Hay proyectos que uno elige, y otros que nos eligen. Sin embargo, los más entrañables son los que coinciden en ambos sentidos: los que al tiempo de ser elegidos por nosotros, nos eligen en su circunstancia y, con ello, nos transforman al punto de convertirse en íconos fundamentales y proyectos de vida.
Ese caso es para mí Antonieta Rivas Mercado, con quien he coincidido en más de una vez. La primera ocasión –y quizá por ello la más simbólica– ha sido la oportunidad de editar el Diario de Burdeos, su diario, ella me eligió involuntariamente y yo, voluntariamente, acepté.
Tengo presente aquella reunión en el despacho que perteneció a Donald Blair; las mujeres de la familia –Kathryn S. Blair, Vivian y Mariana– me cuestionaban por qué y para qué insistir en la edición del Diario con su colaboración. De alguna manera, todos sabíamos que la edición podría llevarse a cabo sin que la familia participara directamente.
Es una cuestión ética, argumenté, estábamos hablando del Diario personal de un integrante de su familia, un documento que contenía los registros más íntimos que una persona puede hacer. Se trataba, además, del último cuaderno de viaje que acompañó a Antonieta antes de suicidarse en la Catedral de Notre Dame; se trataba de reivindicar a una institución que –en su momento– no le permitió conocer esa libreta de viaje a su único hijo; el hijo que acompañó a su madre a un último viaje, rumbo a Burdeos y rumbo a la muerte. Se trataba también de contribuir a la tarea de reconciliación y reivindicación que había iniciado años atrás Katty, no sólo con la familia, sino con un pueblo entero que ansiaba conocer la verdad.
Hoy mismo, si bien la figura histórica de Antonieta Rivas Mercado se ha reivindicado poco a poco, aún falta promover con mayor decisión la importancia que ha significado. Es preciso que los grandes públicos comprendan por qué razón es considerada como el ícono femenino del fomento a la cultura mexicana en los primeros años del siglo XX.
Pocos saben de la contribución de Antonieta a la cultura mexicana: fue mecenas de la Orquesta Sinfónica de México, su esfuerzo como traductora, e incluso actriz, le dieron impulso al Teatro Ulises, su apoyo al proyecto editorial de los contemporanéos nos permitió conocer obras de Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Andrés Enestrosa y conocer también algunos de sus ensayos sobre la condición de la mujer, en una época en que la mujer no solía tener voz propia.
Escribir es una forma de darle rostro a la historia; la nuestra, la del mundo, la de todos. Es también la posibilidad de luchar por dejar a un lado todas esas ataduras morales que nos ha impuesto la sociedad y que, muchas veces, resultan incompatibles entre las generaciones.
El Diario de Burdeos de Antonieta Rivas Mercado, apunta de alguna manera en estas direcciones. Una libreta de viaje, transformada con cada unos de sus trazos en un diario; íntimo sí, aunque universal también. Esa era la esencia de Antonieta.
El Diario de Burdeos, no sólo guarda la memoria de una mujer que dedicó su vida a cultivar el intelecto, es también, el testimonio tangible de una generación que creyó en los valores más altos del ser. Cada uno de los pequeños fragmentos registrados expresan las escasas posibilidades de desarrollo que en su época tenían las mujeres, tanto como la moral imperante que les avasallaba.
Murió, dijeron; nadie habló de su suicidio, ni siquiera hay registro en la Catedral de Notre-Dame. Fue preciso hacer una investigación para encontrar alguna nota periodística que diera cuenta del acontecimiento:
Esta tarde, Antonieta Rivas Mercado, de nacionalidad mexicana, bien conocida en los círculos aristocráticos y culturales de su país..., altamente estimada como patrona de las artes, se disparó un tiro en la Catedral de Notre-Dame [...]. Deja solamente un hijo [...]. Nacida en 1900, era hija del distinguido arquitecto Antonio Rivas Mercado” (A la sombra del Ángel, Kathryn S. Blair, Random House, 2014: 13).
Por razones desconocidas, durante una breve estancia en París –en febrero de 1931– Antonieta decidió terminar con su vida, su cuerpo sin identificar fue enterrado en el cementerio Thiais de Paris y cinco años más tarde, sus restos fueron enviados a la fosa común del mismo cementerio. Nadie los reclamó. Sus pertenencias quedaron bajo resguardo del Consulado Mexicano de la Ciudad Luz, no así su memoria, esa quedó extraviada en el vasto océano del olvido.
Desde 1931 el cuaderno inició un periplo digno de las más grandes historias que deben ser contadas con detalle, un viaje transatlántico en el que –recuperando la metáfora de la misma Antonieta– “como un fragmento de madera, resto del naufragio, [queda] perdido en el mar” (El Diario de Burdeos de Antonieta Rivas Mercado, Siglo XXI-UAEM, 2014: 71).
Tras diversas circunstancias, ya en México, el cuaderno llegó a manos del escritor e historiador argentino –radicado en Malinalco, Estado de México–Luis Mario Schenider, académico reconocido en los círculos intelectuales del país, él conservó el Diario con celo absoluto en su biblioteca personal. Schneider, como filólogo e historiador, dedicado a recuperar a escritores de valía de la literatura mexicana, publicó las Obras Completas de Antonieta Rivas Mercado, entre ellas, El Diario al cual bautiza como “Diario de Burdeos”, aclarando que hay algunas páginas que han sido desprendidas de él. Este dato abonó al terreno del misterio y a la leyenda en torno a la vida de Antonieta, ¿quién las arrancó?, ¿fue la misma Antonieta?, ¿había en ellas algunos datos que pudieran dar pistas sobre su suicidio?
A la muerte de Luis Mario Schneider, en 1999, su biblioteca personal fue donada a la Universidad Autónoma del Estado de México. Para 2001, durante el proceso de catalogación, selección y depuración de los documentos de dicha biblioteca se logró identificar físicamente el cuaderno original que Antonieta escribiera en Burdeos, y se reconoce como un documento de alto valor histórico, como un tesoro cultural, resguardado cuidadosamente en el Museo de Historia Universitaria “José María Morelos y Pavón”.
Terminó así, de alguna manera, el viaje vagabundo del diario y empieza la leyenda de una mujer que se atrevió a ser, sólo eso, a ser.