¿Quiénes eran y por qué las condenaron a muerte? Veamos lo que cuenta este monstruoso capítulo poco conocido de los campos de exterminio y la Shoá, el Holocausto.
Irma Grese, el ángel rubio de Belsen, nació el 7 de octubre de 1923, en una pequeña villa de Wrechen. De familia humilde, terminó la escuela elemental a los 15 años, dos después de quedar huérfana junto con tres hermanos.
Trabajó en lo que pudo para alimentar a sus hermanos. Vendedora en una tienda, jornalera en una granja, intendente en un hospital. En este último intentó dejar sus labores de limpieza y pasar a enfermera, pero le negaron la oportunidad.
En su segundo intento, la Oficina de Trabajo la mandó al campo de concentración de Revensbrück, sería auxiliar del cuerpo femenino de la SS, la organización criminal de élite creada por Adolfo Hitler.
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A pesar de su posición de baja categoría, el uniforme le quedaba muy bien; nunca más pisaría excremento ordeñando una vaca al alba. Las mujeres de ese cuerpo auxiliar no podían dar órdenes a ningún varón, así fuera soldado raso, tampoco tenían permiso de portar armas.
Su trabajo era la reubicación forzada de civiles, prisioneros que iban siendo hacinados en inmundas barracas y que tarde o temprano morirían en cámaras de gas o fusilados. Ravensbrück, era el campo en donde recibían entrenamiento estas futuras criminales torturadoras.
Más de tres mil quinientas mujeres, encargadas y supervisoras, salieron de allí listas para poner en marcha las terribles torturas que habían aprendido: entre ellas Irma Grese y María Mandel; cuatro meses después Irma fue enviada a la madre del infierno, Auschwitz.
Irma, con apenas 19 años, llegó como encargada del teléfono, más un error cometido le costó estar dos días al frente de un grupo de trabajo que cargaba piedras con las que construían las barracas. Fue allí que conoció al médico capitán Josef Mengele, mejor conocido como el ángel de la muerte o el coleccionista de ojos azules.
Entonces, Irma, de quien se sospecha haberse hecho amante de Mengele, comenzó a colaborar con él. Este horrible doctor realizaba terribles experimentos con seres humanos, empeñado en una raza superior a la aria.
Irma se transforma a su lado. Le emerge una personalidad demoníaca, que al principio logra dominar a las prisioneras con golpes y azotes, después lo disfrutaba con un goce perverso que en ocasiones culminaba en abuso sexual.
Su maldad crece y se perfecciona. Daba el discurso de bienvenida a las prisioneras, quienes al principio, por su aspecto la creían un ángel. Gozaba de golpear cuerpos, abriendo arroyos de sangre con su látigo.
La ascienden y logra hacerse cargo del sector C del campo, reinando cruelmente sobre treinta mil prisioneras, en un deplorable espacio en el que apenas caben tres mil. No le importa, logra el equilibrio demográfico gracias a los hornos que encendidos las 24 horas, quemaba cuerpos después de morir por gas o por bala.
Irma sentía especial placer al martirizar a enfermas, inválidas y débiles. Cuenta el diario de una prisionera, que Irma no solo sonreía al impactar su látigo en todas las partes del cuerpo, también les lanzaba perros hambrientos para que las devoraran y torturaba niños.
En el alojamiento de Irma, cuando liberaron el campo de Auschwitz, encontraron lámparas de mesa hechas con piel de judíos que ella misma había matado y despellejado.
Una ex prisionera, ginecóloga judía, declaró que golpeaba con su látigo los senos de las mujeres dotadas para que se les infectaran la heridas y después la hacía que los amputara sin anestesia. Las obligaba a tener relaciones sexuales con ella, y cuando se aburría les disparaba y las mandaba a los hornos. Era la única de su rango autorizada a portar arma.
Fue condenada a la horca y colgada el 13 de diciembre de 1945, con 22 años. Difícil creer que 3 años atrás había querido confortar a los enfermos y cuidar de ellos como enfermera.
María Mandel nació el 10 de enero de 1912 en Austria del norte. A diferencia de Irma Grese, ella no sufrió de pobreza, su familia se dedicaba a la industria zapatera, nada le faltó.
A los 17 años, después de terminar la secundaria, tuvo una fuerte discusión con su madre, esta la echó de la casa; entonces anduvo por años de un trabajo a otro. Hasta que en 1938, junto con otras cincuenta mujeres, entró a un curso de guarda de prisión en Lichtemburg, Sajonia.
Un año después ya se encontraba en el campo Ravensbrück, cerca de Berlín. Su entrada al horror.
Era tan o más dura que un hombre, implacable e incansable, una nazi convencida. Características que la colocan en 1942 en el corazón de la crueldad: Auschwitz.
Se convirtió en jefa de campo en octubre de ese año. Su tarea era dirigir la construcción de una segunda sección, ya que no se daban abasto con las barracas existentes, pues llegaban decenas de camiones llenos prisioneros todos los días.
A Mandel ya le habían emergido los demonios que la habitaban, esa maldad y crueldad dormida la dominaban. Así que decidió dirigir la construcción de la manera más cruel para que los desdichados sufrieran más.
Su sadismo era más psíquico que físico, también los golpeaba. Se paraba frente a los prisioneros, esperando a que se atrevieran a mirarla, era capaz de quedarse horas así, el que se atrevía a romper la barrera desaparecía; pasaba a la cámara de gas y de ahí al horno.
Se calcula que alrededor de medio millón de prisioneros murieron por órdenes de esta bestia, quien durante las ejecuciones, ordenaba tocar antiguas marchas militares a la banda de música del campo.
María Mandel también fue cómplice de los horrendos experimentos en humanos para demostrar la inferioridad de otras razas.
En abril de 1945, con la caída del Reich y la llegada de los aliados, huyo por las montañas tratando de llegar a su ciudad natal; allí se escondió hasta el 10 de agosto, fue detenida por un comando norteamericano. El 24 de enero de 1948, la soga rompió el cuello de Mandel.
Grese y Mandel, ambas nazis y criminales de guerra, fueron tal para cual, pasaron de niñas a monstruos.