Es de noche y usted regresó a su cuarto de hotel; hace calor y va a darse una ducha, pues ha sido un día de intensa actividad laboral. De pronto alguien llama a su puerta con insistencia, sin usar el timbre mediante golpes fuertes; escucha del otro lado que hay que desalojar el edificio porque hay un incendio. Cuando abre la puerta usted se percata que las personas están saliendo rápidamente –algunos en pijama–, usted no sabe qué hacer pero su instinto le obliga a salir de inmediato; no sabe si trae consigo el teléfono, la cartera, las llaves del auto –imposible agarrar la maleta y recoger cosas– pero instintivamente ya está bajando las escaleras de emergencia que nunca antes había visto y que jamás imaginó conocer; no hizo falta buscar los señalamientos de salida de emergencia, ni tomar un extintor, ni saber si alguien con chaleco color naranja, casco y silbato está coordinando la salida –como en los simulacros de la oficina–.
Por fortuna las escaleras tienen barandal, nada obstruye su paso y están iluminadas. No escucha ninguna alarma, silbato, o palabras de “no corro, no grito, no empujo”, como suele escucharse en los simulacros –año tras año el 19 de septiembre– y que parece hoy no necesitar. Usted sabe qué hacer: llegar al final de la escalera a como dé lugar. Lo logró. Se ha salvado. Enseguida mira hacia arriba y no ve nada aterrador como en las películas –la clásica escena del edificio ardiendo–; aún no llegan los bomberos y las luces de las patrullas de la policía iluminan las caras desconcertadas de los huéspedes plantados al pie del edificio. Se percibe un caos sobre la acera y el arroyo vehicular. Se escucha un intenso barullo. ¡Quién pone orden, caray! Los policías no logran retirar a la gente que se acumula al pie del Hotel y obstruyen el paso de los vehículos que aún circulan. ¿Por qué no han cerrado la calle? Usted comienza a pensar en las cosas que se quedaron dentro de la habitación, entre ellas su teléfono celular que se estaba cargando (ahora está incomunicado), pero afortunadamente trae consigo su cartera y las llaves del coche para moverse, pues aún no se quitaba el pantalón para ducharse.
Siguen saliendo personas del hotel; a lo lejos se escuchan las sirenas de los cuerpos de emergencia –ya no tardan, piensa usted– Nadie acordonó la zona con cinta amarilla, ni están dirigiendo a las personas hacia un lugar seguro con banderolas y transiconos –como cada año en los simulacros–; en medio de un mar de curiosos, los desalojados, personal del hotel y automovilistas no saben qué hacer, al menos eso parece. Por fin llegan los bomberos, protección civil y ambulancias; el caos se incrementa y el ruido de las sirenas lo estresan más todavía. Mediante gritos los elementos de protección civil y policías intentan retirar a la gente que se agolpa para curiosear y tomar video con sus teléfonos –qué ven y qué graban, usted se pregunta–. Nadie les ayuda, son más las personas que están paradas, mirando y obstruyendo el paso, que aquellas que toman conciencia y se retiran.
Los vulcanos –como se les conoce a los bomberos– comienzan a desplegar sus equipos y herramientas sobre el piso, extienden mangueras, corren, entran y salen. “El incendio está dentro de una bodega del hotel donde se guarda material de limpieza y papelería”, informa un bombero al que parece ser el Comandante de la operación. Los paramédicos ya atienden a un par de personas con crisis nerviosa. Siguen sin verse personas con chaleco, casco y silbato, como en los simulacros de cada año, ayudando y tomando lista de las personas evacuadas; nadie ha tomado un megáfono para dar instrucciones invitando a retirarse hacia una zona segura y llevar un registro por piso, por área de trabajo, por habitación. ¿Cómo saber quién falta por salir del edificio? ¿A quién se le pregunta?
Los cuerpos de emergencia en el lugar –que no rebasan una veintena y la mayoría son muy jóvenes– deben dedicarse a extinguir el incendio, realizar labores de búsqueda y rescate, atender a los posibles heridos; delimitar zonas de riesgo y verificar potenciales peligros que agraven la situación, pero se ven interrumpidos y distraídos por imprudencias y cerrazón de personas que no se quieren retirar, que estorban –incluso algunos quieren entrar, arriesgando su vida– y entorpecen las acciones. Sigue sin haber orden. El Comandante dirige las operaciones para controlar y sofocar el incendio; los jóvenes de protección civil y policías siguen intentando acordonar la zona para poder trabajar. Desafortunadamente, las personas que no tienen nada que hacer ahí, permanecen, tomando videos, estorbando, desconociendo que la mejor manera de ayudar en una emergencia es retirarse y ponerse fuera de riesgo.
Por razones de espacio detenemos aquí esta breve crónica. Sin duda usted tiene algunas dudas, opiniones y puntos de vista sobre esta historia que se repite todos los días en nuestro país. ¿Por qué nadie hizo nada por organizar la salvaguarda de las personas evacuadas? ¿En dónde estaba la Unidad Interna de Protección Civil del Hotel? ¿Por qué tardó en llegar el auxilio y porque son tan poquitos los elementos de protección civil? ¿Cuál es la mejor manera de conducirse durante una emergencia? No interferir en las operaciones de emergencia: no estorbar, obedecer instrucciones y respetar la cinta de acordonamiento. Con eso es suficiente. ¡Que su semana sea de éxito!
Hugo Antonio Espinosa
Funcionario, Académico y Asesor en Gestión de Riesgos de Desastre
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