Aristóteles consideraba que, la virtud es el justo medio entre dos tendencias humanas opuestas, que pueden llamarse, en general, exceso y defecto. Defecto, cobardía, y exceso, temeridad; pero este justo medio no es un simple término, ya que, como ejemplo mencionado, no es el valor, una tibia mezcla de cobardía y temeridad, que solo sería una actitud mediocre, sino lo justo que es, a la vez, un término medio y un extremo, como si fuera el ángulo vértice de un triángulo ubicado entre dos ángulos de la base, pero superior a ambos. Y así este justo medio no podrá tener ni exceso ni defecto.
Las virtudes sirven de coadyuvantes, y a través de su práctica continua y perseverante, y ello unido al estudio de la propia esencia, conduce a la perfección.
Fundamentalmente con el dominio de la voluntad, observación y atención constante sobre sí mismo, y desde el “ser” se llega al dominio de la mente, el cuerpo y las emociones.
La palabra virtud deriva del latín virtus, virtutis, que significa fuerza, poder o potestad. Es, por lo tanto, una capacidad espiritual, una fuerza esencial divina, por excelencia, que crece y se aviva con la actividad, y, por lo tanto, capacita al ser humano para la lucha interior, contra las bajas pasiones y tendencias; los malos hábitos y las inclinaciones negativas. Lo capacita para realizar el bien y perfeccionar la naturaleza inferior. El camino de la virtud es absoluto por cuanto conduce a una realidad espiritual que lleva el signo de la perfección.
Hay más de cien clases de virtudes. Prudencia, justicia, fortaleza y templanza. ¿Cómo es el ser humano? Debe ser libre y de buenas costumbres. No darse por vencido para nada. Ser y estar en el momento en que debe estar. Ser una persona seria, trabajadora; darle importancia a lo que se debe… y la secreción. Lo guardado, lo íntimo. No hay tonos grises. Hay que encontrar ese equilibrio. O blanco o negro.