El inicio de la incipiente democracia en México, aquél año de 1824 con el primer presidente del México independiente, Guadalupe Victoria (1824-1828), marcó el fin de la estructura monárquica y antiliberal y dio paso a una nueva forma de gobierno para los mexicanos señalada en el artículo 5º de la Constitución de 1824, en una república representativa, popular y federal.
Con lo que se dieron los primeros pasos a una nueva era en la que el ejercicio fue representado por los miembros del Congreso a quienes les correspondió designar al presidente mediante el sufragio secreto, desde entonces ha habido cambios y adecuaciones para actualizar la vida política del país en el que la soberanía debería residir en el pueblo.
La percepción de derechos y libertades en el que el poder lo ejercen los ciudadanos para elegir a sus representantes que se encargarán de velar por lo más elemental a que aspiran, entre lo que se encuentra; la vida, la libertad, el trabajo y la educación, con la intención de alcanzar progreso y desarrollo.
Sin embargo, a través de la historia, la idea de democracia se ha tergiversado, pues se ha convertido en una forma perversa de concentración de poder político que se refleja en la permanencia de élites políticas, lo que se impone como una barrera para los ciudadanos que buscan integrarse a puestos de representación popular.
Ello representa una estructura rígida a la que es muy difícil acceder por cualquiera, lo que limita al ciudadano común poder competir a un puesto de elección, pues se enfrenta a una política privativa Los cargos no son para todos, ya que en la medida que dependen de una infraestructura relega su acceso.
Pero los agraciados conservan esas posibilidades aún en una contienda no favorable, gracias a puestos de representación proporcional, pues estos se reservan para los de mayor peso. Hacer política en México con las dinastías políticas, ni es sencillo, ni es barato, cuando el poder se hereda, los ciudadanos quedan relegados.
La diferencia es que los poderosos son y seguirán siéndolo, aún cuando en apariencia nos encontremos en el inicio de una nueva etapa que presume una Cuarta Transformación en el país, como ésta, los nombres que se utilizan para distinguir a cada una de las variables se identifican como neoliberalismo, comunismo, socialismo, o, el preferido de todos, democracia.
Aunque el término es utilizado sólo para encubrir intereses personales o de grupo, pues el objetivo es obtener el poder por el poder, pasando por sobre todos los demás, aún de los simpatizantes, ya que se ocultan las verdaderas intenciones de una forma perversa para lograr lo que se pretende.
Por lo mismo, el deseo de superarse ha estado supeditado a la acción del gobierno, ya que la política social y económica marca los criterios para extender o reducir esa libertad que permita elegir a qué dedicarse, para acceder al bienestar personal.
El pueblo ha sido engañado sistemáticamente, desde la mentira de abrir nuevos horizontes con una apertura económica que nos colocaría en los cuernos de la luna, como una nación de primer mundo, de acuerdo a lo proyectado por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, que sin embargo, chocó de frente con una realidad que le hicieron ver los del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Así como quien dijo defender al peso como un perro y que lo que logró fue hundir al país en una crisis descomunal, con resultados que a la fecha no hemos podido superar. Pasando por guerras contra el crimen organizado y otras desgracias más, para llegar a la condición de una regresión en el tiempo, con una política antigua que pretende calificarse como nueva forma de gobernar.
Unos y otros han demostrado que no es el modelo político que se pretende aplicar para los mexicanos el que está mal, son quienes lo quieren aplicar, arrastrando vicios que se han cimentado por años. Aunque la realidad ha demostrado que la libertad económica no deja de beneficiar a unos cuantos, y la creación de programas sociales en exceso demanda mayor capacidad de recepción de recursos para cumplir con ellos.
Con lo que se reflejan los verdaderos y grandes enemigos que son: la violencia, la corrupción y la desigualdad, que imponen una descomunal barda entre el ciudadano y su legal deseo de superación. Existe un gran abismo entre la visión de quien ha gobernado y gobierna, y las verdaderas necesidades del gobernado.
México necesita, para superar su condición actual, hacer frente y sin tregua a esos grandes enemigos, con una política integral que contemple a toda la sociedad, con apertura para el mundo, con inversión y desarrollo, apuntalando esas condiciones en los más necesitados. No es regalando el dinero y alejándose del mundo como se va a lograr.