En la medida en que el mundo cambia, también las ideas sobre el papel del estado en el desarrollo económico y social. Por ejemplo, si nos remitimos después de la segunda guerra mundial, vemos que unos asesores y técnicos competentes formularían políticas acertadas, que después serían puestas en práctica por buenos gobiernos, en bien de la sociedad.
La integración mundial de las economías y la propagación de la democracia han reducido las oportunidades para un comportamiento arbitrario y caprichoso. Todos los sistemas normativos, por ejemplo, la normatividad para la inversión, y las políticas económicas, deben responder a los parámetros de una economía mundial globalizada.
Definitivamente el estado tiene una complementariedad junto con el mercado. El primero es esencial para sentar las bases institucionales que requiere el segundo. Desgraciadamente, existen muchos países que no cuentan con las bases institucionales imprescindibles para el desarrollo de mercado.
Por otro lado, los elevados niveles de delincuencia, violencia personal y un sistema judicial imprevisible, se combinan para constituir lo que se llama “síndrome de ilegalidad”.
Esto de la delincuencia es un círculo vicioso: tiene su origen en la marginación y en la mala educación. Los desheredados pueden llegar a convencerse de que la vulneración de la ley es la única forma de ser oídos. Pero las políticas públicas pueden asegurar que el crecimiento sea compartido por todos y que contribuya a reducir la pobreza y la desigualdad.
Es triste, pero muchos países gastan mucho más dinero para la educación de estudiantes ricos universitarios, y de clase media, que para la educación básica de niños necesitados. “La pobreza y la desigualdad suelen afectar en forma desproporcionada a las minorías étnicas y a las mujeres, o a las zonas geográficas desfavorecidas. Excluidos, marginados, estos grupos se constituyen en tierra fértil para la violencia y la inestabilidad”, dice en un informe, el Banco Mundial.
Las naciones que han aplicado con éxito una política industrial dinámica son las que contaban con una sólida capacidad institucional. Reconocer la capacidad real del estado, no significa aceptarla para siempre. ¿Cómo revitalizarla? Ofreciendo a los funcionarios públicos incentivos para mejorar su rendimiento y, al mismo tiempo, manteniendo a raya las posibles arbitrariedades.
Muchas veces me he dado a la tarea de pensar que los burócratas han sido contratados por el estado, para por un muy pequeño suelo, mantenerlos en orden y en paz. Seres que pueden o no, desatar una revolución, son una maquinaria muy complicada. De las horas que trabajan, hay que señalar que muy probablemente lo hagan unas dos o tres si se hilaran. Pero por esto, se deben resolver todos los sistemas básicos de comportamiento que distorsionan los incentivos y que llevan a resultados insatisfactorios.
Los gobiernos pueden incrementar su capacidad y eficacia, alentando una competencia mucho mayor en diversas esferas en los procesos de contratación y de ascensos, en la formulación de las políticas y en la forma en que prestan sus servicios.
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