Escribo desde lo simple y lo cotidiano, desde mis lazos afectivos, desde los lugares que me hacen feliz; escribo sobre mis silencios, mis sueños, mis relatos de viaje, mis dudas y mis encuentros. Escribo sobre luciérnagas o eclipses, hurgo los contornos de las pasiones o la inmensidad de los abuelos. Hoy escribo para darle motivos a la nostalgia.
Me despertó la alarma del celular; mientras la intentaba apagar, vi de reojo los mensajes que me habían llegado, me detuve a ver fotografías, puse un poco de música para no volver con Morfeo. Eché un vistazo a las noticias del día, saludé a algunos amigos, revisé la agenda de la semana. Aún no me incorporaba y ya me había conectado con el mundo.
Con quienes soy cercana generacionalmente todos aquellos que leemos el mundo a. C y d. C, saben que hubo una época en que para conectarnos de esta manera, requeríamos mucho más tiempo, dinero y esfuerzo. A los nativos digitales que leen el mundo antes y después de Internet, difícilmente se plantean lo que sería la vida sin conexión.
No sé bien quién conoce mejor esta historia: si los baby boomers o los miembros de la llamada generación X; si los millennials o los post-millennials. Para ser sincera, no sé bien quién es cada cual; quiénes son más apáticos o cínicos; quiénes trivializan más la vida o la vuelven intrascendente; quiénes resultan más insensibles o perezosos; quiénes han sido creados bajo el principio de satisfacción inmediata; quiénes viven en el desencanto y la apatía.
Esta necesidad, ¿o necedad?, reciente por etiquetarnos, según nuestra fecha de nacimiento. Era tan simple entender la época a la que pertenecíamos: edad antigua, edad media, edad moderna; generacionalmente nos diferenciábamos entre abuelos, padres e hijos.
En el mundo contemporáneo, resulta casi obligado catalogarnos y etiquetarnos. Los jóvenes de antes y de ahora han vivido entre prejuicios y estereotipos. Es cierto que los jóvenes se enfrentan ante un futuro más incierto y que la tecnología tiene un peso más significativo. Lo que vale la pena tener presente es que la incertidumbre sobre el futuro lo enfrentamos todos y que difícilmente podemos estar al margen de la tecnología.
Los problemas que encaran los más jóvenes son muy similares, por ello la catalogación generacional es por demás arbitraria. Los signos de nuestros tiempos de una u otra manera nos llevan a todos a los jóvenes y a los no tan jóvenes a coexistir en nuestra cotidianidad con la realidad virtual y aumentada; esa realidad que nos permite sumergirnos a otros mundos, experimentando con todos los sentidos la sensación de lo real; esa otra realidad que nos posibilita agregar elementos virtuales en tiempo real a nuestro universo físico.
La mayoría estamos enganchados en la sociedad del consumo, en las redes sociales, en donde el cambio vertiginoso y las crisis constantes forman parte de nuestra vida. Como diría Zygmunt Bauman:
Vivimos un tiempo líquido en el que los modelos y estructuras sociales ya no perduran lo suficiente como para enraizarse y gobernar las costumbres de los ciudadanos y en el que, casi sin darnos cuenta, hemos ido sufriendo transformaciones y pérdidas como la renuncia al pensamiento, la separación del poder y la política en un mundo en el que el verdadero Estado es el dinero y, entre otros dramas, la renuncia a la memoria, puesto que “el olvido se presenta como condición del éxito”.
Por ello, no importa la forma de nuestro caparazón: baby boomers, generación X, millennials, post-millennials; nuestra esencia sigue siendo la misma; muchos caminamos con cierta dosis de nostalgia porque hoy el tiempo corre tan de prisa, que se nos escapa sin sentir.
Para algunas personas la nostalgia es una manera de lidiar con la vertiginosidad de los cambios, nuestros recuerdos se convierten en un asidero. Como diría Paul Auster: “la memoria es el espacio donde una cosa ocurre por segunda vez”. En los tiempos que corren, parece también convertirse en un mecanismo de salvación.
Escribo y recuerdo al mismo tiempo.