Virilio cree que a cada tecnología corresponde una posibilidad de accidente, sea una interrupción o un obstáculo a su funcionamiento. Por ejemplo, la invención de la locomotora contenía también la posibilidad de descarrilamiento o del choque. Ese accidente está puntualmente situado, como el de los choques de automóvil o las catástrofes aéreas. Pero las nuevas tecnologías, como el Internet, son portadoras de un cierto tipo de accidente que ya no es local, como el naufragio del Titanic o el descarrilamiento de un tren, sino que es un accidente general, un accidente que afecta inmediatamente a la totalidad del mundo.
Afortunadamente, todavía no hemos experimentado un accidente informático que afecte a todo el mundo al mismo tiempo, pero con la globalización financiera posible por la conexión mundial de internet tuvimos un ejemplo cercano con el crac bursátil de 2008. Y continúa la amenaza de que la próxima burbuja financiera que estalle afecte más general y rápidamente que la anterior, si no se toman precauciones derivadas del “accidente” de la burbuja de los Derivados que tronó hace una década. Hoy asechan las piramidales burbujas de los bitcoins y similares, las crecientes masas de deudas de todo tipo, las infladas acciones de las Bolsas, etc
Aristóteles afirmó que "no hay ciencia del accidente", pero Virilio no está de acuerdo, señalando la creciente credibilidad de los simuladores diseñados para prevenir o escapar del accidente- que, argumenta, es una industria que nace de la unión de la ciencia y la industria de la post-Segunda Guerra Mundial, el llamado complejo militar-industrial.
Pero el desarrollo positivo de las tecnologías sólo puede hacerse mediante el análisis y la superación de los accidentes. Una tecnología puede ayudar a evitar los accidentes de la otra, por ejemplo, los relojes ayudaron a evitar los accidentes en los ferrocarriles; el naufragio del Titanic estimuló el desarrollo del sistema S.O.S. de petición de auxilio por radio, etc.
Internet tiene su propia negatividad que ocasiona accidentes inmateriales, menos apreciables a excepción del desempleo como consecuencia de la automatización. Su interactividad puede provocar la unión de la sociedad, pero contiene en potencia la posibilidad de disolverla y desintegrarla a escala mundial.
Hoy en este mundo de la instantaneidad cuasimilitarizada tendemos, sin embargo, a actuar por reflejo, sin darnos tiempo ya para la reflexión. Entramos en la era del autómata, no el del viejo mito sino el del robot trabajador que suplanta al obrero. Esta tiranía del tiempo real, que tiende a eliminar la reflexión del ciudadano a favor de una actividad refleja inmediata, constituye una amenaza para la democracia que por definición implica la espera de una decisión reflexionada tomada colectivamente.
Otra amenaza es el crimen cibernético, en forma del cibercrimen de mafias que utilizan teletecnologías o “hackers” que ponen en jaque a empresas, países enteros o incluso sistemas cibernéticos internacionales.
O, como señalábamos, la difusión de la denominada “monética”, los famosos bitcoins y otras monedas numéricas, que escapan demasiado fácilmente al control económico gubernamental en este nuevo contexto de inestabilidad financiera y de incertidumbre militar en el que la información y la desinformación son indiscernibles, en la actual época de la Posverdad. Cuando la realidad irrumpa desinflando este nuevo tipo de burbujas financieras, el sistema monetario internacional puede verse nuevamente amenazado.
IV Conclusión
El interesante escritor polaco Witold Gombrowicz anticipaba desde 1937 en sus Memorias de Inmadurez que el signo de nuestra modernidad no era el crecimiento o el progreso humano sino al contrario, el rechazo a crecer, el permanecer en la inmadurez y el infantilismo, lo que después se conoció como el síndrome de Peter Pan (trastorno del desarrollo de la personalidad, donde el sujeto se niega a asumir el paso del tiempo y desempeñar un papel de adulto).
Hoy estamos definitivamente instalados en una sociedad totalmente inmadura e infantilizada. Prueba de ello es que hoy en día, ni la política ni los medios de comunicación manejan verdaderos discursos que evoquen la memoria de individuos testigos de los acontecimientos sino sólo imágenes y meros destellos de información fragmentada, lo que significa, a final de cuentas, una reducción de la hIstoria a imágenes y balazos de notas con poca información real.
Nos hallamos ante la disyuntiva, ¿Civilización o Militarización de la ciencia? En esta época de la Posverdad y de la eficiencia pragmática a toda costa, la tecnociencia posmoderna deriva ahora hacia su degradación cívica, en un nuevo tipo de competición completamente delirante: una carrera en la robótica y en la ingeniería genética, que arrastra en un vértigo de la aceleración de la realidad a un extremismo poscientífico y éste, en detrimento de toda verdad o ni siquiera verosimilitud.
A unos siglos de haber sido con Galileo ciencia de la aparición de una verdad relativa, la investigación tecnocientífica es ahora una ciencia de la desaparición de la verdad, en el eclipse de lo real, en la estética de la desaparición científica. Ciencia ya no de la probabilidad sino de la improbabilidad, comprometida en el desarrollo de una realidad virtual aumentada, como se le dice hoy.
Virilio se opone a la reducción planetaria y declara que una de las primeras libertades es la libertad de movimiento. La técnica coloniza no sólo al cuerpo humano sino al cuerpo planetario. Hay un peligro en la desaparición de la espera. En el cambio de visión de mundo que introduce la velocidad, se genera la falsa ilusión de una velocidad todopoderosa. Todo esto es un atentado contra la verdadera realidad, contra la realidad históricamente concebida compuesta no sólo del instante presente sino del pasado y del futuro.
Hoy hemos salido de la aceleración de la historia para entrar en la esfera de la aceleración de la realidad. Cuando se habla de tiempo real, se habla de la aceleración de la realidad y no de la aceleración de la historia. Se entendía por aceleración de la historia, por ejemplo, el paso del uso del caballo al tren, del tren al avión de hélice y de éste al reactor. Todas ellas son velocidades controladas y controlables que pueden ser gestionadas políticamente de suerte que, en lo que a ellas se refiere, es posible instaurar una economía política que las gobierne. El presente está en cambio marcado por la aceleración de lo real: estamos tocando los límites de la instantaneidad, el límite de la reflexión y del tiempo propiamente humano. Estamos entrando a una nueva Economía Política, la Economía Política de la Velocidad que no necesariamente implica velocidad de crecimiento sino la aceleración de la comunicación, real o virtual, para bien o para mal. Depende de lo que haga el ser humano con este reto.
(Enero-2018)