Las diversas etapas por las que ha pasado la organización de la sociedad mexicana muestran un manejo incontrolable de ella, principalmente por la clase que se encuentra al frente del país. La utilización de diversas medias para mantener el control político y garantizar una estabilidad política, en muchas ocasiones no ha sido la adecuada, se hace común sacrificar el espíritu colectivo de las comunidades para dar paso a la individualización, sepultando con leyes y reformas la herencia prehispánica de ayuda colectiva y recíproca tan arraigada en el pueblo mexicano, principalmente en las zonas de mayor densidad poblacional, como lo son el centro del país y el sur. La zona norte de la república, responde a otra lógica de organización dado su argumento histórico de cómo fue poblada, sumándose su cercanía con los Estado Unidos de Norteamérica.
Los conceptos de ayuda mutua han perdido su esencia, solo en las grandes tragedias parece aflorar nuevamente como una flor en un inmenso jardín de concreto, para después ser guardado en el baúl de los recuerdos, o ser sepultado por los enormes condominios familiares, en donde lo que menos importa es conocer quien vive en el último piso, la individualidad pasa a ser la esencia de la colectividad. Al parecer la gran frontera que dividía lo urbano de lo rural hasta hace todavía 35 años, ha perecido, la modernidad o el imaginario social de lo que debe ser México, presente en gran parte de los actores protagonices de la política, gana batallas. Las cifras dan cuenta de los avances en muchas poblaciones, sobre todo en los servicios mínimos de asistencia social en cada uno de los rincones del país. Sin embargo, es posible observar que a pesar de los grandes esfuerzos que se hacen, tal imaginario de modernidad sigue siendo un sueño difícil de materializar por varias razones.
Existen historiadores como Enrique Krause que en su empresa llamada Clío, ha tenido la delicadeza de ir registrando la acción no sólo de la sociedad sino de la clase dirigente y de sus acciones gubernativas, las cuales muchas veces son burdas imitaciones de otros países. La experiencia muestra crudamente la incapacidad de los representantes legales de las mayorías en la solución de problemas concretos: Chiapas, con sus quince minutos, servicios públicos como transporte, recolección de basura, contaminación, desempleo, autonomía estatal, leyes y reglamentos para varios delitos que no se encuentran tipificados, delincuencia organizada, mujeres violadas de Juárez y de todos lados de la república mexicana; acuerdos para soluciones conjuntas… Por mencionar algunos.
Así mismo, se observa como el Estado se instaura como el gran organizador de la mayoría de las acciones, sin dar oportunidad a otros sectores y más aún a otras alternativas de posible participación. Se ha permitido la organización de la sociedad civil en organizaciones no gubernamentales, pero su creación no incide en muchas de las decisiones finales, sin embargo, estas comienzan a tomar un peso determinante y no es de extrañarse que dentro de poco grupos como Rotarios, Club de Leones, grupos independientes indígenas, y culturales, tomen fuerza desmedida poniendo en jaque algunas de las decisiones. El monopolio del poder y de decisión es un espíritu que vaga por todo el país, los errores constantes en acciones concretas, sumados a la falta de conocimiento, incertidumbre, excesiva desorientación y la creciente conciencia de la situación tan desigual de muchos de los mexicanos, son las bases de un gobierno obsoleto incapaz de proponer cambios de fondo: principalmente transformaciones que en verdad busquen erradicar los diversos males, no sólo su contención.
Uno de los problemas añejos sigue siendo la falta de una política segura y sostenida para el campo mexicano, la idea de que un campesino con tierra es un campesino feliz siempre fue falsa. El tener sólo parte de los medios de producción para hacer producir la tierra, limitó su capacidad, si a esto se suma la dependencia extrema a los caprichos de la naturaleza, el resultado es nefasto. Esto provoca una erosión paulatina de su vida y más aun de sus esperanzas, el trabajador del campo, se extingue como muchas de las cosas que son parte de la herencia cultural de nuestras sociedades. La incapacidad del sector gubernamental en la solución de problemas, aunado a la poca imaginación creativa de sus dirigentes, ha quedado registrada en los anales de la historia de México para ser consultada por las futuras clases dirigentes. Pero pareciera ser que la historia es sólo datos, que no tienen ningún valor, por lo cual no hay que hacerles mucho caso, según se dice, las decisiones se toman basándose en una realidad problemática que demanda soluciones.
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