El arte, como aspecto cultural, es un elemento imprescindible del desarrollo humano y, por tanto, del desarrollo de las sociedades, porque pone en contacto la emoción con el pensamiento y al pensamiento con una acción empática, sensible, que tiende a unir positivamente a las personas entre sí y con su entorno, amén del goce y la edificación intelectual que brinda a cada persona.
¿Quién no, conmovido por una hermosa pieza musical se ha sentido impelido a abrazar al otro, a expresarse más allá de sus ideas prácticas para la vida cotidiana? Esa emoción que parece salirse del pecho ante una obra plástica o una magnífica ejecución dancística es la manifestación de ese otro lenguaje que también comunica a la humanidad.
Proveer a la juventud mexiquense de la posibilidad de aprender a desarrollar y a expresar su creatividad, su talento y su pensamiento crítico a través del estudio de las artes, fue y sigue siendo para mí una convicción primordial que pudo ser realidad en 2017, cuando -siendo rector de la Máxima Casa de Estudios y en un marco de calidad educativa y pertinencia social- impulsé nuevos planes de estudios de nivel superior, un objetivo que se alcanzó gracias al apoyo que la misma comunidad universitaria brindó a dicha iniciativa.
Hoy me honra y me enorgullece ver a jóvenes que han alcanzado sus sueños o que siguen preparándose y trabajan arduamente para ser profesionales de la danza, de la música o del Séptimo Arte, luego de cursar su carrera en la Escuela de Artes Escénicas, fundada en 2014 y que hacia 2017 albergaría las licenciaturas de esas disciplinas, que vinieron a sumarse a la ya amplia tradición de enseñanza de las Humanidades en nuestra Universidad Autónoma del Estado de México.
En esas asignaturas tenemos un semillero de artistas, maestras y maestros, gente sensible que mucho aporta a la sociedad contra la deshumanización, la pérdida de valores, la indiferencia y, el peor de los males: la ignorancia; todo ello, a través de una labor que, indudablemente, merece ser impulsada, reconocida y estimada.
Un buen ejemplo es la creación, en 2014, de la Orquesta Sinfónica Juvenil de la UAEMex, con la participación decidida de la talentosa maestra Hilda Saquicoray, agrupación musical consolidada y emblemática de la difusión cultural que emana de nuestra Universidad.
Asimismo, lo es el grupo de egresados de la licenciatura de Estudios Cinematográficos, integrado por Fabio Hernández, Brenda Palacios, Aimeé Soto y Aarón Cabrera cuyo de trabajo de titulación ya está rindiendo frutos.
Me refiero al corto titulado “El color del cielo”, una historia basada en el cuento del mismo nombre y que nadie debería perderse, pues su belleza visual y narrativa lo ha llevado a ser parte de eventos cinematográficos como el Festival Internacional de Cine de Chihuahua, el Festival de Cine y Arte Digital Tlanchana Fest; el FENACIR de San Luis Potosí, el Festival Internacional de Cine Quetzal, el Girls Impact the World Film Festival y, entre otros, el Student World Impact Film Festival (SWIFF), lo cual habla del esfuerzo que están haciendo para abrirse paso.
Abro en estas líneas un paréntesis para felicitar a estos y otros jóvenes creadores universitarios y decirles que no se rindan, que el sendero puede parecer difícil pero siempre valdrá la pena cuando se hace por una buena causa, como en es el caso de “El color del cielo”, una aventura sobre la conjunción de los sentidos, la belleza de la vida simple y, desde luego, la inclusión y la vida en el campo.
Una vez más, y nunca dejaré de hacerlo, estoy hablando de dignidad y derechos humanos, porque “toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten” (ONU, 2015).
Así pues, la formación artística, sea formal o informal, es componente esencial en el desarrollo de las sociedades humanas en todos los ámbitos de la vida social, por lo que es necesario preservarla y fomentarla por encima de las tendencias comerciales que impulsan productos cuyo objetivo no es contribuir al engrandecimiento del espíritu humano y sí vender apologías del odio, la discriminación o la violencia.
Sí, dirán, todo es cultura, pero cultura es usar las cosas para lo que sirven y si una cosa incita a lo indeseable y la dejamos pasar, poco bien habremos hecho en el momento en que podemos y debemos contribuir a la paz que tanto estamos necesitando.