Enrique Peña Nieto saldrá por la puerta de atrás de la historia, como uno de los peores presidentes en tiempos de crisis, quien presumía que con él “regresaban los que sí sabían” gobernar, pero que dio paso a los que sí sabían pero cómo robar, y de tu no en tumbo, llevó al país a la peor catástrofe económica, política y social, que nos tiene en un escenario sumamente complicado.
Despilfarros, robos descarados, negocios ilegales, gastos exhorbitantes en cualquier rubro, se dieron un día sí y otro también, sin que nadie hasta ahora fuera procesado. Por el contrario, el manto protector del poder se dio a su máxima expresión y hoy personajes como Gerardo Ruiz Esparza, secretario de Comunicaciones y Transportes, se ríen o burlan de la justicia.
En su sexenio, se han gastado más de 51 mil millones de pesos en materia de comunicación, para tener una de las peores imágenes de un Ejecutivo federal que se pueda recordar. Su vocero y responsable de la Coordinación General de Comunicación Social, Eduardo Sánchez, que llegó al cargo para aprender y nunca aprendió, carece de imaginación y talento pero posee el respaldo de Luis Videgaray y de Aurelio Nuño, que se encargaron de intrigar a David López Gutiérrez para que éste saliera de esa posición.
Fue tal el distanciamiento del sinaloense con el presidente Peña Nieto, que hasta su hijo del mismo nombre no pudo intentar repetir como alcalde de Metepec, Estado de México, porque ese espacio estaba reservado para la prima consentida, Carolina Monroy, que creía podía gobernar dicho ayuntamiento por segunda ocasión.
Hoy, tanto los priistas del Edomex como del país entero, le quieren cobrar la factura al presidente Peña Nieto por tantos errores cometidos, por tanta soberbia y arrogancia al pensar que ellos, los mexiquenses, eran de otra clase, elegidos para conservar el poder por generaciones, sin considerar que en en ese instituto político, había muchos profesionales del servicio público que mucho pudieron aportar en las actividades de gobierno, para que los resultados de la elección, no fueran tan lapidarios como los que llevaron a Andrés Manuel López Obrador a obtener un aplastante triunfo en la contienda presidencial.
MEADE PAGÓ LOS PLATOS ROTOS
Desde antes del inicio de la contienda electoral, hasta la finalización de la misma, José Antonio Meade fue rehén del presidente Enrique Peña Nieto, que determinó convertirse en su coordinador y estratega de campaña, colocando a colaboradores de él y muy cercanos al equipo de Luis Videgaray -el verdadero jefe-, en los cargos más importantes alrededor del candidato y dentro de la estructura del hoy anulado Partido Revolucionario Institucional, para que todo fuera aprobado y revisado desde Los Pinos.
Atado irremediablemente al cordón umbilical del Ejecutivo mexiquense, que le prohibió cualquier movimiento que no fuera aprobado por él, el candidato nunca pudo tomar distancia para deslindarse del gobierno más corrupto de los últimos 50 años. Meade Kuribreña tuvo que caminar con un enorme lastre y encarar a un pueblo lastimado, enojado, ofendido y dispuesto a cobrar en las urnas tanto abuso, tanta injusticia, tanto engaño.
Así se fue armando su derrota. Un hombre que sabía de fianzas públicas, de estrategias económicas, de contención de crisis de los dineros del Estado, de proyección sexenal para el crecimiento firme y ordenado; el que garantizaba evitar devaluaciones, fue sacrificado por un gobierno envuelto en corrupción, por un gobierno ciego a las necesidades del pueblo y sordo al llamado a la mesura. El hartazgo social alzó la voz.
Hoy México canta su victoria. No querían más de lo mismo. Era necesario buscar otro rumbo que ellos no garantizaban.
Fue el voto del rechazo a seguir viendo que las complicidades y la impunidad se pasearan más por las calles sin castigo alguno. Fue una lección ciudadana que ya no está dispuesta a sacrificarse para que los funcionarios públicos hagan suyo los recursos del erario.
Fue, en suma, el despertar de una nación que quiere y merece su renacimiento.
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