Cuando el Estado controla las palabras
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Cuando el Estado controla las palabras

Jueves, 20 Noviembre 2025 00:05 Escrito por 
Palabras al viento Palabras al viento Juan Carlos Núñez

Quien controla la narrativa, ¿controla la realidad? La “Generación Z” convocó a una marcha. Asistieron jóvenes y otros grupos sociales que protestaban contra la inseguridad, la violencia y la corrupción. Una manifestación genuina de los asistentes en diversas ciudades del país. Desafiaron la narrativa oficial del “pueblo feliz”, la promesa incumplida de seguridad y el aparato de control narrativo de Morena. La marcha convocada resultó significativa y constituyó una confrontación directa. La reacción gubernamental a esta movilización da para estudiar las metodologías de manipulación del régimen.

El gobierno no respondió con políticas, respondió con palabras. Analicemos la arquitectura del control narrativo que el régimen utiliza para neutralizar la disidencia. La respuesta combinó estigmatización presidencial, defensa física del poder y represión en el espacio público. Expuso que el régimen usa los recursos públicos no para gestionar el desacuerdo, sino para disciplinar y castigar a quienes confrontan su relato hegemónico, además de manipular sistemáticamente para desmovilizar y deslegitimar la protesta.

El relato básico de Morena se sostiene en elementos clásicos de la narrativa política sobredimensionados para maximizar la adhesión emocional. En primer lugar, la figura del líder mesiánico, el único intérprete de la voluntad popular y mediador moral. Este líder concentra el poder y se posiciona como víctima permanente del “complot conservador”, no acepta cuestionamientos sobre su autoridad moral y justifica cualquier fallo. Su proyecto de “transformación” es vendido como un destino inevitable e irreversible. Cualquier crítica es vista como un intento de detener la historia y exige obediencia entre sus seguidores.

El aparato centra su propaganda en la conferencia matutina presidencial, que pretende fijar la agenda e impide que temas incómodos para el gobierno, como la seguridad o las fallas administrativas, crezcan en la opinión pública. Desde el púlpito exhibe a sus críticos con nombre y apellido y preconfigura linchamientos en el ecosistema digital del régimen, que ha utilizado la manipulación semántica para redefinir conceptos fundamentales. Por ejemplo, el término “democracia” se ha reducido a la mera votación y al apoyo mayoritario; son innecesarias las instituciones de contrapeso o el respeto a las minorías. La “libertad” es equiparada con la obediencia al relato oficial. La “austeridad” se emplea para justificar recortes sin estrategia y “seguridad” ha devenido un sinónimo retórico de militarización progresiva del país.

Entre los incidentes de la manipulación se puede observar: primero, la colocación de vallas que, en la táctica morenista, representan una proyección de victimización y miedo. Así justifican la militarización del espacio público y contradicen la narrativa del respaldo popular. Las vallas se convirtieron en la manifestación física de la brecha existente entre la narrativa oficial de popularidad inexpugnable y la realidad de la desconfianza gubernamental y el temor al disenso, proyectando una imagen de debilidad extrema y paranoia. Son el símbolo de “bunkerización” del poder ante la crítica social.

Segundo, la exhibición de datos de jóvenes supuestamente convocantes representó una táctica de intimidación y criminalización, cuyo objetivo era imponer el “efecto chilling” (efecto desalentador). Usaron la autoridad presidencial para amenazar en flagrante violación a la ley.

Tercera, la actuación policial que tenía como objetivo asumir el papel de víctima para justificar la represión, la asimetría de la violencia empleada y desviar la atención de abusos. En lugar de detener a jóvenes manifestantes, deberían abrir carpetas de investigación por el exceso de la fuerza policial.

Cuarta, desautorizaron la marcha para deslegitimar su causa. Intentaron simplificar la protesta como un complot de “fifís” o desde el extranjero. Al final, la pretensión del gobierno es una contradicción flagrante entre su narrativa de progreso y la realidad palpable de crisis récord de inseguridad y corrupción, que puede provocar desconfianza en cualquier fuente de información y se puede traducir en una profunda apatía y desmotivación entre los gobernados.

¿Qué sigue a semejante embrollo? Para ganar la batalla de la realidad compartida, los ciudadanos de oposición democrática deben trascender la crítica reactiva y construir un relato alternativo y superior; la confrontación no sólo será electoral, será la lucha por el sentido común. No es suficiente denunciar los fracasos del régimen en materia de seguridad o economía. Debe articularse una visión de futuro que movilice la esperanza y la unidad contraria a la dicotomía de polarización. Este nuevo relato debe unir causas, no sólo partidos. El mensaje debe revalorizar el esfuerzo, el ascenso social y la pluralidad.

La “Generación Z” comprendió algo fundamental: en política moderna, controlar el lenguaje es controlar el poder. Si permitimos que el Estado monopolice la definición de realidad, la protesta se convierte en ruido. Recuperar la narrativa es recuperar la democracia.

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