El transporte público representa varias aristas, tanto para la autoridad, como para la sociedad en general, pasando desde luego por los transportistas.
El servicio, es sin lugar a dudas, de los más elementales para millones de usuarios que se trasladan a realizar sus actividades diarias, condición que obliga a transportistas y autoridades a encontrar soluciones de las necesidades que se presentan en cada momento con motivo de tan complejo tema, la explosión demográfica representa un verdadero reto, en particular, para la autoridad, pues lograr orden y control ha sido su dolor de cabeza.
En el Estado de México, es la Secretaría de Movilidad (antes Secretaría del Transporte) la encargada de regular el servicio, tarea nada fácil, pues los resultados al paso de sexenios han dejado mucho que desear, todo se reduce a intentos para cumplir con su cometido, porque tiene que lidiar con un imperio exclusivo de quienes se encargan de operar las unidades, particularmente los autobuses, que por sus dimensiones, complican el tránsito en las ciudades, condición que convierte sus calles en un auténtico caos.
Esto se debe a que muchos de los operadores presentan intolerancia e irritabilidad con los demás conductores y peatones, tal vez por el desgaste que les representa estar tras el volante durante mucho tiempo, la obligación de cubrir con su cuenta, lo caro del combustible y que a veces tiene que enfrentar el mal humor o molestia de algunos usuarios.
Los empresarios transportistas junto con las autoridades han buscado darle solución a este tipo de problemas, sin embargo, el sentir de la sociedad, es que se han quedado cortos, pues la sensación de peligro acecha todos los días, y la negligencia es un ingrediente que abona a esas condiciones.
Pero, hay un factor que es aún más preocupante, los asaltos que a diario se cometen al interior de las unidades y que se han convertido en el modus vivendi de bandas dedicadas al robo de quienes por necesidad tienen que utilizar el transporte público, siendo ellos los más vulnerables, pues las condiciones en las que son sorprendidos, los convierten en presa fácil de los delincuentes sin poder contar con una pequeña posibilidad de escapar. El interior de los camiones se convierten en una auténtica trampa mortal, con la inevitable circunstancia de, o entregan lo que llevan de valor, o corren el peligro de resultar seriamente heridos o en el peor de los casos, muertos.
Tal vez pudiera pensarse que antes de buscar ese transporte, es mejor no llevar consigo más que lo indispensable para su traslado, pero, eso también resulta peligroso, pues los amantes de lo ajeno, al no obtener algún objeto de valor, sin miramientos están dispuestos a accionar su arma o a lastimar a quien sea con lo que traigan, como muestra de poder y con la intención de amedrentar a los demás pasajeros para que sin resistencia alguna entreguen sus pertenencias.
¿Cuántos de esos usuarios sienten desesperación cuando saben que tienen que entregar lo que representa el fruto de su trabajo y que muchas veces es lo único que tienen para llevar de comer a la familia? La indignación es mayúscula, y no es para menos, pues al sentirse indefensos ante tan crueles sujetos, rezan por no resultar con algún daño mayor que lamentar.
Las noticias de los asaltos al interior de las unidades es pan de todos los días y generan psicosis el pueblo, pues de una o de otra forma siempre existe un familiar, amigo o vecino que tiene la necesidad de trasladarse utilizando éste medio, y ahora, se ha convertido en un peligroso juego de lotería, del que no se sabe cuando se puede encontrar con tan nefasto destino.
Esta semana, un joven estudiante de ingeniería, de 28 años de edad, fue asesinado durante un asalto en la ruta Metepec-Toluca, sólo por oponerse a entregar su celular, y desafortunadamente, es uno de muchos casos, aunque puede alguien preguntar, pero, ¿por un celular? Y se colocan en la situación ajena, que no propia, de dispensar al asaltante señalando que no vale la vida un celular, pero no se encuentran y ojalá nunca se encuentren, en esas condiciones, porque tal vez, de estarlo, harían lo mismo que hizo la víctima, sin considerar el resultado, todos reaccionamos de manera diferente ante un hecho similar, y parece injusto calificar a quien se niega a entregar sus cosas.
Los delincuentes, con el control y dominio de la situación, van dispuestos a lo que sea, porque también saben que si son atrapados, su vida correría peligro en manos de una multitud enardecida, como ya se ha visto muchas veces, por consiguiente, son aún más salvajes en su accionar, dispuestos a todo, y actúan como si lo que exigen les pertenecía de antemano, esto, es lo que más irrita a la gente, precisamente esa condición, es la que puede influir para elegir alguna forma de actuar.
Lo ideal, sería que cualquier ciudadano pudiera trasladarse a su destino, sin el temor de una fatídica acción de la delincuencia, es más, que ésta no existiera, pero, esto no es posible, aún con programas, proyectos y miles de recursos que sean utilizados, la delincuencia seguirá existiendo, porque es tan antigua como la propia historia de la humanidad, pero, sí hay formas como controlar o por lo menos cómo contener esta ola violenta, y es precisamente lo que se le exige a las autoridades.
¿Qué harán? Porque tan sólo llevar a cabo operativos mientras se calman los ánimos no es, ni ha sido suficiente, ya el anterior gobierno lo hizo y las desgracias continúan sucediendo.