¿Cómo debe comportarse un hombre verdadero? ¿Un hombre verdadero no debe llorar? ¿Un hombre verdadero debe vestir siempre como “hombre”?
Quizá este tipo de cuestionamientos los tuvo que enfrentar Coco Chanel, una mujer que rompió los acartonados estereotipos de la Belle Époque, impulsando desde el mundo del diseño una línea más informal y cómoda, sin corsés ni pomposos adornos, incorporando el uso de pantalones, en medio de los cuestionamientos de la moral imperante.
La incorporación de las mujeres en la industria durante la Segunda Guerra Mundial desempeñó un papel fundamental en la aceptación del uso de los pantalones como parte de su atuendo laboral.
Con la revolución femenina se incorporó el uso del pantalón como una forma de protesta frente las normas restrictivas y una afirmación hacia la igualdad de género.
En 2017, en medio de una oleada de calor, un grupo de niños ingleses decidieron asistir a clases en falda en protesta por el reglamento que les impedía ir con pantalón corto. Esta acción fue más allá de una simple elección de vestimenta, ha inspirado un cambio positivo en la percepción de la moda en los hombres, desafiando los estereotipos de género y promoviendo una moda más inclusiva y diversa.
En los últimos años, han cobrado relevancia los llamados femboy; hombres que adoptan expresiones y características que tradicionalmente se asocian con la feminidad, desafiando así los estereotipos de género convencionales; hombres que se sienten cómodos usando falda, pintándose las uñas, usando el cabello largo o aretes.
Esta manifestación ha generado debates y discusiones en la sociedad, algunas personas mostrando apoyo y aceptación, mientras que otras manifiestan sus prejuicios y discriminan a aquellos que no se adhieren a las normas convencionales, a no ser que sea Brad Pitt, Harry Styles o Lewis Hamilton.
Los femboys y otras personas que desafían los estereotipos de género merecen ser tratados con dignidad y respeto, sin ser objeto de discriminación ni violencia.
Es necesario promover una cultura de inclusión y respeto, para avanzar hacia una sociedad más igualitaria, donde cada persona pueda expresarse libremente sin temor a ser juzgada o rechazada.
Debemos comprender que a un hombre o una mujer verdadera no los define su vestimenta, su sensibilidad, ni su identidad o preferencia sexual. Debemos tener claridad de que no existe una única forma de ser “verdadero” hombre o mujer, que esa idea es arcaica y restrictiva; un prejuicio que ha generado discriminación y marginación de muchas personas a lo largo de la historia.
Escribo desde la comodidad de mi habitación, enfundada en unos pantalones, con una taza de café en la mano, mientras escucho el sonido de la lluvia y reflexiono sobre los usos y costumbres que imperan en muchas de nuestras comunidades y que hace unos meses obligaron a Paola, una niña oaxaqueña de 12 años, a cambiarse de escuela por negarse a usar falda como parte del uniforme.
Escribo como una mujer que abraza la idea de que ser “verdadero” significa defender la autenticidad de uno mismo.
Escribo anhelando un mundo en el que la grandeza de lo humano radique fundamentalmente en nuestra capacidad de amar.