En esta segunda colaboración del año, nunca es tarde; quiero expresar mis mejores deseos de éxito a quienes me acompañan con su amable lectura. Lamentablemente, no me extraña que en estos primeros días de 2024, polarización fuese escogida como la palabra del año por la Fundación del Español Urgente (Fundéu, promovida por la Real Academia Española y la agencia EFE). Polarizar significa orientar, en dos direcciones contrapuestas, a un enfrentamiento entre grupos y opiniones políticas diferentes que se traduce en una división en la sociedad.
No es para menos que Fundéu haya elegido esta palabra. Este año, literalmente, medio mundo irá a las urnas para elegir gobernantes. Las amenazas a esos procesos democráticos son el clima y los fenómenos naturales, los conflictos armados (cuyo origen está justamente en la polarización y generan guerras), así como las fake news. En México, la amenaza que pende sobre nuestras cabezas es la crisis de las finanzas públicas originada por el gobierno federal debido al dispendio de dinero en rescate de quimeras (Pemex y CFE), compra de voluntades con “programas sociales” y gasto en obras faraónicas sin utilidad (ni económica ni social); a la escasez de energía y, sobre todo, a un Estado frágil para combatir la inseguridad y dar certeza jurídica a los inversionistas. Además, no descartemos la recesión económica que pudiese presentarse en EE. UU.
Uno de estos muy mexicanos retos es el democrático, pues tendremos las elecciones (federal y locales) más competidas y con el padrón electoral más grande de nuestra historia, en un ambiente de debilidad institucional que empieza a observarse tanto en el INE (debido a los cambios y renuncias recientes) como en el tribunal electoral, que pueden terminar por doblegarse ante el poder presidencial omnímodo.
Para el Estado de México, el 20 de enero se avecina como fecha fatal por la presentación de las coaliciones que competirán y se desvelará qué partido encabezará cada distrito o municipio. Es innegable que la designación de candidatos representa un conflicto interno en cada partido; con ella termina un proceso de cabildeo entre partidos muy reservado que resulta en la definición de personas que serán candidatas y candidatos. En este punto, quisiera manifestar que es lamentable que la participación social en este aspecto es muy marginal.
Justamente, esta última mención es el tema. Los partidos políticos por ley controlan el acceso al poder, pero no están facilitando la participación ni de la sociedad ni de sus propios militantes. La Dra. Flavia Freidenberg, en su artículo “Mucho ruido y pocas nueces”, establece que, para tener altos niveles de democracia, los partidos políticos deberían tener una serie de cualidades, entre otras: a) mecanismos de selección de candidatos competitivos; b) participación de los afiliados tanto en definir candidaturas como en formar órganos de gobierno (interno); c) activa influencia y discusión respecto a posiciones programáticas; d) respeto a los derechos de sus miembros; e) control efectivo y posibilidad de revocatorio mandato otorgado a sus dirigentes y f) líderes y candidatos deberían ser elegidos por mecanismos competitivos y decisiones inclusivas.
Sin embargo, esto último no es debidamente interpretado por las dirigencias partidistas y los conflictos en la vida interna de cada partido serán evidentes. Los inconformes con esas determinaciones, las facciones diferentes a las de la o el candidato designado, nos dejarán ver las discrepancias en la vida intrapartidista, justo cuando se requerirían mayores niveles de transparencia y participación interna para evitar escisiones.
Hoy debemos estar conscientes de que la democracia está en riesgo no solo por la debilidad institucional, sino también por la percepción entre las y los ciudadanos de que es ineficaz para resolver los problemas sociales. Los dirigentes partidistas tienen la obligación de interpretar el sentir social en un mundo polarizado, la competencia que se da en contra de una elección de Estado. Tienen el deber de ser visionarios, evitar desigualdades e incluir al mayor número posible de personas, no solo de sus militantes, sino también de la sociedad.
Tenemos la gran oportunidad de revertir la debilidad y la crisis de los partidos políticos, así como de fortalecer la vida intrapartidista. La competencia interna con reglas claras para elegir a los más competitivos en el exterior seguramente no dejaría conformes a todos, pero en cuanto a capacidad política, talento, preparación y cercanía ciudadana nos hará más fuertes, porque sin importar que la o el candidato sea de mi grupo (o incluso de mi partido), esta decisión no puede ser de cuotas o de cuates. También debería considerarse un número de candidaturas para la sociedad civil. Aunque tenemos el tiempo encima, debemos entender que esto es lo requerido para enfrentar una elección de Estado. Se trata de impulsar la competitividad, no la popularidad.
Me uno a quienes han manifestado que esta puede ser la última oportunidad de que los ciudadanos podamos ejercer plenamente nuestros derechos políticos en una elección libre. Por cierto, también serían afectados aquellos que, sin saber o sin querer, se dejan llevar por la costumbre presidencial de atropellar la legalidad y vender como buenas acciones que limitarán nuestro desarrollo personal, familiar y social.
Debemos aspirar a vivir en un país donde se respete la legalidad, tengamos seguridad y un medio ambiente sano, fortalezcamos instituciones de transparencia y control a los gobernantes y los partidos políticos, si fuera el caso. Habrá futuro cuando decidamos dejar nuestra zona de confort y definamos cómo queremos vivir. Y, sin lugar a dudas, la única forma hoy es participando activamente y saliendo a votar el 2 de junio. Como bien lo dijo Xóchitl el domingo pasado, tendremos que dar la batalla de nuestras vidas para defender la vida, la verdad y la libertad.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.