La desaparición de las fronteras comerciales, en otras palabras lo que fue definido en su momento como la globalización, ha obligado a las empresas de América Latina a una nueva competencia: de competir localmente con empresas de similar tamaño y similares formas de operar, se han enfrentado paulatinamente a una competencia con empresas extranjeras que operan con mejor tecnología, con menores costos de producción, con diferentes estrategias de comercialización, nuevas técnicas de administración, etcétera, de tal manera que muchas de las empresas nativas han tenido que enfrentar las alternativas de desaparecer, asociarse o en el mejor de los casos modernizarse para sobrevivir en esta nueva etapa del mundo global.
En este ambiente de competencia creciente, el comercio internacional de mercancías, medido a través de las exportaciones, creció 786 por ciento de 1982 a 2017, pasando de un valor de 1,886 miles de millones de dólares (mmd) a 15,841 mmd. Pero esta tasa de crecimiento ha estado sujeta a variaciones: de 1982 a 1990 la tasa de crecimiento fue de 60 por ciento, de 1991 a 2000 fue de 84 por ciento, mientras que de 2001 a 2010, con todo y crisis fue de 141 por ciento; finalmente, considerando el periodo de 2011 a 2017, apenas se está recuperando de la caída de 2015 y 2016, registrando de hecho una disminución de 3.3 por ciento. Cabe mencionar que esta caída mencionada estuvo fuertemente influenciada no solo por la baja tasa de crecimiento de la economía china, entre otros grandes consumidores, sino que también en 2015 los precios mundiales de la energía cayeron un 45 por ciento.
Ahora bien. Dentro de los flujos internacionales de capital se encuentran los relacionados con la Inversión Extranjera Directa, IED, que realizan las empresas transnacionales (ETN). Estos flujos de capital han tenido un cambio en su lógica operacional: de buscar una reducción simple y llana de sus costos de producción para cierto tipo de inversiones, buscan ahora mano de obra de más en más calificada, en un proceso de integración horizontal, y si el potencial país receptor de estos flujos ofrece facilidades fiscales, mucho mejor. Esta es una de las razones por las cuales los flujos de IED se han concentrado en los países desarrollados, PD, mientras que los países en desarrollo, PVD siguen marginados de la creación de empleos que aporten valor más calificado en las cadenas globales de valor, CGV (China se incluye en los países en desarrollo).
Las tensiones de esta desigual globalización se muestran a través de crisis financieras o enfrentamientos comerciales, representados estos en los últimos tiempos por las posiciones del señor Trump en los EEUU. La desigual globalización se encuentra también al interior de cada uno de los países, con una distribución del ingreso que tiene a favorecer a la población que detenta el 1 por ciento más alto de los ingresos.
A los problemas que tradicionalmente se enfrentan nuestros países, tales como la productividad, el crecimiento y el bienestar, se suman nuevos desafíos tales como la conservación del medio ambiente, el envejecimiento de las poblaciones y su impacto en las pensiones y, de manera cada vez más consciente, el impacto de la automatización en las perspectivas laborales, por el lado de los salarios y el desempleo.
¿Cuál es el futuro de la economía mundial, y de América Latina en lo particular? Esta es una pregunta que tendrá una respuesta multidimensional y que deberá considerar, además de lo ya enunciado, el hecho de que las inestabilidades son, de más en más, lo cotidiano.
En primer lugar, debemos reconocer que hay muchas ‘Américas latinas’. La neoglobalización, impulsada por las tecnologías de la comunicación y el desarrollo de software que ha permitido agilizar tanto las transacciones económicas del sector real y, en un grado mucho mayor, las transacciones financieras, ha supuesto un reto enorme para la región, y la respuesta de cada uno de los países ha sido diferente, dependiendo de las condiciones económicas propias.
Ahora bien: no obstante estos esfuerzos de integrarse a la globalización, el peso de América Latina en el comercio internacional, sigue siendo bajo: apenas el 5.7 del total de las exportaciones y el 5.9 por ciento de las importaciones; lo anterior representa una mejora a lo largo del tiempo, pues en 1980 las exportaciones de la región representaban el 2.4 por ciento del total mundial, pero si se compara con lo que han logrado otras regiones, por ejemplo las economías en desarrollo de Asia, que actualmente pesan el 28.4 por ciento en el total de las exportaciones mundiales, vemos que las estrategias latinoamericanas deben de mejorarse.
Además, una parte creciente de estas exportaciones latinoamericanas son productos agropecuarios, y si bien debe reconocerse que los mercados y el tipo de productos de los mismos se han diversificado, no dejan de estar expuestos a los vaivenes mundiales, por ejemplo la caída de sus precios hasta 2016 o la baja en la actividad económica de China, que disminuyó su demanda.
En vista de esta gran problemática, creemos que América Latina debe proseguir los intentos de crear una zona comercial de libre comercio entre todos los países, al amparo de la OMC y reforzando las políticas de apoyo hacia sectores en riesgo por esta apertura, apoyándose en los financiamientos del Banco Interamericano de Desarrollo, por ejemplo, para proteger y buscar una mayor industrialización en el largo plazo. En el momento actual es muy difícil, que no imposible, hablar de complementariedades económicas y de coordinación de políticas económicas (los casos de Argentina y Venezuela son ejemplos de que la inestabilidad es una constante).
En otras palabras, rescatar la idea de una Unión Aduanera Latinoamericana pudiera ser una opción más realista al corto plazo.
Reconociendo la diversidad encontraremos nuestras coincidencias.
1: Doctor en economía por Sciences Po Paris; profesor investigador en el Departamento de Economía de la UAM Azcapotzalco.