En el ámbito de la atención de emergencias existen escenas que se repiten constantemente: “Buenos días, ¿Es aquí donde solicitaron una ambulancia para una persona enferma?”, pregunta el paramédico al bajarse de la ambulancia con prontitud. Si, pase, es ahí, al fondo –exclama una joven que, trás abrir la puerta, extiende la mano para señalar el lugar referido–; es mi abuelo, no reacciona, está pálido y no ha comido nada. Está enfermo. Al ingresar al cuarto en donde se encuentra el paciente, el personal prehospitalario, acompañado de su botiquín portátil y equipo de protección personal, inician su protocolo de atención y perciben en la escena un olor picante en el ambiente, mezcla de orines, sudor y vómito que se ha acumulado de días y que se confunde con el olor a medicina.
El cuarto tiene un aspecto de aquí no se limpia y no se barre en semanas. Alrededor de la cama hay ropa tirada en el suelo; sobre el buró un plato, vaso y cubiertos sucios; del otro lado, empaques de medicamentos abiertos, polvo, y otro vaso vacío sobre el otro buró. En la cama, en medio de una maraña de cobijas se encuentra una persona de la tercera edad, pálido, frío, que no reacciona al estímulo verbal “Hey, señor, me escucha… Señor”. Tras la revisión de signos vitales, se determina que el paciente está estuporoso y necesita de urgencia una carga fuerte de glucosa, vía intravenosa, para evitar un choque insulínico que le puede quitar la vida… Se le administra el medicamento y, paulatinamente, en un lapso de 2 a 3 minutos, el paciente comienza a moverse, balbucea y abre los ojos. “Señor, me escucha”, le dice el paramédico; el paciente mueve la cabeza afirmativamente. Le han salvado la vida.
Otra escena. Llegan los bomberos a un edificio condominal, en un barrio popular, donde reportaron un incendio en el segundo piso. Desde afuera se aprecia la salida de humo de una ventana. Para acceder al interior y sofocar el fuego los vulcanos necesitarán forzar la puerta porque está cerrada –indican los vecinos que la persona que ahí habita no se encuentra–; después de 3 segundos de análisis diferencial, el Comandante de la operación decide acceder al departamento por la ventana, mediante el uso de una escalera extensible; en pocos segundos, dos bomberos ya están dentro (rompieron el cristal de la ventana que, por fortuna, no tenía protecciones metálicas), proceden a identificar el origen del fuego y entran a la recámara donde el colchón de la cama, la cabecera, un mueble y un pequeño altar –todo de madera– se encuentran el llamas.
Después de aproximar la manguera –también por la ventana– hasta el interior del cuarto, los bomberos proceden a sofocar el incendio. Afortunadamente, llegaron a tiempo y la emergencia fue controlada en un par de minutos, sin lesionados, ni daños mayores para el propietario, los vecinos y el propio edificio. En la escena, ya disipado el humo y apagadas las brasas, los bomberos se percataron que sobre el colchón, ya deshecho por el fuego, estaban los restos de una plancha eléctrica que al parecer se quedó conectada sobre la cama. Probable origen del incendio. Además se percataron de que la recámara estaba hacinada de ropa, cajas, aparatos electrónicos en desuso, cables y restos de alimentos. Pareciera que en un cuarto, sus ocupantes, realizaban reparaciones, almacenaban diversos objetos, herramientas y consumían alimentos. Es decir, muchísimo material combustible acumulado en un solo espacio, con diversas condiciones de riesgo y fuentes de calor constantes que algún día reaccionaría.
