Se me estruja el corazón y ya no sé ni qué decir. Pero cuando leo que 86.9 millones de mexicanos como yo, como usted, que han nacido en este suelo, en esta bendita tierra, tienen alguna carencia social importante: que no cuentan con educación, ni salud, ni vivienda, ni empleo, ni agua, luz, gas, teléfono, transporte, ni co-mi-da… no tengo ya nada que argumentar. He visto a los señores y a sus compañeras ir a sacar comida de los basureros, ¡para darles de comer a sus hijos!, y se me parte el alma. ¿Es que ya somos muchos? Por supuesto que sí. Ninguna planificación familiar.
Miles de gordos en este país, clasificado como el más obeso del mundo, y casi 90 millones de paisanos partiéndose la vida para poder comer una vez al día. Y el contraste: treinta y cinco compatriotas mega-millonarios y el hombre más rico ¡del mundo!, también son mexicanos.
¿Qué clase de valores, de virtudes, de religión o de cultura podemos darles a estas personas, o cómo juzgarlas si no tienen otra posibilidad sino de drogarse, delinquir, abandonar a sus hijos o tirarse al metro para mal morir?
Y por supuesto que no las estoy avalando. Necesitaría ser una estúpida. Pero sí las estoy comprendiendo. Porque es muy cómodo vivir en la inteligencia, cultura, fortaleza, limpieza, con la luz y el brillo del santo sol; con agüita caliente, luz, gas, bosques, prados, flores y frutas; con una maestría o doctorado; yendo a Yale o a Harvard, o de perdida al INAP o a la Panamericana a estudiar lo que ya no debemos hacer más…los administradores públicos, porque hasta ahorita no la hemos hecho. Y a las pruebas me remito.
Esta sociedad es ahora más heterogénea, lo cual implica que tiene un mayor conocimiento del entorno social. El crecimiento poblacional genera nuevas demandas sociales y de diversos tipos, las cuales requieren ser solucionadas en su momento. La vieja fórmula empleada por muchos años, de dejar pasar el tiempo para que las cosas se olviden, ya no resulta funcional hoy. Como la sociedad ha evolucionado, ampliando su radio de acción y participación, demanda en este momento un gobierno abierto y de rápidos reflejos, capaz de romper sus propios récords en la solución y propuesta de alternativas viables que logren el consenso general de las mayorías.
Cada clase dirigente busca seguir propiciando y manteniendo una estabilidad política. Muchos de los problemas actuales que enfrentan todos los gobiernos tienen la misma naturaleza: la pobreza en comparación con la riqueza; y se orientan hacia un mismo resultado: mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos. En México, la política tomó un cause muy particular una vez concluido el movimiento armado de 1910.
El nuevo estado mexicano, se apropió de muchas de las ideas de las bases más conocedoras de la realidad actuante y éstas fueron puestas al servicio del Estado, con la finalidad de solucionar muchos de esos males. Tal forma de hacer política, entendida como la decisión de las mayorías, fue y ha sido mal interpretada por los mandatarios: son las personas mandadas, no las que mandan. Hasta en estos pequeños detalles del lenguaje, se sufre la transformación por influencia de la clase dirigente.
Pero ¿cuáles pueden ser algunas de las alternativas para lograr recuperar la legitimidad gubernativa, tan erosionada por acciones pasadas? Quizá tengamos que aprender de otras ciencias que buscan la solución; en propuestas que por ahora son poco coherentes para la ciencia política. Una de ellas sería recurrir a la “imaginación creadora individual del político”. Esta imaginación buscaría que su poseedor pudiera comprender mejor el escenario histórico más amplio en cuanto a su significado para la vida interior y para la trayectoria exterior de la diversidad individual. Es decir, sentirse parte del problema y no sólo observador de este. Pasar de la acción conocedora por simple vista, a la acción participativa de entender como siente esa gente.
Con esto se lograría que el individuo, pudiera comprenderse en su propia experiencia y evaluar su propio destino, localizándose a sí mismo en su época; de ser un individuo capaz de conocer sus propias posibilidades en la vida, si entiende la de todos los individuos que se hallan en esas circunstancias. El político con esta capacidad, sería capaz de captar la historia social y la individual como una biografía, comprendiendo la relación existente entre ambas, dentro de la sociedad.
Es la capacidad de pasar de las transformaciones más impersonales y remotas, a las características más íntimas del yo humano y de ver las relaciones entre ambas cosas. Por ello, detrás de su uso, siempre estará la necesidad de saber el significado social e histórico del individuo en la sociedad y el periodo en que tiene su cualidad y su ser. Conocimiento concreto de la realidad mexicana, basada en la experiencia individual.
De esta manera, la imaginación y la búsqueda de una participación más real y activa como protagónica de la sociedad civil, permitiría a los gobiernos demostrar que las causas de ingobernabilidad no son sólo toma de decisiones mal ejecutadas, sino que estas deberán ser propuestas basadas en la realidad interna y social.
Si la imaginación es algo práctico, debe recordarse que imaginar implica cambiar esquemas establecidos. Por ello no debe extrañarse que en muchas de las decisiones se tienda a cambios radicales, afectando intereses de terceros, porque debe ya olvidarse el gobernante de trabajar para el siguiente día, más bien debe actuar en el momento, ya que su acción lo legitima y con ello lo hace con su gobierno y como ser humano.
Todas las acciones gubernamentales deben tener el sustento histórico de su ejecución. Una decisión, materializada en una ley general, propicia reacciones encontradas, porque cae en contextos diferentes. Si a esto se agrega la creación de instituciones poco rentables, y se niega el acceso a las organizaciones no gubernamentales o se les restringe el papel de su actuación, se está cerrando una puerta en la cual se pueden encontrar soluciones imaginativas, que son la base para lograr el consenso político. Y a este México nuestro, es lo que le hace ahora falta.
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