El comportamiento político consiste en las acciones de las personas -en los ámbitos psicológico, emocional, conflictivo y conductual- que influyen en un colectivo amplio de personas, en asuntos de interés público y cuyas acciones impactan en el orden social. También son las acciones que ordenan, regulan o prohíben a la sociedad en su conjunto -o a un sector en particular en cualquier campo- y que se traducen en normas o reglas.
Adicionalmente, el comportamiento político se manifiesta en las decisiones que distribuyen, asignan, movilizan o extraen recursos y que producen bienes o servicios en general, además de que también se expresa en comportamientos, acciones o planteamientos sobre lo que debe -o no- hacerse.
En ese sentido, quienes tienen posiciones de liderazgo producen fenómenos sociales y ambientales ajenos a las personas, por lo que la Psicología Política (Dorna, 2002) aborda e integra las urgencias sociales que se expresan en el diagnóstico de las crisis presentes, la construcción de instrumentos de gestión social, la reorientación de la educación, la atención de la salud o la respuesta ante emergencias que se presentan en una sociedad o sector determinado.
Por ello, el liderazgo y el comportamiento político están vinculados a través de la conciencia política, es decir, esa capacidad de quien posee autoridad y/o poder para influir en los asuntos públicos o de una organización, así como para resolver conflictos.
La conciencia política es tener la capacidad para interpretar -e interactuar- con las corrientes emocionales de la sociedad, así como para intervenir en sus relaciones de poder. Quienes poseen esa conciencia, “saben leer con precisión las relaciones básicas del poder, detectan en su percepción social [las] redes claves en las relaciones entre las personas (…) son capaces de comprender las fuerzas de grupos y organizaciones para dar forma a las visiones y acciones de seguidores y/o competidores” (García, 2006).
Esa conciencia implica que tienen la empatía para entender y leer la realidad externa al grupo que dirigen, de manera que tienen la capacidad para manejar el poder y la influencia social, “especialmente en el mantenimiento y distribución de percepciones, roles y beneficios”, explica Carmen García Núñez del Arco.
Desde esa perspectiva, observar el desempeño de quienes tienen poder y ejercen liderazgo en la sociedad es fundamental para entender hacia dónde se pueden tomar decisiones, porque cuando se carece de sensibilidad y estabilidad emocional, es posible conducir a una sociedad a conflictos mayores a los que normalmente se presentan.
Todo lo anterior cobra vigencia, a partir de que hace unos días el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump -fiel a su estilo de negociador duro-, hizo pública su determinación para aplicar aranceles de 25 % a todos los productos que envíen Canadá y México a su país, si ambas naciones no controlan el tráfico de las drogas que ingresa a la Unión Americana y si no detienen el flujo de migrantes, que ha sido una prioridad desde su periodo anterior como presidente.
En ese contexto, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, respondió -a través de una carta- al mandatario estadounidense, con respecto a la amenaza que hizo. Prácticamente, es la primera situación compleja que debe afrontar el gobierno de México, con la nueva administración, y evitar que este intercambio de mensajes se convierta en una crisis económica para ambos países.
Naturalmente, la presidenta estaba obligada a hacer una respuesta firme y no dejarse amedrentar por el -aún- presidente electo del vecino país del norte, y tratar de reducir el impacto que provocó. Le dejó entrever su -quizá- desconocimiento de la “política integral de atención a las personas migrantes”, así como el hecho de que “los encuentros en la frontera entre México y los Estados Unidos se han reducido en 75 % de diciembre de 2024 a noviembre de 2024”. Además, le expresó que la “epidemia de fentanilo” en los Estados Unidos “es un problema de consumo”. Habrá que esperar la reacción de Trump (si la hubiera y si no, el mensaje sería muy fuerte para México).
De ahí que esta circunstancia, pondrá a prueba el liderazgo y la conciencia política de la primera mujer que gobierna nuestro país y deberá acreditar sus competencias socioemocionales y cognitivo-emocionales, las cuales consisten en: 1) Capacidad de influencia social, 2) Experiencia en Comunicación, 3) Manejo de los conflictos, 4) Capacidad para ser catalizadora del cambio, y 5) Capacidad de liderazgo.
Por todo ello, la conciencia política se traduce en la capacidad de abrir nuevos caminos, siendo innovadores, de manera que se logre un liderazgo transformacional y todo indica que esa conciencia ahora será fundamental para los nuevos tiempos que se avecinan en la relación entre México y Estados Unidos.
#TodoComunica
A partir de enero, el fortalecimiento del equipo -personal y cercano- de la gobernadora, Delfina Gómez Álvarez, tomará posiciones estratégicas y de mayor influencia en el entorno político local. Este fin de semana se verán algunas señales, aunque la pelea al interior de Morena por la dirigencia estatal está en pleno apogeo.