Otra escena. En la Central de Emergencia se reporta un menor de edad lesionado por caída y quemaduras en ambos brazos pecho y cara, dentro de su hogar. Al arribo, los cuerpos de emergencia brindan atención a un menor masculino de 6 años de edad, policontundido por caída y lesiones tipo quemadura por sustancia tóxica. Lo anterior debido a que el menor ingresó al cuarto, tipo zotehuela, en donde sus padres resguardan diversos productos de limpieza, herramientas, solventes y materiales peligrosos –su papá es mecánico y hojalatero– todo esto sobre un anaquel metálico, el cual no estaba fijo a la pared, ni al piso; además de estar sobrecargado de múltiples objetos pesados. El menor, jugando, trepó sobre el anaquel y, al no estar debidamente sujeta la estructura, con el peso del niño y su balanceo, ésta se vino abajo sobre él, tirándole encima múltiples objetos que lo lastimaron.
Afortunadamente no fue aplastado el chico, ya que el anaquel, por su altura se detuvo sobre la otra pared perpendicular e hizo un triángulo que le salvó la vida. Sin embargo un recipiente que no estaba bien cerrado, cuyo contenido era removedor industrial –solvente que sirve para remover pintura automotriz–, al caerse, se abrió abruptamente y salpicó todo, incluidas varias partes del cuerpo del menor, provocando serias quemaduras de segundo grado en el 36% de su economía corporal. El niño fue trasladado a un hospital y salvó la vida.
¿Cuál es el común denominador de los tres escenarios relatados? ¿Qué los hace ser los cuartos de las desgracias? En los tres casos existe una desatención del espacio vital, es decir, que se les daba un uso diferente al que se les tiene asignado generalmente; carecían de orden y limpieza; existían múltiples condiciones de riesgo con las cuales se convive diariamente; existía una falta de atención y cuidado hacia personas vulnerables (niños y ancianos); acumulación de objetos, enseres, sustancias y materiales de forma indiscriminada, sin clasificar, resguardar, ni restringir su acceso a ellos.
Desinterés (no le importa), desatención (no tiene cuidado) y desconocimiento (no sabe), son actitudes que vulneran definitivamente a las personas; adicionalmente, la acumulación de peligros y amenazas, incrementan sustantivamente las condiciones de riesgo, por lo tanto, el incidente está a la vuelta de la esquina. Su gravedad y magnitud son muchas veces impensables y dependen de múltiples factores. Por ejemplo, si los paramédicos no trajeran consigo Glucosa al 50% y el equipo de fluidoterapia adecuado para atenderlo en el sitio, probablemente el anciano hubiera muerto de un choque insulínico antes de llegar al hospital. Si los bomberos no hubieran entrado por la ventana (siempre arriesgando la vida) y traído consigo una escalera de extensión, el incendio, al propagarse el fuego por tanto material combustible alojado al interior de una habitación, hubiera causado más daños a los bienes de las personas y quizás la estructura del edificio. Si el anaquel hubiera aplastado al niño y el removedor le hubiera caído todo sobre la cara, el desenlace sería fatal.
¿Necesitamos vivir una situación como las relatadas para poner más interés, atención y conocimiento de los riesgos que nos circundan y cómo prevenirlos? ¿Se da usted cuenta de que importante es que los cuerpos de emergencia lleguen a tiempo y cuenten con todo el material y herramienta para desarrollar su trabajo? Lo invito, amable lector, a que se dé una vuelta por su casa, su trabajo y aquellos lugares que frecuenta, para identificar si es que usted está conviviendo cerca de un cuarto de las desgracias, quizá todos los días, y no se ha percatado. ¡Hágalo! Y si encuentra riesgos, atiéndalos y póngase manos a la obra; o dé aviso a la persona correspondiente. Si requiere asesoría o apoyo, acuda a la Unidad de Protección Civil o Estación de Bomberos más cercana de su Municipio o Alcaldía: ellos le ayudarán, sin costo, y con una gran sonrisa. Compruébelo.
¡Que su semana sea de éxito!
Hugo Antonio Espinosa
Fue Director del Heroico Cuerpo de Bomberos de Toluca,
Subdirector de Protección Civil e Inspección en la SCT Federal.
Actualmente es Subdirector de Emergencias en el Valle de Toluca, en la Coordinación General de Protección Civil, EDOMEX