Aprovechando los últimos meses que le da el privilegio de ser la esposa del presidente Enrique Peña Nieto, fuimos testigos, gracias a las redes sociales, que la señora Angélica Rivero y sus hijas pasean sin preocupación por Europa -con cargo al erario, claro está- y asisten a los restaurantes más exclusivos y caros del viejo continente.
Ellas no van a los barrios pobres de París, tampoco de España o Italia; si no conocieron los del México real, menos irían a darse un baño de pueblo por allá. Fueron a disfrutar, a relajarse, a gastar parte de la fortuna que les ha dado vivir en Los Pinos.
Para la ex actriz y sus hijas, que toda crítica se les resbala, no existe pobreza y menos miseria en millones de mexicanos; tampoco cargan las culpas que sobre los hombros del aún jefe del Ejecutivo descansan; la “Casa Blanca” fue un desliz que quedó en el pasado. El cinismo y desfachatez no permiten prudencia, mesura o reflexión.
Jamás padecerán hambre ni carecerán de alimento. Por generaciones gozarán de dinero que nunca debieron tener porque no les pertenecía.
Y mientras tanto, el que aún dice que gobierna nuestra saqueada nación, se fue hace unos días a Colombia a darse una paseada más antes de entregar el cargo el uno de diciembre. Él piensa que hizo mucho por el crecimiento de nuestro país, pero lo único que creció, además de la violencia y la desigualdad social, fue su cuenta bancaria y la de sus colaboradores, que como Alibabá y los cuarenta ladrones, se dedicaron a hacer negocios al amparo del poder, y sin pudor alguno -al fin parece que no los van a perseguir- pasean y gozan de la impunidad que les da ser parte de la casta divina, de esa que vino del Estado de México para convertirse en los peores gobernantes que hemos tenido.
En contraste, y como bálsamo para el enojo social que paga la torpeza gubernamental, el ya presidente electo Andrés Manuel López Obrador, sigue subiéndose a aviones comerciales, llevando en mano su maleta, sin escoltas ni ayudantes. Eso de la sencillez, humildad, prudencia, sensibilidad y sentido común, no lo veíamos desde los tiempos de Ruiz Cortines y López Mateos, que fueron mandatarios austeros y honestos.
Los meses que vienen para la “familia presidencial” serán muy largos y, aunque nada les falte, les serán amargos. Extrañaran el palacio en el que viven. Quizás la pasen viajando para evitar el rechazo generalizado.
Creo, adicional a esto, que si Enrique Peña Nieto pudiera ya mañana entregar el poder sería muy feliz, y nosotros más.
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