El 8 de marzo se ha convertido en referencia de lucha. De clamor porque las cosas cambien. Las opiniones de cómo se protesta, las pintas, los gritos, los destrozos son los temas en los que se enfocan las personas.
Quizá deberíamos tener claro que el descontento no es amable, porque el entorno no lo es. Las acciones son agresivas porque solo encontramos violencia a nuestro alrededor.
Irrumpir en las avenidas. Escribir justicia en las paredes es nada, una pizca de lo que estamos viendo en estos momentos.
Miren a su alrededor. Una parte de la población está desapareciendo y la otra parte está buscándola.
El horror se ha apoderado de esta tierra. No creo que haya una sola persona en este país que no sienta que estamos en una película de terror al ver que nos faltan centros de salud, pero nos sobran campos de exterminio. Estos a su vez son centros de adiestramiento y esclavitud para miles de personas.
Dan escalofríos el mirar las pertenencias de todos los que murieron ahí, zapatos, maletas, collares, gorras. Lo único que cosechamos en este país son muertos, muertas.
¿Cómo me siento como mujer en este país, este 8 de marzo? Frustrada, dolida con todo lo que veo alrededor.
Más temerosa que nunca, de andar sola en la calle, de ir a la Papelería, de salir con una amiga, de ir a correr, de quedarme en casa, de llevar a mi hija a un café.
No hay peor terrorismo que tener miedo de vivir, de salir, de disfrutar, incluso de desear una vida mejor y engancharnos con una falsa oferta de trabajo.
Se confunden aquellos que piensan que el 8 de marzo solo es para causar alboroto. El desastre ya está, no solo se habla de las muertas, también de todos los que vivimos aquí presos de la injusticia y la barbarie.
Qué importa una ventana, si tenemos ranchos con crematorios clandestinos. ¿Será que cada estado tiene el suyo? ¿No te asusta que haya zapatos de todas las edades?
Los que se atreven a marchar por las ciudades, los campos, los ranchos, escuelas, edificios, montañas, carreteras y cisternas para buscar a sus hijos, hermanos, hermanas, hijas, primas, amigas, padres, también terminan muertos. ¿Eso no te duele?
No es la marcha, es la causa y mientras haya algo que no está bien no se puede más que gritar, aullar por cada espina que va clavando el sistema criminal. ¿Qué no se dan cuenta? Nos están matando a todas y todos.
Con el polvo de nuestros huesos van a hacer la próxima estatua en honor al valor femenino.
Y no con un sentido heroico, sino porque estamos juntando tantos huesos que se formará una gran montaña de dolor, una advertencia silenciosa de que seguimos vivos… por ahora.