Amo a la Universidad Nacional Autónoma de México, por sobre todas las universidades en las que he estado en mi vida. La amo, porque me aceptó desde cuando yo tenía 19 años y estudié allí, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva, de donde tengo un título y una célula profesional.
Mi universidad, no me cobró un solo peso – sí, 20 centavos de entonces--, cuando estudié allí cinco años. Inauguré --creo-- la universidad abierta, ya que en 1971 yo estaba muy chica y tenía un hijito, al que dejaba a veces con mis compañeras, para meterme a mis clases.
Y pues allí iba en el trolebús que circulaba por toda la avenida Universidad, con mi hijito a cuestas. Tuve la fortuna allí merito, de estudiar con los mejores maestros de periodismo y de comunicación colectiva, que había en el territorio nacional. Era un privilegio ser maestro de la Facultad, de donde de sopetón, salieron los mejores periodistas que había entonces. Era muy reciente la carrera. El jefe de ésta, era don Henrique González Casanova, quien también era coordinador general de la Comisión de Nuevos Métodos de Enseñanza y hermano del señor rector, don Pablo.
Y así, sin mérito alguno, sino nada más ser alumna de la facultad, don Henrique nos invitó a trabajar a dos estudiantes que íbamos en primero y en tercer año de carrera. Ivonne Buentello y yo, teníamos los cubículos 1 y 3 de la misma facultad. Luego yo me fui a la Comisión de Nuevos Métodos de Enseñanza, en donde hicimos los CCH’s en la Ciudad y en el Estado de México.
Manuel Buendía Tellezgirón; Fernando Pérez Correa; Víctor Flores Olea; Fernando Benítez; Miguel Ángel Granados Chapa; Raúl Cremeaux; Henique –con H-- González Casanova; Julio del Río Reynaga; Antonio Delhumeau; Guillermina Bahena; Susana González Reyna; Silvia Molina… y muchos extraordinarios maestros, me tocaron. Allí todos tenían una ideología política distinta, pero no distante. Allí había y hay una cátedra abierta, de hombres gigantes, que han hecho un extraordinario campus, lleno de magia, inteligencia, ciencia y encanto. En todo es excepcional: en cultura, en letras, en ciencias, en arte, en política, en leyes, en arquitectura, en trabajo social, en medicina, en enfermería, en ingeniería, en odontología, en química, y en todo lo que a usted le pueda venir a la mente. Educación extraordinaria.
Mi universidad no solo me dio los mejores años de mi vida; me dio una guardería para mi hijito, cuando yo allí trabajaba; un servicio dental sin costo; el café más importante que existía en el “kínder de la universidad”, --así llamaban a mi Facultad, en donde estaba el honorabilísimo Tacho, sirviéndonos los cafés con harta espuma, más ricos de todo el campus. Me dio los mejores amigos que hasta la actualidad tengo. Me dio cultura, me dio educación, me dio los mejores antecedentes y objetivos que cualquier estudiante pueda tener en la vida: superarse y apoyar a quienes más lo necesitan. Me dio y me enseñó que mi raza era suprema, y así debía calificarla, vivirla, sostenerla. Me dio libertad de pensamiento y harta cultura. Me enseñó a amarla por sobre todas las cosas.
Era, ha sido y será un lugar reconocido mundialmente, no solo, por el currículum de sus facultades, está ranqueada, como una de las sesenta mejores del mundo; sino porque su campus es verdaderamente excepcional y es patrimonio cultural de la humanidad.
Allí están guardadas la biblioteca de mi amadísimo padre y de mi suegro. Allí está mi raza, por la que, de aquí a la eternidad, hablará el espíritu. Yo sí amo mi universidad.
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