Andrés López Obrador, presidente de México, nunca, desde que llegó al poder, ha desempeñado el papel para el cuál fue elegido. Al principio de su gestión podía parecer aceptable cuando acusaba de todos los males a ese pasado que tanto lo persigue. Sin embargo, ahora, casi a la mitad de su mandato, las cosas no han mejorado porque no se ha dedicado a resolver ninguno de ellos.
Convertido en coordinador de su partido Morena para las elecciones de este año; Palacio Nacional fue utilizado como casa de campaña del instituto político, y él, además como su dirigente, ejerciendo con descaro los recursos de los que dispone el Estado para favorecer a su movimiento.
Varias son las enseñanzas que deja la jornada electoral del domingo 6 de junio a la que acudieron a votar más del 50% de los ciudadanos registrados en la lista nominal para elegir a sus representantes; de las que poco a poco se irán analizando con el paso de los días.
Entender el mensaje ciudadano es lo más complicado para la clase gobernante y para los políticos en general, la composición del congreso lo ha dejado ver, no así los gobiernos de los Estados; en los que de manera mágica las tendencias se revirtieron de pronto cuando se acercaba el día de la elección.
Aunque no lo quiera ver así el presidente López Obrador, o tal vez, porque así le conviene; la violencia fue fundamental en la toma de decisiones, los grupos delictivos actuaron con absoluta libertad interviniendo, persiguiendo, secuestrando la voluntad de los votantes a quienes no les quedó de otra, por eso fueron sorpresivos varios triunfos en los que los candidatos de Morena andaban arrastrando la cobija.
Pero de alguna manera valió para que al final del día el supuesto triunfo morenista en las diferentes entidades remediaron el apetito insaciable presidencial de poder, porque las encuestas y sus propios datos avizoraban una tremenda paliza, impensable para cualquier gobierno a dos años y medio de asumir el control del país; por eso volcó todo su poder en la contienda.
En todo el proceso se dibujó la violencia como un quiste inseparable del mismo; con 91 asesinatos de candidatos a los diferentes cargos de elección no se puede hablar de que hubo paz; como lo refirieron el presidente y la Secretaria General de Gobierno, Olga Sánchez Cordero. Nunca hubo paz.
La delincuencia sí intervino y dejo sentir todo su peso, mientras que el gobierno hacía caso omiso a su obligación de garantizar seguridad. Lo peor, fue escuchar al titular del ejecutivo decir que se “portaron bien”.
Y así, pese a que López Obrador no sólo metió las manos al lodazal, sino que no dejó nada fuera, entró de cuerpo entero. Las mañaneras no dejaron de transmitirse, la aceleración del programa de vacunación en contra de la pandemia para beneficio de su instituto político al que se le permitió presumir como logro propio, entre muchas otras cosas no permitidas, fueron sus armas constantes. Nunca antes en la historia del país un presidente había sido tan descarado para intervenir de la manera como lo hizo el tabasqueño.
Por eso, y que el mandatario diga que se encuentra feliz, feliz, feliz, es bueno para el pueblo, no para la democracia, sino para que no arremetiera iracundo en contra del INE, porque ya se preparaba para salir a gritar como pregonero que había sido víctima de fraude.
López echó mano de todo, al igual que se puede recordar de los momentos más obscuros para México en el pasado, como en los gobiernos de Echeverría o López Portillo, por eso fue incansable la persecución casi demencial en contra de Cabeza de Vaca y de quienes pudieran ponerse enfrente, la idea fue siempre la misma; el escándalo mediático. Y lo logró.
Tan fue y ha sido presidente el tabasqueño; pero de su partido Morena, que el primer lunes después de la elección dio santo y seña de lo ocurrido durante la jornada electoral.
Lopez Obrador nunca será ya un buen gobernante, a diferencia de ser un extraordinario candidato y excelente líder de su partido, no es un estadista. La edad y el tiempo se le vinieron encima, y de acuerdo a la decisión de los votantes el domingo pasado, le será más difícil su sueño de permanecer por más tiempo al frente de la administración de la República.
Para México, el verdadero triunfador de la jornada fue la clase media que se revela como un serio adversario al gobierno. Aparece en el horizonte del mapa político lopezobradorista como el enemigo a vencer; por encima de los institutos políticos, porque además, es la que soporta el crecimiento económico y los impuestos del país.
La clase media se distingue por la dificultad que le representa a los gobernantes manipularla, porque no acepta dádivas; está informada y prefiere emprender y conseguir con su esfuerzo lo que desea, no se conforma con un par de zapatos, sino que ansiosa busca crecer y comprarse un Rolex como el de Marcelo Ebrard.
Ahora bien, debido a la conformación de la Cámara de Diputados ya no será tan fácil hacer los cambios constitucionales que pudiera desear López. La decisión del pueblo fue mesurada, aunque entiende y empuja mucho más ahora que en más de 70 años que se tardó en hacerlo para cuando gobernaba imponente el PRI. A López y Morena solo les alcanzó para dos años y medio, y tal vez un poco más, pero el manotazo en la mesa está dado, el declive ha empezado.
La composición en la cámara permite armar equilibrios, se muestra plural y casualmente el partido que mejor se ha sabido vender es el que se coloca como el ganador indiscutible para cuando se le necesite, el Verde Ecologista, que sin duda, venderá caro su amor; y lo hará al mejor postor.
Sí, ganó la ciudadanía que lanza un claro mensaje a la clase política. Además de esta manera se calma a la bestia sedienta de control y poder, porque es preferible escuchar que diga que se siente feliz, feliz, feliz, que continuar con la tentación casi obscena de desaparecer al árbitro electoral, que es ciudadano y pertenece a la sociedad, no es un regalo de gobierno alguno.