Yo no sé qué es lo que están haciendo ustedes. Acá, la tarde empieza a caer, todavía se cuelan algunos rayos de sol por las ramas de los árboles; he perdido la cuenta de los recalentados: romeritos, bacalao, ensalada de manzana, ponche, pavo, pan y vino, queso y vino, siempre queso y vino…
En cada uno de los recalentados saboreo recuerdos de “Las Posadas” de mi niñez, de cuando no había tiempo para aburrirse, ni siquiera en vacaciones; justo ese era el momento de juntarnos con todos los primos y algunos amigos. En diciembre la casa de mis papás parecía una “comuna hippie”, la fiesta era interminable, aunque lo que se consumía a derroche era ponche, abrazos y colación.
Lo más divertido de la temporada decembrina era organizar las tradicionales Posadas ¡¡Y qué posadas!! Hacíamos las nueve con todo lo que implicaba cada una de ellas: los más chicos teníamos la encomienda de hacer las piñatas, eso nos convocaba cada día a cortar tiras de papel china de todos los colores; preparar engrudo. Sí, seguramente lo recuerdan bien, ese pegamento que se preparaba con agua y harina. La olla de barro era decorada a partir de lo que se gestaba en nuestra imaginación: un pez, una zanahoria, un negrito, una cebolla. Nunca un payaso. Me daban miedo.
Los grandes ayudaban a preparar el ponche, la comida y las bolsitas de colación. Ya en la noche salíamos a pedir Posada, no faltaba alguna niña a la que vistieran de María y alguien de San José, mientras todos los demás cantábamos los tradicionales villancicos, empezando por los pastores, esos que van a Belén, pasando por el niño del tambor, hasta llegar a pedir Posada. Uno de mis primos tocaba la guitarra, otro la armónica, todos arrullábamos al “Niño Dios” el 24 de diciembre.
No tengo claro en qué momento se fueron perdiendo todas esas tradiciones; y si bien estas fechas no pasan desapercibidas, creo que en mi familia –como en muchas otras– se han acotado un poco esos momentos. Nunca el recalentado, ese sigue siendo un espacio importante para compartir y fortalecer nuestros lazos familiares y afectivos.
En el recalentado no hay sobremesa porque uno nunca deja de comer, y tampoco de hablar; uno se pierde en el tiempo y en los recuerdos, vuelve a ser niño otra vez. Un halo de nostalgias nos envuelve…
¿Y ustedes, cómo van con el recalentado?