Aún es común escuchar hablar de aquello que “define a una mujer De Verdad”: casarse (pero casarse “bien”), tener hijos (los que Dios mande), vestirse y comportarse “correctamente” (entendido ello en el sentido más conservador posible), sonreír discretamente, nunca salir “solas” ni a deshoras, desarrollar un alto sentido de la obediencia y del cuidado del “otro”, al punto de olvidarse del “sí”.
Y si bien todo ello sigue configurando la “esencia de lo femenino” en muchos más contextos de los que solemos reconocer, en algunos espacios, poco a poco, algunos de esos estereotipos se han empezado a desdibujar.
Algunas mujeres gozan de un poco más de “libertad” y ello ha permitido que las nuevas generaciones, lentamente, vivan con un poco menos de prejuicios morales.
Algunas mujeres se han incorporado al mercado laboral, no sin dificultades, y en muchos casos percibiendo salarios menores que los de los hombres, aún cuando ellos desarrollen actividades similares.
Algunas mujeres incluso han empezado a incursionar en profesiones distintas de las relacionadas con las labores vinculadas a las conocidas disciplinas de la hospitalidad (aquéllas que se interesan por el cuidado y servicio del otro): trabajo social, profesorado, servicios secretariales, enfermería, gastronomía.
Algunas sí, pero no todas. Incluso podría decirse que quienes han roto estereotipos no son siquiera mayoría, por no hablar de quienes han roto dicho estereotipos a pesar de sus propias creencias conservadoras. Es común, por ejemplo, ver cómo algunas de esas mujeres que se podrían considerar como “liberadas”, son las que miran con recelo a otras mujeres, cuando por ejemplo, llevan una vestimenta que rompe con los esquemas conservadores, o cuando simplemente actúan fuera de los estereotipos de lo que se considera tradicionalmente como actuar de una “mujer de verdad”.
La mujer, como parte del género humano, ha liberado poco a poco algunas de sus ataduras; pero aún falta mucho para proclamar que se trata de una batalla ganada.
La figura femenina se ha construido a lo largo de la historia de la humanidad de distintos modos y se ha dibujado con diferentes matices, de acuerdo con contextos socioculturales muy particulares.
Las mujeres han representado, desde siempre, una imagen crucial en la formación y conformación de estructuras sociales –sobre todo de carácter tradicional- y el papel que han desempeñado ha sido fundamental para dar vida y forma a la organización de los distintos espacios de carácter social, más aun cuando éstos denotan instituciones que generan vínculos y redes sociales.
El papel de la mujer en algunos círculos sociales se mira cada vez más pública; su presencia fuera de casa ha incrementado y su influencia en la toma de decisiones fuera del hogar y en asuntos de orden colectivo pesa cada vez más. Pero ello, lamentablemente, aún no es la norma, pero para lograr una transformación de gran calado es preciso modificar la estructura social desde la raíz.
En la medida que siga existiendo una sola mujer que sea víctima de violencia por su condición de mujer, en la medida que exista una sola mujer que por un trabajo similar al de un hombre gane menos, en la medida que a una sola mujer se le niegue espacio, ascenso o reconocimiento laboral, en la medida que una mujer limite el desarrollo de otra mujer o la critique por la lucha que está dando, en esa misma y justa medida debemos seguir pensando que falta mucho por camino recorrer.