Me gusta creer en algunas leyendas y tradiciones como la de Plinio, El Viejo que –en su Historia Natural– cuenta que la pintura fue una invención femenina: cuando la joven hija del alfarero Butades Sicyonius trazó sobre un muro el contorno del rostro de su amado, justo cuando él partía rumbo a tierras lejanas.
Me gusta imaginarme los principios de los tiempos de la humanidad, en los que –según la antropología y la arqueología– la mujer prehistórica no estaba sometida al varón. Cuando, en aquel entonces, las mujeres asumían tareas artísticas, como la producción de cerámica, textiles, cestería y joyería.
Me gusta leer lo que dice la historia sobre las mujeres que han tenido una presencia activa como artesanas y artistas, pese a los obstáculos que enfrentaron para dedicarse al arte, debido a su condición de género.
Pienso en la época grecorromana, cuando las mujeres participaban con los hombres en actividades culturales como la pintura, la poesía o la música. Imagino la primera manifestación artística realizada por una mujer que –dicen– data de la Edad Media, cuya primera obra firmada fue un manuscrito del Siglo X, realizado en colaboración con un monje.
O en el Siglo XII, cuando se admitían mujeres viudas a talleres de artesanía en puestos que ocupaban sus maridos.
Viajo en el tiempo y me encuentro casos como el de Lavinia Fontana o el de Artemisia Gentilesch que –por su vinculación con algún taller familiar– pudieron formarse en las artes plásticas en pleno Siglo XIV. O en aquellas jóvenes que durante el Renacimiento fueron instruidas por artistas consagrados pero que, por alguna razón, dejaron atrás su carrera artística.
Me gusta pensar en esos momentos anclados en el tiempo; esos que se antojan poco creíbles, sobre todo considerando la realidad actual. Momentos todos ellos que tuvieron lugar antes que las mujeres se enfrentaran a las contradicciones en las que, por un lado, van ganando derechos y espacios, pero por otro, se les relega al papel exclusivo de esposas, madres y cuidadoras del hogar.
Y aunque prefiero pensar en todo aquello, no puedo cegar mi mirada a todo lo que hizo que las mujeres fuesen, durante mucho tiempo, “objeto del arte”, en donde fueron representadas en lugar de ser representadoras.
Porque si bien las mujeres a lo largo de la historia han permanecido activas en el mundo del arte, ha predominado el papel femenino como modelo-musa para el hombre-artista. Se trata de un papel que se restringe al culto y cosificación, donde la mujer-objeto es un elemento más en el lienzo, con un sentido de placer meramente estético, negando la aportación ética y política.
Quisiera pensar en todo aquello que no relega al olvido y a la invisibilización de la mujer y sus creaciones pero, al mismo tiempo, comprendo la relevancia y la responsabilidad que implica trabajar y aportar, desde donde sea, para que las artistas y sus obras adquieran un lugar relevante –el que les corresponde- en el ámbito cultural, económico, social, profesional y artístico.
Valorar a la mujer como persona, como artista y como creadora; desde su propia mirada, desde sus propias creencias y paradigmas, más allá de ser objeto de inspiración en un mundo dominado por hombres, representa, antes que nada, la posibilidad de reconocer y respetar su lucha por la igualdad y por su desarrollo íntegro como persona.
El papel de la mujer en el arte debe estar ligado al papel que ha ocupado en la sociedad a lo largo de la historia, y en eso cada vez más mujeres retoman la palabra para seguir escribiendo su propia historia, creando y produciendo. Recuperando voces silenciadas.
P.D. Gracias Juan Carlos por tus palabras…