Aún recuerdo cuando fui a comer a un restaurante y vi a una mujer con la cara marcada por los golpes. Su acompañante, comía con rapidez, mientras a ella le costaba trabajo tomar la cuchara. Ni siquiera debía investigar lo que había pasado, simplemente se notaba. Ella triste, con señas de llanto. Él, como muchos golpeadores, no dándole importancia a la situación, porque son cosas que pasan, son cosas que se pasan, son situaciones que nos sobrepasan.
La violencia doméstica está muy lejos de erradicarse, al contrario, ha encontrado nuevas y espeluznantes maneras de presentarse.
Desde pequeños maltratados por sus padres, golpeados hasta morir sin ningún tipo de remordimiento.
Niñas y niños que son violentados verbalmente, que terminan sintiéndose basura, porque así se los han hecho creer sus progenitores.
Los que son vendidos, abusados, olvidados, etc.
Solo pensemos en el último caso donde un hombre, después de matar a su pareja, se come su cerebro. Además de lo aberrante de esto, debemos centrarnos en que todo el tiempo esta mujer vivió con un asesino. Esto es un foco rojo. La violencia se genera en su manera más cruda en el hogar y ahí hay pocas posibilidades de defensa.
Como sabemos, existen diversos programas que apoyan a las mujeres abusadas, por ejemplo: la línea telefónica que atiende a mujeres en situación de violencia, los centros naranjas, púrpura.
También están las leyes que se han establecido para proteger, como la Ley de Acceso de las Mujeres a una vida libre de violencia, Ley para la erradicación y prevención de la violencia familiar.
Se han establecido hogares temporales, refugios, acceso a atención psicológica, jurídica, etc.
Es decir, el esfuerzo se ve reflejado en los programas nacionales, estatales y municipales, porque la situación es preocupante y amerita todas las medidas posibles para ponerle un alto al problema. Sin embargo, cuando revisamos los números, no bajan los casos, suben.
Esta pandemia social tiene que ver con una ideología construida sobre el machismo, sobre la idea de que las mujeres son objetos que se pueden desechar, golpear, matar, etc.
Por ello, debería, de nuevo, ponerse la salud mental como una prioridad. Trabajar en nuevas masculinidades que promuevan la igualdad de género y el abatimiento del machismo.
Empoderar a las mujeres es fundamental para ayudarlas a crecer y a salir de relaciones dañinas. Mientras una mujer sienta que tiene lo que merece, en ese momento, no hay ley ni refugio que la proteja. Una mujer que tiene una autoestima alta no permitirá que alguien la manipule.
Tomemos en cuenta que el enemigo está en casa y se escabulle con una sonrisa, con manipular su papel de padre o madre. Así que no miremos de soslayo cuando una mujer aguanta por sus hijos o por mantener junta a su familia. La idea de familia feliz no las ha vendido tan bien, que desfijarla no es tarea fácil. Es cierto, se queda porque no conoce otra cosa, porque siente que se va a quedar sola, porque teme la culpa de deshacer su hogar.
Debemos ser sororas y no criticar las situaciones y los contextos que desconocemos. Si realmente queremos poner nuestro granito de arena en contra de la violencia doméstica; requerimos ser empáticas con las mujeres golpeadas, con aquellas que se enrolan en relaciones tóxicas, porque creen que es romántico que alguien te niegue tu libertad. Recordemos que luchamos no solo con él o la violenta, también con la música violenta, las series violentas, las películas violentas.
Y no olvidemos que esa mujer violentada, no sufre solo por los golpes, las humillaciones, insultos, etcétera, lo que más la destruye es el miedo, ese miedo que la paraliza y hace que se quede a lado de su verdugo.