La Culpa es del Inconsciente: Malas Palabras y Deslices

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La Culpa es del Inconsciente: Malas Palabras y Deslices

Miércoles, 13 Febrero 2019 00:14 Escrito por 
La Culpa es del Inconsciente: Malas Palabras y Deslices Sigmund Freud

¿Quién puede tirar la primera piedra? Yo no... escapo, aunque quisiera, a estas y otras ¨acciones erróneas¨ con que nos traiciona el inconsciente.

La teoría que más se aplica cuando se habla de tropezones lingüísticos es la de Sigmund Freud, que afirmaba que surgen del inconsciente. Cuando cometemos este tipo de errores, según el psicoanálisis, es porque nos topamos de repente con esa parte oculta de nuestros deseos y tendencias.

En su libro Psicopatología de la Vida Cotidiana, Freud explica estas equivocaciones como el surgir involuntario de una palabra inhibida -por lo general, de alto contenido erótico- que desfigura el vocablo adecuado que la persona quiere utilizar.

Para el psiquiatra vienés, los lapsus sirven para adentrarnos en la zona inconsciente. Por eso, los consideraba fenómenos serios, no simples contingencias casuales. Incluso llegó a hacer una clasificación de los más significativos.

Aunque también dedicó otro libro a El Chiste y su Relación con el Inconsciente, porque a menudo estos tropezones lingüísticos resultan curiosa-mente cómicos.

Freud describió cuatro tipos de acto fallido: los verbales, o lapsus linguae, los de escritura y dibujo (lapsus calami), los de comprensión auditiva y lectora y los bloqueos de memoria motivados por factores inconscientes.

Así, además de los errores en el habla se pueden producir deslices auditivos, es decir, escuchar algo que realmente el interlocutor no ha dicho (yo estoy medio sordo y me pasa seguido porque confundo ciertos palabras al cambiar los sonidos de unas letras por otras, para mis sufridos y divertidos amigos y familiares, con tragicómicos resultados).

Asimismo, están los deslices en la escritura, cuando somos nosotros los que escribimos ese correo cometiendo un error en el que se manifiestan sentimientos que hubiéramos preferido dejar ocultos (pero hay que distinguir estas equivocaciones de las del ¨corrector automático¨ cuando usamos aparatos digitales y nos cambia la palabra por otra parecida; en todo caso, somos culpables de falla en la revisión, pero pueden resultar igualmente tragicómicos).

Quisiera tocar el tema de las ¨malas palabras¨ -muy de actualidad- y mencionar el libro de Guillermo Sheridan: ¨Malas Palabras, Jorge Cuesta y la revista Examen¨. Esta obra narra el escándalo de 1932 cuando la prensa derechista en México lanzó una denuncia judicial porque en la revista figuraban dieciocho ¨malas palabras¨ que cometían el delito de ¨ultraje a la moral pública ¨.

Hoy, la situación es otra. Además de los casi siempre cómicos deslices inconscientes, todos -chairos y fifíes, sin distinción de género, posición política o partido, nivel de ingreso o de escolaridad- practicamos sin inhibiciones las malas palabras y hasta señas ¨obscenas¨ (incluyendo distinguidas damas). Como dirían los abuelitos de antaño, ésos que no cobraban 40 pesos diarios por cuidar a sus queridos nietos, ¨ya no hay gente decente¨...

En la vida diaria, pública y privada, y en todos los medios hay anécdotas mucho más sabrosas de ¨equívocos¨ inconscientes y ¨escandalosas malas palabras¨, que los tímidos ejemplos clásicos que utilizaba Freud para ilustrar sus teorías.

¿Quién se atreve a censurar hoy, hoy, hoy, las malas palabras o analizar las implicaciones de estos psicopatológicos deslices cotidianos?

Mejor reírse por un rato y confiar en que nuestra memoria bloquee nuestros personales deslices y vivamos tan felices como inconscientes, olvidando los históricos agravios del Estado mexicano contra la libertad de expresión y vivamos sublimados sin complejo de culpa por decir malas palabras ...porque la culpa es del propio Presidente, digo, perdón, del Inconsciente.

Ahora bien, si quiere hacer ¨consciente lo inconsciente¨, lea la compilación sobre El arte de insultar, del filósofo alemán Arthur Schopenhauer que, como expresa en su introducción el editor rancio Volpi, es el complemento perfecto de su libro El arte de tener razón. El propio Arthur Schopenhauer (1788-1860) señalaba y aun previniendo contra él, que el insulto era el último recurso cuando todas las demás artes de la argumentación habían fracasado.

Si bien el fundador del pesimismo desaconsejó en todos sus escritos llegar a tal extremo, fue bastante generoso a la hora de diseminar a lo largo de sus obras insultos, improperios, ofensas, escarnios y sentencias tajantes que, reunidas en orden alfabético en este volumen, nos muestran una de las caras más atrabiliarias, fulminantes y políticamente incorrectas del gran filósofo de Danzig.

En fin, si nada más quiere mejorar su ¨Bocavulgario¨ le recomiendo leer El arte de insultar, del ilustrado mexicano y divertido escritor, periodista, editor y promotor cultural Héctor Anaya, para aprender nuevas e ingeniosas groserías, lo que le ayudará a estar a tono con el sexenio.

Recuerde, la educación es lo más importante en la vida y no hay nada mejor que leer para estar bien preparados...para la lucha de frases.

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Javier Ortiz de Montellano

Articulista invitado