Poco valoramos el tesoro de poder meter a nuestro bolso un libro, menos el dar un click y que aparezca la información que le dictamos a Siri o Alexa para que la busquen y podamos informarnos en segundos de cualquier tema.
La cotidianeidad ha restado importancia al transitar histórico de lo que hoy gozamos. Probablemente, jamás ha ocupado tiempo para reflexionar en que los primeros escritos fueron en piedra dando paso a las tablillas de arcilla, madera, cera o metal, objetos poco prácticos para la escritura y más para la lectura, ¿Quién podría viajar con la famosa piedra Roseta a cuestas como libro de bolsillo en unas vacaciones o con las tablillas de Tartaria?
La realidad es que el cuidado del papiro o de las pieles aún las vitelas sería catastrófico, impensable disfrutar de su lectura junto a una chimenea con una copa de cabernet.
Irene Vallejo se tomó el tiempo para narrar en casi 500 páginas la maravillosa historia de cómo fue que hoy contamos con el papel y los libros tal y como los conocemos. Su libro “El infinito en un junco” te prende y no te suelta, logra que entre egipcios, griegos, rumanos, orientales y natales europeos, se escape la gratitud de cada poro por la enorme fortuna de haber nacido con el privilegio de la celulosa paginada. Más allá, de disfrutar de las olas prefirió poder dejar impresa parte de la historia dando pequeños golpeteos en un teclado de una computadora portátil.
Tal vez, el acceso diario a estos privilegios, nos han hecho perder de vista toda la historia y vicisitudes que hubo que pasar, para los avances que disfrutamos. Vale la pena recordarlo a fin de que no vayamos a naufragar omitiendo la lectura, la escritura y el pensar.
A veces solo bastan unos minutos al día para abrir un libro y nos transporte a un mundo de conocimientos. No olvidemos que alguien se dedicó y vale la pena leer lo que escribe.