Es del conocimiento general la resistencia del presidente Andrés López Obrador de hacer a un lado las mañaneras. La razón se explica por sí misma. Las acciones de gobierno no tienen nada bueno o muy poco que decir, en consecuencia, todo se sustituye con un río de palabras recitadas todos los días desde el púlpito presidencial.
Más de 80 mentiras en promedio se le han contado al tabasqueño durante poco más de dos años en un ejercicio que prometió sería de rendición de cuentas, cercano a la gente y al escrutinio de la prensa que se cita en Palacio Nacional todos los días, y que terminó siendo todo lo contrario. Con la obligación de que los asistentes repliquen lo que elige el mandatario como temas de la agenda nacional.
Pero en ese encuentro, son pocas las veces que se le permite el acceso a reporteros que no son de los ya acreditados. Entre ellos, se encuentra un selecto grupo de personas que son arropadas por la oficina de prensa de la presidencia y que casualmente obtienen los mejores lugares. Es fácil detectar a unos de los otros, y por supuesto, no puede haber mezcla, son, para términos prácticos, como el agua y el aceite.
De esta forma, la sustitución de reporteros por aduladores al gobierno dejan sin lugar a otros que desean estar en ese espacio, y que podrían nutrir con su presencia y preguntas el encuentro, para que en verdad pueda ser reconocida como una conferencia de prensa al tal ejercicio. Pero los segundos, hacen del encuentro la parte chocante del show, dejando de lado la habilidad acuñada por años de aquellos.
Como consecuencia de lo anterior, lo que debería dar lugar a buenas, importantes y necesarias preguntas, se convierte en un espectáculo grotesco y lambiscón, sazonado por los consentidos del gobierno a quienes se les brinda más tiempo y espacio para colocar las preguntas que mejor convienen al presidente.
Pero eso sucede en el mejor de los casos, si se le puede calificar de esta manera, porque son muchas las ocasiones en las que los supuestos reporteros leen desde su dispositivo con dificultad, las preguntas, o las acusaciones y señalamientos, que van invariablemente en contra de los incómodos para dejar el remate al dueño del micrófono.
Lo peor, es que a eso lo califica López como la libertad que dijo y prometió defender desde su cargo. ¿Quién puede creer que las llamadas conferencias de la mañana ofrecidas en el Salón Tesorería son eso? ¿Conferencias de Prensa?
López ha llenado de adjetivos a todos aquellos comunicadores que no se someten a su voluntad, o a los reporteros que formulan preguntas que lo ponen en aprietos, pero dice que respeta la libertad. No hay día que no insulte y que se vaya con todo en contra de sus adversarios existentes o inventados, hasta llegar al exceso.
Pero no es el único, junto con las mentiras y el montaje, todo parece ser complicado de digerir, pero no lo es, persigue un solo fin. Aunque, a decir verdad, a estas alturas y en pleno proceso electoral, las mañaneras deberían haber sido suspendidas desde hace tiempo, por el riesgo que corre de intervenir en el. Sin embargo, López señala que su libertad se encuentra por encima de cualquier norma.
Además, independientemente de que se permite seguir diciendo lo que se le antoja, reta a la autoridad electoral, y presume que no dejará de hacerlo, lo anterior en razón de que ah puesto el dedo en su contra para desaparecerla. Las llamadas de atención del INE no han servido de mucho. Más bien, le sirven a López como pretexto para envalentonarse y seguir demostrando que el que manda, es él. Nadie más.
Mientras tanto, los que deberían tomar la determinación de defender las decisiones que ha tomado el INE brillan por su ausencia, nadie se atreve a levantar la voz. Por lo que todo quedará en manos de los ciudadanos por medio del arma que tienen, su voto.
Para el presidente, el INE demostró independencia y una posición correcta cuando lo hizo en su favor; como sucedió en el 2018 con su triunfo rumbo a la presidencia, o como cuando negó el registro al partido de Margarita Zavala. Es decir, cuando las decisiones le favorecen están bien y cuando no, están mal y arremete en contra del árbitro electoral, ¿es acaso esa la actitud de un demócrata?
El colmo es que ante la imposibilidad de sus subalternos de lograr hacer algo para evitar que López Obrador hable de los temas que por ley tiene prohibidos; el consejero jurídico de la Presidencia Julio Scherer Ibarra, soltó en una entrevista con Carmen Aristegui: “hay que callarle la boca a los reporteros”, cuando comentaba que el presidente tiene un problema al hablar de temas que violan la veda.
Lo anterior no tardó mucho para incendiar las redes en donde le dijeron de todo al abogado de la presidencia que ha hecho un ridículo monumental. No faltaron los que recordaron y señalaron las abísmales diferencias que se aprecian entre él y su padre.
Parece chusco, pero es una tragedia, aunque en realidad Scherer deja al descubierto lo que una gran parte del medio ha señalado por mucho tiempo; que en las oficinas del palacio sólo se escucha y retumba una sola voz, que es la misma que exige obediencia a ciegas, aunque la razón aconseje otra cosa.
No debería Scherer estar pensando en callar la boca de reporteros, están en su derecho de hacer las preguntas que necesitan y sus lectores en conocer las respuestas. Más bien, debería estar más preocupado pensando en cómo orientar a su jefe en los temas legales que son trascendentales para el país.