Por diversas razones, el año que está por terminar puede considerarse igual que los últimos 35; es decir, otra pesadilla infumable, con sus ilusiones y buenos deseos iniciales saltando por los aires al final junto con sus estrategas.
En economía, las bondades de las “reformas estructurales” promovidas por los epígonos del Ogro Salvaje (neoliberalismo) consolidaron el “garrote” prevaricador y apenas iniciado el 2017 impulsaron el “mejoramiento de los precios de los combustibles”; es decir, los aumentaron en más de 20 por ciento. El miserable aumento de 8 por ciento al salario no compensó la pérdida del poder adquisitivo ni los efectos inflacionarios derivados de la “reforma”.
En tanto la democracia demostró que es un concepto que choca con el “dedo” de cualquier partido, mero maquillaje de un sistema cada vez más derrengado que busca justificar su reciclada permanencia.
En cuanto a la violencia y su ya también prolongado camposanto nacional, el 2017 ha sido el más sanguinario de todos. El fundamentalismo religioso y el capitalismo a raja tabla continuaron con la hemorragia, parapetados en un supuesto combate a las drogas, que en realidad es una de las variantes del capitalismo de “libre mercado”, su perfecto complemento.
En esa economía salvaje y la violencia asesina, las ironías se entrelazan: la autoridad es apenas un adorno frente a los ataques del capitalismo depredador (especulación financiera), con el cual forma una simbiosis perjudicial; y es el mismo caso con el crimen organizado, particularmente los cárteles del narcotráfico, a pesar del espíritu constitucional que le otorga a la autoridad el monopolio de la violencia.
Visto de esa manera, apenas hay diferencia entre la violencia criminal, de a pie, y la que ejercen “inversores”, especuladores y hombres de negocios bajo el eufemismo de “libre mercado”. Cientos de miles de cadáveres no hacen 56 millones de pobres, es verdad, pero son parte indispensable para el despliegue “innovador” de las fuerzas productivas.
De entrada, se cumple con el dogma neoliberal de “eliminar a la competencia” (o a la incompetencia, como les gusta decir a los adictos del “libre mercado”), amplía una potencial clientela, una mayor venta de productos (marihuana, coca y otros venenos) y va consolidando monopolios.
Con raras excepciones, los criminales no se asesinan por filiaciones políticas o por simpatizar con algún equipo de futbol. Su disputa es lo que en términos de la economía vigente se denomina “mercado” (en la jerga delincuencial se conoce como “plaza”), ya de drogas, extorsión, secuestro, etc.
Claro que, como entre los personajes de las finanzas, en otros tiempos los delincuentes llegaron a formar cárteles, es decir, a ponerse de acuerdo en la repartición del “mercado o plaza” y el establecimiento de precios (así como ha sucedido con la compra de bonos de deuda gubernamental), fuera del alcance de los sabuesos de Hacienda y de esos políticos a los que, por motivos electoreros, les gusta acariciar el bolsillo a los ciudadanos con cargo a futuras generaciones (neoliberales o estatistas, son lo mismo).
Si bien los métodos son distintos (la vía sanguinaria no es innovadora pero sigue siendo efectiva para efectos de planes de expansión de mercado, igual el caso de la tasa cero -no cobro de impuestos- para transacciones financieras y su deshumanización, generadora de millones de pobres), los identifica el hecho de la devastación, además de ostentarse como “benefactores sociales”, filántropos de los menesterosos con “rostro social y humano”, y también cada bando le reza a sus santos.
Reducida la intervención del gobierno a un mero tema teórico, cómplice por porcentaje o por deliberada omisión, las fuerzas benignas del mercado sanguinario han hecho época, que ya va casi para doce años, y consolidado a la industria funeraria (vivir de los muertos no es una cruel paradoja, sino un boyante negocio en vías de mejorar), además de hacer las delicias de todos aquellos que han convertido la deshumanización (ejecutados, desmembrados, etc.,) en el principal producto de la industria del entretenimiento (comercio moderno).
Lo anterior incluye la masiva difusión de cuerpos mutilados, baleados, encobijados, calcinados, etc., así como la música de banda o grupera con creativa o forzada dedicatoria para sus “héroes o jefes", ingrediente de primer orden para que las autoridades judiciales administren y apliquen la ley en forma pronta y expedita: fue un ajuste de cuentas (y caso cerrado).
La otra violencia, la económica, no necesita balas ni rifles de cacería deportiva para eliminar a la “incompetencia”, sólo “armas de destrucción masiva”, como las denominó el especulador Warren Buffet, y que consisten en “derivados” tipo hipotecas subprime y toda esa clase de instrumentos que financieramente tienen postrado al mundo desde hace casi diez años.
Todo eso, amén de burbujas especulativas, ataques al peso, manipulación de precios de bonos de deuda gubernamental por parte de cárteles financieros, creación de leyes para evadir impuestos o pagar menos (tipo Donald Trump y sistema fiscal mexicano), además de sobornos (tipo Odebrecht), casas blancas, malinalcos, gasolinazos y eso que la austeridad y el equilibrio han hecho de nuestro país un paraíso de la desigualdad, un edén fiscal seguro, cómodo, productor de mano de obra más que barata, además de pobres con sus comedores populares, tarjetas de beneficencia, despensas, becas, salarios rosas, rojos, azules, amarillos, guindas y hasta verdes.
Esa violencia es que la se vende todos los días como “lo mejor que le podía pasar al país” y que en tiempos electorales hace aparecer a sus autores como los paladines de los pobres después de haberles aplicado “gasolinazos” inflacionarios, entre otros.
Tal saldo no les ha impedido desear “feliz año” cada 365 días en los últimos casi 36 años.
“Lo que en el mundo llamamos el mal, tanto moral como el natural, es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias y, a partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería necesariamente, si es que no perecería en absoluto”, decía Bernard de Mandeville (La Fábula de las Abejas, FCE, p. 248).
Los vicios privados trocan entonces en beneficios públicos (esa es parte de la doctrina neoliberal), y el delincuente, común u oficial, está un escalón más alto que aquél que, según Marx, sólo produce delitos: es ya una figura de carácter institucional porque su violencia impulsa a las fuerzas productivas y los respectivos equilibrios macroeconómicos.
¿Otro “feliz y próspero año nuevo”? Bueno.