Los estudios de opinión –en su gran mayoría- indican que hay una intención de voto a favor de morena (y sus posibles aliados) para la próxima elección de la gubernatura del Estado de México. Algunas empresas encuestadoras reflejan, como intención de la ciudadanía a favor de morena, más del 45 por ciento y el resto de los partidos (incluidas las posibles alianzas) no alcanzan –ahora- a superar ese porcentaje. Sin embargo, nada está escrito.
Por ejemplo, en 2005, durante los meses previos a la elección por la gubernatura e incluso al arranque de la contienda, se mostraban datos que preveían un triunfo del Partido Acción Nacional y su candidato, Rubén Mendoza Ayala (QEPD).
No ocurrió de esa manera. Una campaña errática, contradictoria y aparentemente disruptiva, pero que no logró conectar con la ciudadanía fue uno de los motivos. Además, el PAN no tenía la estructura ni las bases en todo el estado para convocar y convencer el voto a su favor. Se sumaron errores que cometió directamente el entonces candidato.
Del otro lado, se operó una campaña sistemática, ordenada y se aprovechó el carisma del candidato priista, Enrique Peña Nieto, aunque era desconocido para la mayoría de la gente.
En aquel momento, brincando la norma electoral (que no implicó una violación grave en aquella ocasión), se colocó su fotografía en la parte posterior de los comprobantes de pago de peaje de la autopista México-Toluca. Durante algunos días –en tanto sus opositores y la autoridad electoral reaccionaban- se entregaron cientos de miles de comprobantes con la imagen del joven candidato, porque en aquella época no había pagos electrónicos ni dispositivos de prepago.
La “violación de la norma” también generó notas informativas en primeras planas y espacios principales en medios de comunicación como diarios, radiodifusoras y televisoras donde se mostraba su nombre y su rostro, además de comentarios de “opinadores”. Así, con esa estrategia disruptiva, en unos breve tiempo logró el conocimiento público que requería para hacerse más competitivo.
Por otra parte, su incipiente carrera política (director general de Desarrollo Político, subsecretario de Gobierno, secretario estatal de Administración y diputado local, todo en menos de cinco años) le daba como ventaja no acumular negativos. En ese momento no había escándalos que le afectaran. Finalmente, Enrique Peña Nieto ganó la elección por un amplio margen al obtener 1.8 millones de votos, superando 2 a 1 a Mendoza Ayala y a Yeidckol Polevnsky del PRD.
En la elección de 2017, las encuestas previas señalaban que Josefina Vázquez Mota –quien había competido por la candidatura presidencial en 2012 (contra Enrique Peña Nieto) y tenía un posicionamiento notorio en la opinión pública- tendría posibilidad real de ganar, considerando que 42 por ciento de los encuestados señalaba que “no votaría” por el PRI. Pero la campaña de Vázquez Mota se diluyó. Hubo confrontaciones internas y (según me cuentan) hasta “brazos caídos”. Se fue al cuarto lugar en la votación.
Esa condición propició que Delfina Gómez, candidata de morena, se colocara en la posibilidad real de ganar la elección. En los hechos no se logró el resultado, porque si bien la candidata –que repetirá en la contienda de junio de este año- no tenía negativos (que ahora sí tiene), tampoco mostró la experiencia y el carácter para desempeñarse en una candidatura como la que exigía el Estado de México.
Adicionalmente, el gobierno federal priista operó para convencer a los votantes (práctica tradicional en todas las estructuras gubernamentales, legal o no). Alfredo Del Mazo Maza y sus aliados ganaron la elección con poco más de 2 millones de votos y una pequeña diferencia de 169 mil 167 votos con respecto a Delfina Gómez.
Ahora en 2023, las encuestas previas indican que la candidata de morena está en la condición para ganar la gubernatura y las circunstancias iniciales parecen favorables, aunque ahora sí acumula negativos que no tuvo hace seis años. Este gobierno federal jugará a su favor y operarán lo necesario para que triunfe.
Sin embargo, nada está escrito.
Las campañas políticas en una elección tienen como objetivo establecer elementos diferenciadores y emocionales que “conecten” con la gente –con la mayoría de los votantes-, a fin de mostrar que la candidata (o candidato) cuenta con los atributos necesarios de liderazgo para ocupar una responsabilidad pública y más cuando se trata de una gubernatura tan compleja como la del Estado de México.
Adicionalmente, al interior de las campañas siempre se presentan diferencias (algunas notables y profundas) entre quienes integran los equipos y cuando esas dinámicas no se gestionan adecuadamente, la operación de la campaña se fractura y se pierden días valiosos y acciones que impactan en el resultado final. Y las ambiciones (enormes) que provoca la elección de 2023 –antecedente directo y simbólicamente muy poderoso para la presidencial de 2024- seguramente desatará las pasiones internas en los respectivos equipos.
Así que ni las encuestas ni los análisis tienen la posibilidad de vislumbrar el resultado, porque eso significaría dar por sentado que la ciudadanía no piensa, no siente, no analiza, no valora, no descarta y no decide. Ahora más que nunca la ciudadanía tiene acceso a mucha información y más elementos para -llegado el 4 de junio próximo- decidir quién gobernará el Estado de México.
PERCEPCIÓN
Guste o no, el presidente López Obrador ganó la agenda mediática frente a sus homólogos de Estados Unidos y Canadá. En la conferencia de prensa conjunta hizo lo mismo que en la mañanera ¿Cómo se sintieron ellos Biden y Trudeau? Cada uno lo sabrá y reaccionará en consecuencia.