Madres de la plaza de mayo

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Publicado en Opinión

Madres de la plaza de mayo

Miércoles, 11 Mayo 2022 00:57 Escrito por 
Jorge Olvera García Jorge Olvera García Inventario

“Las locas de la Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria”; con estas palabras el escritor uruguayo Eduardo Galeano definió el andar y el compromiso de esta gran asociación argentina que ha clamado por sus hijos y sus nietos desparecidos.

Para ellas no brilla más el sol, no hay amaneceres, no se ven las flores ni los pájaros, no se escucha música, en ese inmenso silencio solo se oyen sus gritos, los de ellas y de aquellos que se acostumbraron a escuchar el sonido del dolor y la ametralladora en los campos de tortura.

El miedo las hizo valientes, la ausencia despertó sus conciencias. Son mujeres de su tiempo, son canción, poesía, protesta, ideología, arte, son conciencia crítica que en ilación es porvenir.

Un 30 de abril de 1977 el valor, el coraje y la determinación de un grupo de mujeres se incrustó en el tejido social de Argentina para hacerle frente a una dictadura militar que lastimó y desapareció a más de 30 mil hijas e hijos de una colectividad que no olvida ni mucho menos desestima y que, por el contrario, conoce y reconoce su pasado, consciente de su presente y sabedora de que la democracia de hoy es posible gracias al sacrificio y a la vida misma de mujeres que antepusieron su amor por encima del egoísmo, que tuvieron tanto miedo que se olvidaron de su fragilidad para convertirse en fortalezas sociales.

Somos hijos e hijas de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo, un fenómeno inefable en la historia de las luchas populares, porque la esencia de su movimiento es tan grande y sensible que no hay forma de explicar aquello que sostiene su reclamo, su angustia y su indignación; por suerte existe la memoria de cada instante de esta sublevación que debe ser generosamente encomiada para permanecer y afianzarse en el espíritu colectivo con todo su valor.

En el camino se sumaron las voces sororas de madres y abuelas que el inexorable paso del tiempo no ha podido vencer; su dignidad es el legado de todas y todos, porque contra la dictadura alzaron su voz y convirtieron su dolor en lucha.

El pañuelo blanco se izó tanto que hoy es símbolo de la no-violencia y, el acto de hacerlo ondear fue tan digno que hizo más daño al régimen que cualquier resistencia con fuerza física y, como nadie más, las Madres de Mayo contribuyeron al desprestigio moral y ético de quienes cometieron tan arteros crímenes; porque a las dictaduras no se les combate con el silencio estruendoso de la ausencia ni con el bullicio unánime de lo que se estima incuestionable. A los tiranos se les combate con argumentos, ideas, principios, preceptos, convicción y perseverancia.

Enarbolaron las fotos de sus desaparecidos y dando vueltas, muchas vueltas con el nudo enredado de rabia e indignación, peregrinaron obstinadamente por cuarteles y comisarías secas de tanto llorar, desesperadas de tanto esperar a los que estaban y ya no están, siguen caminando, gritando y exigiendo con la ilusión de encontrar una luz al final de su desesperanza.

 

“Me despierto y siento que está vivo. Me voy desinflando mientras pasa la mañana. Se me muere al mediodía. Resucita en la tarde. Entonces vuelvo a creer que llegará y pongo un plato para él en la mesa, pero se vuelve a morir y a la noche me caigo dormida sin esperanza. Me despierto y siento que está vivo”, dice una, dicen todas.

En medio de aquella inquietud, de esa incertidumbre, nació el movimiento en Plaza de Mayo para gritar y mostrarle al mundo esa nueva forma de parir: son las madres orgullosas de esas vidas tan ricas y llenas de amor; son las madres que tomaron la plaza como si fuera una boca y, desde allí con el pañuelo gigante que protege, defiende y sostiene la nación argentina, siguen presentes porque fueron ellas las que parieron la democracia y fue su movimiento la que puso punto final a la dictadura militar.

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