Nombrarlas a ellas, respirar todas
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Nombrarlas a ellas, respirar todas

Jueves, 18 Septiembre 2025 00:10 Escrito por 
Matices Matices Ivett Tinoco García

Cuando era adolescente, escuchaba a mi abuela, a mis tías, a mi madre decir que una mujer, al dar a luz, “ya se había aliviado”. No entendía esa palabra, porque la asociaba con la enfermedad. Con el tiempo, cuando nacieron mis hijos, comprendí lo que significa ese alivio: el paso del dolor más intenso a la calma, a la certeza de que una nueva vida ya está en el mundo.
Esa comprensión es particular. Una mujer que no ha sido madre quizá no logre sentirla del mismo modo, y un hombre, mucho menos. El alivio del parto no es solo físico, es también simbólico: marca un tránsito, una experiencia que no se puede narrar desde afuera. Pienso que algo parecido ocurre hoy con nuestra historia. De la misma manera, el “alivio histórico” de escuchar a una mujer nombrar a otras mujeres en el balcón presidencial es una vivencia que solo quienes hemos sido silenciadas por siglos podemos dimensionar en toda su profundidad.

Durante generaciones, a las mujeres nos dijeron que la política, lo público, lo que define el rumbo de un país, no era nuestro lugar. Y, sin embargo, aquí estamos: escuchando en las arengas del 15 de septiembre de 2025 no solo a Hidalgo y Morelos, sino a Josefa Ortiz Téllez Girón, a Leona Vicario, a Gertrudis Bocanegra, a Manuela Molina y a tantas heroínas anónimas que sostuvieron luchas invisibles. ¿Son todas? No. ¿Es suficiente? Tampoco. Sin embargo, sí es un avance que esas mujeres, a quienes durante siglos se les negó un lugar en la historia, hoy sean nombradas en voz alta desde el balcón presidencial.

Ese momento no pertenece a un partido ni a una militancia. Pertenece a la lucha de muchas, de las que estuvieron antes y de las que hoy seguimos exigiendo igualdad. Es histórico tener a la primera Presidenta de México después de más de doscientos años de vida republicana. Y es histórico porque, en 2025, en todo el continente apenas tres países están encabezados por mujeres, y porque en la historia del mundo han sido muy pocas las que llegaron a ese lugar.

En América Latina, la lista es breve, casi simbólica: Violeta Barrios en Nicaragua en 1990, la primera en llegar al poder por vía democrática en la región; Mireya Moscoso en Panamá en 1999; Michelle Bachelet en Chile en 2006, quien incluso regresó por un segundo mandato; Cristina Fernández en Argentina en 2007; Laura Chinchilla en Costa Rica en 2010; Dilma Rousseff en Brasil en 2011; Xiomara Castro en Honduras en 2022; Dina Boluarte en Perú en 2022, aunque asumió tras la destitución de Pedro Castillo y no mediante el voto directo; y Claudia Sheinbaum en México en 2024. Cada una ha enfrentado resistencias particulares, y casi todas han sido juzgadas con una severidad mucho mayor que la que se exige a sus pares hombres. Su paso por la historia muestra tanto el camino abierto como los obstáculos que persisten.

México no es la excepción. A la Presidenta se le cuestionó incluso haber modificado la forma de nombrar a Josefa Ortiz, y, al mismo tiempo, no haber nombrado a muchas más. Y sí, hay deudas enormes: están las madres buscadoras, las mujeres desaparecidas, la violencia que no cesa, las niñas y niños sin guarderías ni escuelas de tiempo completo, la carga de los cuidados que sigue recayendo en nosotras. Es legítimo exigir más, exigir acciones y no solo palabras. Pero también es justo reconocer que algo cambió, aunque sea en lo simbólico: una mujer gritando el “¡Viva México!”, portando la banda presidencial, llamándose Presidenta.

No llegamos todas, pero no podemos negar que este paso nos abre la posibilidad de que vengan muchas más. Los símbolos no lo resuelven todo, pero nos recuerdan que no hemos luchado en vano. No es suficiente, pero es un comienzo. Y por eso vale la pena detenernos, mirar atrás, mirar adelante y reconocer que estamos en un punto de quiebre en nuestra historia.

El Foro Económico Mundial nos advierte que, si seguimos al ritmo actual, faltan aún dos siglos para alcanzar una igualdad sustantiva entre mujeres y hombres. Dos siglos suenan a eternidad. Esa cifra refleja la brecha salarial, la participación política desigual, la falta de acceso a cuidados, a recursos, a espacios de decisión. Pero también nos recuerda que lo que hagamos hoy puede acelerar o retrasar ese horizonte. La historia de las presidentas en el mundo y en América Latina demuestra que cada paso, aunque parezca aislado, abre una puerta colectiva.

Por eso, tener a una mujer presidiendo México, escuchar en las arengas los nombres de las que lucharon y fueron ignoradas, sentir ese momento simbólico… todo eso es un alivio, porque nos permite respirar después de tantos años de lucha silenciosa, de marchas invisibles, de resistencias calladas.

Pero este alivio no puede quedarse en un suspiro pasajero; debe transformarse en acción, exigencia y compromiso. La verdadera igualdad llegará cuando ninguna mujer tenga que demostrar su capacidad para estar al frente, cuando ninguna sufra violencia política en razón de género, cuando los cuidados no recaigan exclusivamente sobre nosotras, cuando ninguna desaparezca, y cuando la igualdad deje de ser un horizonte lejano para convertirse en la vida cotidiana.

Mientras siga existiendo una sola mujer víctima de violencia; mientras una sola gane menos que un hombre por el mismo trabajo; mientras se le exija más que a un hombre por la misma responsabilidad; mientras se le niegue a alguna el acceso a espacios, ascensos o reconocimiento laboral; mientras una mujer limite el desarrollo de otra o critique su lucha, debemos reconocer que el camino por recorrer sigue siendo largo.

Entonces, cuando esas condiciones se cumplan, cuando la justicia y la igualdad dejen de ser promesas y se hagan vida cotidiana, podremos sentir ese alivio verdadero: un alivio compartido, profundo, que nos reconozca a todas y nos permita respirar después de tanto dolor.

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Ivett Tinoco García

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