Es difícil –acaso imposible– adentrarse en los pensamientos y sentimientos de las personas; lo más que uno puede hacer es tratar de entender los propios –y no siempre se logra. Esto cada uno lo va entendiendo, poco a poco, con el tiempo. Lograr ese nivel de ‘comprensión’ es mucho más difícil cuando se es adolescente, y esto es así, quizá, porque justo en esa etapa es cuando nos corresponde tomar decisiones de vida, armarnos una vida, inventarnos una vida. Elegir una profesión, un trabajo, una forma de amor y de amarse. ¡Vamos! Delinear una forma de vida. ¡Nuestra vida! ¡La de cada uno!
Y tenemos que tomar esas decisiones justo cuando adolecemos de todo, empezando por la experiencia, aunque justamente a esa edad pensamos que lo que nos sobra es experiencia. Intentamos entender los cambios físicos y emocionales que enfrentamos, tratamos de seguir un estilo y delinear –de alguna manera– nuestra identidad. Por supuesto que en todo ello influyen nuestros procesos de socialización, los cuales inevitablemente se confrontan con las dinámicas familiares.
La escuela, los amigos, la comunidad, así como las interacciones que se dan a través de los medios de comunicación, todo influye en nuestro proceso de toma de decisiones, aunque cada uno lo procesa a su manera, eso es lo que nos da una identidad propia, de eso se trata formarse un carácter, de eso se trata crecer. Y hay que hacerlo en medio de la vorágine de la adolescencia, conscientes de lo que ello implica y sin ruta clara del sentido. ¡Qué difícil es ser adolescente!
Contrario a lo que podríamos pensar en primera instancia, adolescencia no proviene etimológicamente de la locución adolecer en tanto “causar dolencia”, no. Proviene etimológicamente de la voz “creer o desarrollarse”. Crecer más allá del seno familiar, separase, marcar una diferencia para regresar, a sí mismo, triunfante y más completo. ¡Qué difícil es ser adolescente!
Si es cuestión de confesar, puedo decir que mi proyecto de vida se gestó en libertad, aunque en el entendimiento de los límites que familiarmente no podía rebasar. Nadie me dijo lo que debería o no estudiar, aunque soy parte de las personas cuya vocación profesional se germinó en el ámbito familar. Tres de mis hermanas se formaron en el magisterio y los otros tres en las Ciencias Sociales. En las sobremesas era recurrente tocar los problemas y desafíos que enfrentaba el país y el mundo, como también convencerse del papel de la educación para afrontarlos.
La música y las películas que me instaron a ver desde chica, fueron sin duda determinantes en mi vocación.
Nadie tampoco me dijo si tenía o no que casarme, o si había una edad específica para ello o quién debía hacerlo, y mucho menos si cada decisión me iba a doler.
Quizá haber sido la hermana más pequeña me permitió lidiar mi hoja de ruta menos con mis padres y más con mis hermanos mayores quienes, de manera indirecta, se convirtieron en mis modelos de referencia, de los cuales tomé algunas experiencias para evitar pasar por ellas y otras para elegir el camino más corto que me permitiera alcanzar pequeñas metas.
No por ello mi adolescencia estuvo excenta de miedos y cierta sobreprotección por parte de mis padres. Los miedos a las conductas de riesgo: las adicciones, el sexo, el control de impulsos; la sobreprotección para evitar que pudiera sufrir por nada ni por nadie. Como toda adolescente no lo entendí en ese sentido y fue inevitable también, cierto tipo de tensión y de confrontación con ellos, lo cual es casi obvio.
A la distancia –y estando en la misma posición que ellos– logro comprender a cabalidad su sentir, el sentido de sus decisiones y de sus palabras. A la distancia intento recuperar su experiencia para educar en libertad, para decirte a la menera de Goytisolo:
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre, siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.