El sistema democrático ha generado el enriquecimiento de opciones libres que buscan acomodo en la sociedad, en especial basan su existencia en fundamentos ideológicos plasmados en sus documentos básicos que les da identidad, por lo que valores como libertad, democracia, justicia social y soberanía son acomodados, por definición, en lo más alto para buscar el respaldo social a través del discurso, y son las propuestas, los consensos, el debate y la acción política, principios y propósitos que regularmente pretenden encontrar sustento en la ideología revolucionaria, como una condición de cambio social aceptado históricamente por el pueblo.
No obstante, en la actualidad, los grandes rezagos y los nuevos desafíos a los que se enfrenta la sociedad, dificultan la conciliación de las aspiraciones históricas para empalmar con las exigencias del siglo XXI; y son valores básicos como la honestidad, la transparencia, la rendición de cuentas y el combate a la corrupción, que deben plantearse y promoverse como parte fundamental de una política basada en una realidad nacional, como condición fundamental en el ejercicio del poder encaminado hacia el desarrollo económico, político, social y cultural de México.
Ahora bien, la tendencia ideológica que supone el origen de la creación de un partido político, se desvincula de la corriente social demócrata de una actualidad contemporánea que exige congruencia progresista e incluyente, para mal abaratar los ideales por intereses mezquinos, particulares, o de grupo, olvidándose de la real participación ciudadana, reduciéndola única y exclusivamente a la emisión de un voto.
Por otro lado, debe la población contemplar ese maridaje impensado en el pasado reciente, por la condición del origen del pensamiento y defensa de enfrentamientos históricos entre lo que puede asemejarse a la pretensión de la nefasta mezcla del agua y el aceite, de los principios ideológicos que motivaron la creación de un ente político para la defensa de esa cualidad impregnada en los documentos que les dio sustento y vida a su creación, volviéndolo vulgar y reducido al interés de poder, el cual, sume en la ignominia el honesto impulso que debe reflejar su creación.
La unión de partidos, en principio, de pensamiento divergente, promueve un proyecto de condiciones incongruentes como base de su plataforma política, más cercana a la conveniencia que al interés por resolver los conflictos apremiantes que sufre la sociedad.
Pongamos por ejemplo la coalición del PAN, PRD y MC, ¿en dónde pudieron haber encontrado la posibilidad de amalgamar la ideología de uno y de los otros institutos políticos?, cuando históricamente uno es de clara tendencia de derecha y los otros de izquierda, ¿qué interés comparten? ¿En verdad es la búsqueda del bienestar social?, ¿con qué fundamento ideológico?
Uno de los negocios más redituables en México, es la creación de un partido político. El sistema de partidos ha dominado en el quehacer político de México, por las condiciones ventajosas que consiguen los representantes del pueblo en las cámaras y en posiciones privilegiadas para asegurar la continuidad de las libertades y seguridad financiera, hipócritamente controladas por una autoridad a modo, que debería garantizar una exigencia mínima de respeto, que se diluye por la tibieza de su posición.
Sin embargo, no es tanto la condición de privilegio de la que gozan los institutos políticos que debe preocupar más, es el Presidencialismo, al que hemos estado acostumbrados por muchos años, ésta, es una condición caduca que debería ser reemplazada por una actualidad contemporánea y más apegada a la realidad que se vive en el mundo, del cual no podemos apartarnos por la amenaza que representaría expirar como nación, mandando una falsa señal de ser incapaz de incrustarse a una moderna política exterior.
Al Presidente, quien representa el más alto cargo que existe en México, le ha sido permitido actuar con absoluta libertad, aunque en apariencia debería lidiar con el parlamento, pero en la práctica, poco se da, no existe ese equilibrio Republicano que evitaría en gran medida, caer en los problemas que representan las malas decisiones de una sola persona.
Independientemente de lo señalado anteriormente, la decisión de elegir al Presidente de este país, debería tomar claridad mental del ciudadano, a partir del examen de conciencia que resuelva la preponderancia que debería representar esa elección, fijándose en sus virtudes, en su preparación, en su actuar, para descubrir el rumbo que con él tendría el futuro nacional, especialmente respecto de los temas más importantes por atender a favor de la comunidad.
Pero esto no sucede en nuestra sociedad. Veamos, en la elección reciente que se llevó a cabo en el Estado de México, para elegir al gobernador de la entidad, y en la que resultó vencedor el priista Alfredo del Mazo Maza, si, como se supone, la sociedad hizo un examen de conciencia, y valoró y calificó a cada uno de los contendientes, con base en el conocimiento de los problemas que la aquejan, del territorio que lo compone, de las diferencias sociales que existen a lo largo y ancho de su territorio, de las necesidades de cada zona, de la preparación e inteligencia del candidato, sin duda, después de quién resultó ganador, los demás no deberían haber quedado en las posiciones que obtuvieron, ya que bajo ese criterio, el segundo lugar hubiera correspondido a Juan Zepeda del PRD.
Aunque así no sucede, el votante se deja llevar más por sentimientos de enojo, decepción y hartazgo, que por conciencia, para emitir el sufragio a favor de tal o cual candidato, en consecuencia, y de no resultar las cosas como las esperaba, acusa ser víctima de un engaño más, aunque aparentemente fue más el deseo de finalmente creer en alguien, que en aceptar la responsabilidad de haberse equivocado en su elección.