Finalmente llegó el día de la movilización masiva que Morena intentó desplegar, a nivel nacional, para consolidar su movimiento social, cuyo único punto de unión es el presidente Andrés Manuel. Sin duda hay varios análisis que se pueden realizar. Los partidarios del presidente presentan como todo un éxito el 90% de votos a su favor; para otros, es un fracaso que haya obtenido menos de la mitad de los votos que obtuvo Morena en 2018.
Más allá de análisis simplistas y parciales este ejercicio debe llevarnos a reflexionar sobre la dinámica partidista en la que estamos inmersos. Este es nuestro sistema y bien vale la pena observar qué es necesario robustecer y cómo encontrar mecanismos que den voz y representación a los múltiples intereses de las/os ciudadanas/os. Aquí es donde debemos revisar a los partidos políticos porque su crisis es la debilidad del sistema democrático al que debemos aspirar.
En el Foro Global sobre la Democracia organizado por el INE, al que ya nos habíamos referido en este espacio, Corinne Momal-Vanian, Directora Ejecutiva de la “Fundación Kofi Annan”, afirmó que estamos viviendo en una ola autoritaria que resta legitimidad al origen de los partidos políticos. Estamos enfrentando un desafío democrático, las/os ciudadanas/os se sienten afectadas/os y desencantadas/os de los partidos porque no han cumplido sus expectativas. Esto se refleja, por ejemplo, en lo poco atractivo que les resulta a las/os jóvenes afiliarse a algún partido. Cada vez hay menos membresía juvenil en los partidos políticos porque no hay puente de identificación entre jóvenes y partidos. Todavía peor, en cada elección se incrementan los votantes apartidistas.
Tal vez los partidos políticos debieran ser más críticos en su interior y revisar cómo se comunican con las/os ciudadanas/os. Deben tener claro que las redes sociales han hecho más compleja la comunicación entre ciudadanas/os, militantes y estructuras partidistas. Gracias a estas plataformas las/os votantes se comunican directamente con las/os políticos, haciendo a un lado los cuadros intermedios, la estructura partidista, si es que la tuvieran. Por otro lado, las/os tomadores de decisiones tanto económicas como sociales también se saltan a los partidos y han optado por organizarse con sus propias reglas e intereses, buscando alternativas que llenen más sus aspiraciones.
Las/os ciudadanas/os ven a los partidos políticos como elitistas porque los líderes populistas están reduciendo la capacidad tradicional de los partidos para conservar su identidad frente a sus bases y terminan reducidos a simples operadores a sueldo del líder en turno.
Los partidos políticos, dentro de un sistema democrático, debieran ser el principal elemento para hacer política. Deberían constituirse en promotores del cambio, ser un instrumento del diálogo social para revitalizar su existencia e integrar movimientos que abanderen causas sociales para intentar recuperar la confianza ciudadana. Están obligados a usar eficientemente las redes sociales y no dejar que los populistas las manejen. El reto es claro: apostar al trabajo coordinado, con quienes eran adversarios para enfrentar a los regímenes autoritarios. Lamentablemente, hoy es difícil diferenciar una verdad de una mentira y tomamos por cierto noticias sólo porque concuerdan con la lógica de algún líder aunque carezca de datos o fundamento científico. Finalmente, Momal-Vanian nos dice que en un sistema plural un gran pendiente es el financiamiento discrecional y no registrado que algunos partidos suelen ejercer muy por encima de los establecidos en ley.
Para el destacado teórico político John Keane, Director del Instituto para la Democracia y los Derechos Humanos (IDHR), la polarización produce antagonismos, hasta revoluciones y guerras civiles. Lo importante es tener clara la opción de que otro resultado es posible. No es aceptable asesinar la democracia en nombre de la democracia. Un sistema en el que políticos déspotas gobiernan en nombre del soberano, llenos de resentimiento utilizan recursos públicos para apropiarse del poder legislativo y de los tribunales; un sistema en el que crea un entramado que permite al líder terminar con sus oponentes. Un gran jefe demagogo que termina por podrir al sistema en su conjunto, que privilegia a sus amigos y castiga a sus oponentes, que dicho sea de paso suelen ser respaldados por el ejército y la policía, un sistema político así no es aceptable.
Lamentablemente, eso vemos en la realidad. La inmediata, la de nuestro entorno nacional y la de otros países, incluso democracias que pensábamos consolidadas. En la era populista, el partido en el gobierno empieza por meter las manos en las instituciones con las que debiera compartir el poder y equilibrarse. Paulatinamente domestica tribunales y neutraliza parlamentos, convirtiéndolos en instituciones fantasmas. Así, el poder estatal se hace más duro, las elecciones y su papel esencial se convierten, como dijera Thomas Jefferson, en “despotismo electivo”. Tenemos entonces, un redentor que hace promesas para todas/os y afecta la metamorfosis del cambio prometido, convirtiendo las elecciones en carnavales del poder omnímodo. El gobierno miente para provocar problemas que la gente percibe como reales y entonces, al “resolverlos”, el líder se convierte en un ser excepcional respaldado por “el pueblo verdadero”.
En paralelo, los partidos políticos están en crisis porque se asumieron invencibles al sentir ciudadano y crearon un terreno fértil para el populismo que convierte la política en una lucha entre el pueblo bueno y sus enemigos y cuya única eficacia es ganar votos. La desconfianza en los partidos políticos en parte se ocasiona por la percepción de que una élite fuerte resolvería todos los problemas, cosa que no han logrado, en contraste con un mesías que promete hacerlo sin intermediarios, trámites, opiniones diversas, consultas a expertos y cualquier otro distractor.
Las ciudadanas/os debemos tener claro que el ejercicio de la democracia no puede y no debe reducirse a ejercer el derecho a votar. El futuro debe estar en aprender a dialogar, expresar nuestras visiones, escuchar a los demás y estar dispuestos a unir voluntades, incluso con quienes antes eran adversarios, para encontrar la manera de resolver problemas sociales, no desde la visión unipersonal de un líder, sino desde el conjunto de perspectivas que enriquezca el quehacer público. La conquista por el poder debe ser civilizada, por la razón y el entendimiento, no esperemos que llegue el tiempo de la reprensión policiaca o militar. Conquistemos la verdad y expresémosla con libertad por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las redes sociales.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.