La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas o AMPAS (Academy of Motion Picture Arts and Sciences) es una organización estadounidense creada inicialmente por 36 destacados personajes para promover la industria del cine en aquel país. Fue fundada en 1927 en Los Ángeles, California. Dos años después celebró el primer homenaje, llamado oficialmente «Premio de la Academia al Mérito» que, por obscuras razones, diez años más tarde empezó a llamarse Óscar (alguien dijo que se parecía a su tío o al rey Oscar).
En 2019 la organización tiene 6,687 miembros, todos ellos profesionales del cine en sus diversas especialidades, como productores, directores, actores, guionistas, directores de fotografía y otros muchos.
Está gran ¨mafia¨ vota democráticamente por los candidatos a ser nominados y que deben ser propuestos por al menos dos miembros de la Academia, con la excepción de los nominados al Oscar y ganadores de la estatuilla, que pueden postularse directamente.
Después de estudiar cada caso, la decisión final recae en el Consejo de Gobernadores de la Academia, integrado por 51 miembros, tres por cada una de las 17 ramas de la industria del cine que forman la Academia y que eligen cada tres años (pueden repetir hasta en dos periodos).
La mayoría de los nominados son elegidos por los miembros de su área profesional: los actores votan a los actores, los directores a los directores y así sucesivamente. Ciertas categorías, como las de la mejor película en lengua extranjera o películas animadas, son objeto de un comité especial.
Por otro lado, todos los miembros de todas las áreas pueden votar por la mejor película del año. Y aquí es donde la trama se complica… en 23 de las 24 categorías, quien obtiene más votos gana. Pero la categoría a "mejor película", el premio mayor de los Óscar, es un deliberado enredo. Desde 2009, se rige por un complejo sistema de votación "preferencial" que consta de varias rondas en las que participan todas las ramas.
El resultado de este sistema es que, a menudo, la película que gana es la que acaba en segunda o tercera posición en el mayor número de boletas, no a la cabeza. Esto es lo que ha venido sucediendo desde sus orígenes y que ha dejado sin Óscares a la mayoría de los más destacados directores y estrellas de las películas más reconocidas en la historia del cine mundial.
Eso sucedió otra vez este año en el caso de ¨Mejor Pelicula¨, pero con el añadido de que en el trasfondo está la supervivencia del modelo de Hollywood vs el modelo de negocios de Netflix. La exitosa distribuidora busca arrebatarle el monopolio a Hollywood, si no de todo el mercado, sí de cuestionar su ¨derecho¨ exclusivo a decidir quién dice cuál es la mejor película del ¨mundo¨ y quién la distribuye y por cuál medio.
Hollywood exige que las películas nominadas sean exhibidas previamente en salas de cine (concretamente en Los Ángeles). Netflix, en cambio, quiere no sólo ser un importante distribuidor por la red sino productor de las ¨mejores¨ películas.
En esa disputa se metió Alfonso Cuarón, productor y director de Roma, que hizo un trato con Netflix para que distribuyera su cinta, pero acordando que previamente fuera estrenada en salas de cines para cumplir con los requisitos de la Academia y poder cumplir con las reglas para ser nominada al Óscar (de hecho, logró hacerlo en diez categorías).
Además de todas las críticas cinematográficas y las muy conocidas discusiones extra-fílmicas que ha suscitado Roma, aquí hay necesariamente una pregunta previa que nos debemos hacer: ¿Qué hace que una película sea ¨buena¨?
Es lo que nos explica Ann Hornaday en su estupendo libro ¨Talking Pictures: How to Watch Movies¨ (Ed. Basic Books, 2017; lo siento, amigos cinéfilos, todavía no está traducido). La respuesta está en saber qué es lo que deseaba su creador.
En ese sentido la película de Cuarón rebasa los objetivos de Hollywood y del propio Netflix. Desde el punto de vista técnico, la Academia le concedió el Óscar a Mejor Director y a la película el premio a Mejor Película en Lengua Extranjera, además del Óscar en Fotografía, que hizo espléndidamente el propio Cuarón.
Cuarón quiso hacer una obra maestra y lo logró.
Hollywood no quiso premiar como Mejor Película una que, como Roma, Netflix estuvo promoviendo de manera multimillonaria como parte de su estrategia para destronar a la Meca del Cine, cuyos grandes estudios también apoyan en igual forma a sus creaciones (fenómeno económico similar a lo que sucede en las campañas electorales de la real politik).
Esta es una batalla en una gran guerra económica que inicia una nueva etapa. De acuerdo con datos de Comscore, sólo por concepto de taquillas, la industria cinematográfica recaudó más de 41 mil 700 millones de dólares a nivel global.
Estados Unidos revalidó su posición al recaudar más de 11 mil 900 millones. Disney se ubicó como la principal productora al acaparar 27 por ciento de la taquilla global. La cinta más taquillera en 2018 fue Avengers: Infinity War (2,040 millones de dólares) que no ganó ningún Óscar. En segundo lugar, Black Panther (1,347 millones).
El Video Streaming el año pasado representó ingresos superiores a los 20 mil millones dólares y no para de crecer. Netflix ha encontrado un cierto equilibrio entre ofrecer películas que están bien construidas como ROMA, de Alfonso Cuarón y va por más. Ojalá que esta competencia beneficie a los consumidores con productos de mejor calidad y no sólo caros entretenimientos visuales.