“Creíamos que quería llamar la atención”, “Siempre estaba triste”, “Decía que se quería morir”, “Decía que pronto dejaría de existir”, “Siempre publicaba en sus redes sociales cosas tristes y de desesperanza” y muchas otras frases más escuchamos después de que una persona termina con su vida; y al hacer un recuento del comportamiento de sus últimos meses, resulta que sí había señales y avisos de que ya no quería vivir.
La depresión es una enfermedad que requiere atención, tratamiento de especialistas para evitar llegar al suicidio. En la gran mayoría de los casos existen comportamientos previos que nos revelan situaciones de riesgo como la invasión de la desesperanza, conductas auto lesivas, compulsivas, sentimiento de tristeza, llanto fácil, aislamiento y el ya no disfrute de actividades que antes causaban alegría.
El próximo 10 de septiembre se conmemora el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) tan solo en el 2020 se registraron más de 7 mil suicidios cifra histórica los últimos 10 años y atribuible al confinamiento por la pandemia del COVID-19, a los decesos y cambios de rutinas.
Los estados con mayor incidencia fueron; el estado de México, Jalisco y Chihuahua.
El aislamiento impactó en las rutinas de vida, en la convivencia, así como casos de violencia intrafamiliar, divorcios y estado de ánimo, además del aumento de consumo de alimentos y bebidas alcohólicas.
La pandemia detonó que los casos de depresión aumentarán y lamentablemente los suicidios. No es malo que una persona sienta tristeza, lo malo ocurre cuando este estado de ánimo ya es una constante y ya interfiere en la vida cotidiana, afecta el sueño, la alimentación y conducta en general.
“Una palabra positiva puede cambiarle el mundo a quien lo ha perdido”
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