Decía Ortega y Gasset: “soy yo y mis circunstancias, si no las salvo a ellas no me salvo yo…”, parafraseando lo anterior: somos nosotros y la violencia que, si no se resuelve, un día nos alcanzará. El grado de violencia al que hemos llegado, con crímenes aberrantes incluso actos de canibalismo, con diversas invocaciones a la santa muerte, lamentablemente, no es para nada extraño. Dice Javier H Suárez, maestro en criminología, que el horror que vemos se convierte en una ofrenda espiritual, porque el sufrimiento y la muerte son monedas con las cuales se obtiene poder y protección. Aunque el gobierno diga que el rancho Izaguirre en Teuchitlán no era un centro de exterminio, que sólo era un centro de entrenamiento y que la ropa era de personas que iban y venían; que no es cierto lo que todos vimos, que las madres buscadoras mienten, no obstante, los testimonios son múltiples.
“Todo esto es un acto de inspiración diabólica, es el resultado de la política de ‘abrazos y no balazos’ a nivel espiritual y simbólico”, añade Javier. El 1 de diciembre de 2018 fuimos testigos de un acto en el que el presidente se sometió a rituales de una religión pagana. Los líderes de esa religión le hicieron “una limpia” y ese fue su primer acto de gobierno. Esto es una declaración no sólo simbólica, es una declaración espiritual desde el poder.
Después vimos playeras con el nombre de López Obrador que además hacían apología de la santa muerte y al ser cuestionado dijo que era un acto de libertad religiosa. De esta manera, legitimó desde el poder un culto vinculado a crímenes rituales y a la violencia, dándole carta abierta, posicionándolo como símbolo legítimo del país. Morena incluso lo publicó en sus redes sociales. En el terrorífico descubrimiento del rancho había diversos objetos, enfrente un altar de la santa muerte. Era el centro espiritual, testimonio de sufrimiento de las personas que fueron ofrendadas en un ritual a la deidad mexicana.
Felipe Gaytán Alcalá, en su escrito Culto a la sana muerte en México del siglo XXI, afirma que los seguidores de la santa muerte están conscientes de que morirán en cualquier instante, sin saber cómo, cuándo o dónde. Entre los seguidores hay policías, prostitutas, narcotraficantes, politiquillos que apuestan todo por sus actividades. Desprecian la vida, la propia y la ajena, saben que eliminar a otros puede desembocar en que mañana ellos sean las víctimas.
Mientras la mayoría de las personas protegemos la vida, quienes rinden culto a la muerte, imploran su protección para una vida menos sufrida. Las armas y las influencias políticas de los seguidores de este culto satánico pretenden asegurar el éxito de sus operaciones. En sus rituales se realizan asesinatos de seres humanos y posterior uso de sus huesos como amuletos, no distinguen posición económica o estrato sociocultural. Incluso han realizado intentos para convertirse en asociación religiosa. Sus creyentes señalan que no pueden decidir sobre su futuro, sólo pueden encomendarse a la muerte como último destino, no hay futuro para ellos.
Nadie puede conocer el destino que nos espera, sólo Dios, y querer hacerlo es pretender igualarse a él. Según la Biblia Lucifer quiso hacerlo y cayó en desgracia. Sus creyentes se sienten excluidos, con necesidades, sin dinero, a veces necesitados de poder, más aún cuando se han fabricado una alta expectativa de vida llena de lujos y excentricidades, estereotipos de la riqueza.
Hoy lo que tenemos es una crisis de valores humanos, tratan y, en casos como este, implantan un nuevo orden espiritual; destrucción sistemática de los valores que han sustentado a la nación mexicana desde su fundación. Lo oculto, lo clandestino, ahora es descarado y aterrador; está al descubierto, es práctica que se ve desde la luz pública del poder.
Javier H. Suárez, refiere que le preguntaron al periodista y escritor José Gil Olmos, catedrático mención honorífica de periodismo de la UNAM, qué hacer. Y respondió con un concepto que me parece muy atinado: “…la única solución para México es un exorcismo colectivo, no un exorcismo a los criminales, no a los gobernantes de manera individual, sino un exorcismo a la estructura social completa de México”. Si México es un país atacado por Satanás, que Dios nos ampare.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.