Siempre me he preguntado por qué, en diversos países con un desarrollo democrático, económico y social importante, son elegidos gobernantes realmente destructores. Estas elecciones suelen propiciar mayor delincuencia, resultar en un aumento de la corrupción y generar mayor pobreza e impunidad. Sin embargo, las y los ciudadanos parecen no darse cuenta de las consecuencias de sus decisiones.
Raquel de la Morena, en un video que circula en YouTube, narra la teoría de la estupidez. Por cierto, no se preocupe por el título de esta publicación; si usted está leyendo estas líneas, con mucha seguridad está fuera de esa clasificación. La autora nos narra la vida de Dietrich Bonhoeffer, un pastor luterano, teólogo y disidente antinazi, que en 1944 se planteaba que el ascenso de algunos políticos solo podría explicarse por la estupidez humana. En su cautiverio, Bonhoeffer reflexionaba sobre cómo era posible que un pueblo considerado civilizado, amante de la cultura, la ciencia y el arte, hubiera auspiciado y permitido que Hitler alcanzara el poder absoluto. Bonhoeffer llegó a la conclusión de que la causa era la estupidez humana. Este pastor luterano escribió que se puede protestar contra el mal, exponerse e incluso prevenirse mediante la fuerza si es necesario, pero contra la estupidez no sirve nada. Si alguien quiere persuadir a un estúpido, las razones que se le puedan presentar caerán en oídos sordos; son personas que están muy satisfechas de sí mismas. Si se les plantean argumentos que contradicen sus creencias, por un lado, nunca los creerán; se mantendrán firmes en su opinión sin importar las pruebas presentadas, y por otro lado, les restarán importancia ignorándolas. Incluso se corre el riesgo de que intenten atacar a quien consideran su contrario.
De la Morena ahonda en la exposición de Bonhoeffer sobre este fenómeno y nos dice que la estupidez humana no es un defecto intelectual; es un defecto humano de la personalidad. No es tampoco de capacidades; no es congénito. Cualquiera podemos volvernos estúpidos en determinadas circunstancias. La estupidez se apodera de uno con facilidad cuando estamos integrados en un grupo amplio. Las personas que viven en soledad tienen un menor impacto de este defecto. Así, pareciera que la estupidez no es tanto un fenómeno psicológico sino sociológico. Cuando lo permitimos, son las circunstancias externas, las circunstancias de socialización, las que nos llevan a la estupidez. Todo fuerte aumento del poder en la esfera pública, sea político o religioso, infecta de estupidez a una gran parte de la humanidad. "El poder de uno", afirmaba Bonhoeffer, "necesita de la estupidez del otro".
Nadie está exento de este fenómeno. Nuestra capacidad crítica puede fallar, puede atrofiarse y se debilita hasta desaparecer. En función de las circunstancias emergentes, los seres humanos podemos llegar a adoptar el pensamiento de la masa y asumir como propios los argumentos que procedan de la figura de poder. En una dinámica así, las personas se vuelven estúpidas y retroalimentan el poder de la figura en ascenso; es decir, se crea un círculo vicioso.
El análisis de Bonhoeffer muestra que las ideas políticas malvadas, incluso perversas, que surgieron en la Alemania nazi, como el racismo, la esterilización forzosa, la persecución de minorías (en nuestro país y en nuestro tiempo podríamos mencionar la suspensión de la construcción del NAIM, invertir en una refinería, deforestar selvas, la impunidad en SEGALMEX, destruir el sistema de salud y generar desabasto de medicamentos, entre otros), a la gran mayoría de la población no les interesaban porque estaban más preocupados por su economía y la situación política. Así que cuando surgió una figura carismática, que ofreció trabajo, pan, estabilidad y espacio vital a base de conquistas y recobrar el orgullo nacional pisoteado por las humillantes condiciones del Tratado de Versalles, aceptaron sus argumentos y sin reflexionar demasiado lo siguieron (como pasó en México en 2018). Bonhoeffer sostenía que conversar con una persona estúpida es como hablar con una consigna, con un lema; están como hechizados, cegados y maltratados, incluido abusados en su mismo ser. La persona estúpida se convierte en una herramienta sin sentido y será capaz de cualquier mal y al mismo tiempo incapaz de ver qué es malo. Cuando se llega a esta situación, los seres humanos son destruidos de una vez por todas y aun así siguen creyendo en las consignas del poderoso.
Unos años después, en 1976, Carlo Cipolla, economista italiano, publicó un ensayo en el que propuso cinco leyes básicas sobre la estupidez y cita a Jeremy Bentham con su máxima "todo acto humano, norma o institución debe ser juzgado según la utilidad que tiene, esto es, según el placer o el sufrimiento que producen". Este mal, señala, se manifiesta en gente inteligente, cualificados e incluso con alto coeficiente intelectual.
Repasemos las leyes de Cipolla. La primera ley: siempre e inevitablemente subestimamos la cantidad de estúpidos que hay en circulación. Tenemos que estar atentos y vigilar nuestro entorno; la gente puede parecer inteligente, pero nos puede sorprender con brotes de estupidez. La segunda ley: la probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra de sus características como sexo, religión, clase social, ambiente o capacidad cognitiva; la estupidez se distribuye de manera uniforme en la población. La tercera ley, considerada por Cipolla como la más importante: una persona estúpida causa pérdidas a otra persona o grupo de personas sin obtener provecho para sí, o incluso creando un perjuicio para sí mismo. A partir de esta ley, Cipolla estableció cuatro categorías para clasificar a los seres humanos en función de su comportamiento y valorando los beneficios o pérdidas que causan a los demás y a sí mismos. Estas categorías son: inteligentes, generan ganancia propia y a los demás; malvados, obtienen ganancia propia y generan perjuicio a los demás; incautos, generan perjuicio a sí mismos y ganancia a los demás, y estúpidos, generan perjuicio a sí mismos y a los demás.
La cuarta ley dice que las personas no estúpidas siempre subestiman el poder dañino de los estúpidos y olvidan constantemente que, en cualquier situación, relacionarse con estúpidos siempre resulta un error costoso. La quinta ley: el estúpido es el tipo de persona más peligrosa que existe, y en esta categoría, los más amenazantes son los estúpidos con poder. Y, por desgracia, las masas de estúpidos, a través de sus votos, logran que el porcentaje de estúpidos que ocupan puestos de poder se mantenga aterradoramente alto. La progresión en la decadencia de una sociedad está marcada por el poder de los estúpidos y la permisividad de los demás grupos. Una sociedad cuyos puestos de poder están en manos de estúpidos entrará en decadencia, mientras que una sociedad que evite que se tomen decisiones estúpidas prosperará.
Nuestra sociedad, cada uno de nosotros, somos el arquitecto de nuestro propio destino. Nuestro presente y nuestro futuro dependen de nuestras acciones. Antes de definir una preferencia política y emitir un voto, evaluemos fríamente los resultados de nuestros gobiernos. Debemos comprometernos con inteligencia y evitar caer en la estupidez colectiva. No dejemos que nos contagien de este mal. Mantenernos informados y con la mente abierta a otras opiniones fortalecerá nuestro pensamiento crítico. No nos dejemos llevar por la masa; tenemos que resistirnos a ser absorbidos por la estupidez. Elijamos adecuadamente en el proceso electoral que empieza.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.
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