sus propios deficientes resultados para la mayoría de las poblaciones (las élites no se quejan). Consecuentemente, la economía mundial está polarizada en varios aspectos, por ejemplo, el socioeconómico y el demográfico. Ninguna de las ideologías extremas anteriores ofrecen respuestas suficientes para la estabilidad económica y social de los países. Ni el fracasado socialismo, ni el elitista conservadurismo, ni su gemelo el fallido liberalismo y su simulacro, el salvaje neoliberalismo.
Hay una enorme diferencia entre el desarrollo económico de los llamados países del Norte y los del Sur y, consecuentemente, una gran presión migratoria del Sur al Norte. Ahora bien, desde el punto de vista de la idealista ideología liberal los derechos humanos incluyen el derecho a circular, en su lógica no debería haber pasaportes ni visas, sólo libre tránsito y poder trabajar y establecerse en cualquier lugar del mundo. Pero es obvio que no es así. Todo lo contrario, cada día oficialmente se cierran más las fronteras, paradójicamente, en una era en que las comunicaciones han sido facilitadas enormemente por la globalización de bienes, servicios y del capital, pero no de las personas.
La indignación principal de una gran mayoría de la población contra el sistema mundial moderno es por las grandes desigualdades que exponen actualmente la persistente ausencia de una verdadera democracia en lo económico y poco confiable en lo político por sus rasgos autoritarios, aunque algunos los añoran y eso es parte importante de la polarización.
La presente crisis mundial causada por la pandemia del Coronavirus ha agudizado estas desigualdades y cuestionado aún más al modelo neoliberal en donde se empeña en existir. Más que al modelo, que en esencia sigue siendo el de un capitalismo globalizado en una fase intensivamente financiera y de servicios de todo tipo, se cuestionan los (malos) resultados para las mayorías y, sobre todo, las malas prácticas de deshonestos funcionarios públicos y empresarios coludidos, en ocasiones hasta con la delincuencia organizada.
Pero ninguna salida del caos actual será permanente a menos que ofrezca un sistema sostenible históricamente, relativamente igualitario y plenamente democrático, sin fanatismos ni exclusiones, basado en una reconstrucción humana y de lo humano.
Más de lo mismo no ha funcionado para las mayorías y menos funcionará ante masas en rebelión exigiendo igualdad. El regreso a superadas malas prácticas de un pasado autoritario, tampoco.
Sigue así pendiente de resolver la pregunta principal del debate: ¿Cuál es el programa político económico que mejor asegura progreso en nuestra sociedad? Usted dirá.
Octubre 2020