"En la antigua Roma, cuando había una reunión y en la puerta de la entrada se colgaba una rosa, los temas tratados eran confidenciales. (sub rosae)"
Tuvieron que pasar siglos, luchas internas y guerras que costaron miles de vidas para que al fin México se conformara como una República y adquiriera una Constitución Política que sentaba entres las principales bases de su organización política y gubernamental la división de poderes.
Así los constituyentes determinaron que la fragmentación del poder público permitiría los contrapesos necesarios para que ninguna persona o institución pudiera tener el control absoluto del país.
Esto poco se cumplió al principio con un partido hegemónico como el PRI, que hasta el año de 1997 tenía un poder casi absoluto con el poder Ejecutivo (presidente de la República), Legislativo y Judicial.
Fue hasta el año 2000, con la primera derrota electoral del Revolucionario Institucional en las elecciones presidenciales que también perdió la mayoría calificada para poder controlar el Senado y la Cámara de Diputados federal.
Dieciocho años después, casi sin pensarlo, la mayoría de los 56 millones 508 mil 266 mexicanos que acudieron a las urnas, y al no existir un voto “diferenciado” permitieron que el Partido Movimiento de Regeneración Nacional obtuviera de manera sorpresiva una mayoría simple (más del 50 por ciento del total de diputados), que le permitía así a Andrés Manuel López Obrador, la representación necesaria para poder gobernar sin ningún tipo de contrapeso.
Morena dispone hoy de una mayoría legislativa que le permite solventar su agenda política sin mayor problema de trámite parlamentario, pero sobre todo, cuenta con aliados que lo dejan muy cerca de la mayoría calificada (dos terceras partes de legisladores), lo que le permite aprobar nuevas reformas constitucionales a su antojo y sin necesidad de negociar con la “oposición”.
Este voto masivo en torno a un mismo partido y que contó con la participación de más del 60 por ciento del total de la lista nominal de electores del país, permitió dos grandes riesgos que hoy se reviven y que desde siempre han orillado a la mayoría de los mexicanos hacia el inexorable camino del desencanto democrático.
Por un lado, el poder concentrado en un solo hombre, sin mayores contrapesos en la práctica que su propio poder de decisión, y otra, la llegada a través del voto masivo de “políticos” sin mayor noción del trabajo legislativo o de gobierno que la oportunidad de haber ganado una elección por el sufragio de las mayorías.
Ese poder mal entendido y sin contrapesos fue el mismo que le cobró la factura al PRI desde hace varias décadas con sus primera derrotas a nivel municipal, primero, luego a nivel estatal y más tarde, en el 2000, con su primer derrota en la presidencia de la República.
La gente se cansó de votar por presidentes que disponían de un poder absoluto, sin mayores contrapesos que su propia conciencia, por eso, los primeros descalabros legislativos del PRI permitieron que la oposición tuviera espacios desde el Congreso en donde por fin pudieron cuestionar las decisiones gubernamentales.
El PRI, no aprendió en todos los casos la lección, ni tampoco el PAN cuando llegó al poder, el PRI nació siendo gobierno y hoy que es oposición le ha costado trabajo entender el papel que tiene que jugar.
Pero Morena parece que tampoco aprendió de esos errores y hoy que cuenta con el control del poder Ejecutivo y Legislativo no ha sabido terminar con la tradicional correa de transmisión, entre la Presidencia y la Legislatura Federal.
Hoy en México regresamos al poder ilimitado que no le hace bien a ninguna democracia, pero que la misma Ley permite con el consiguiente desencanto que eso provoca.
Hoy tenemos un presidente que no ha sabido terminar su proceso de campaña (nada raro cuando ha sido candidato desde 1988) y dejar de lado un discurso de polarización como si aún fuera oposición.
México requiere de instituciones fuertes pensadas a futuro, a largo plazo, con la solidez necesaria para trascender más allá de momentos electorales o de figuras presidenciales, capaces de sostenerse en leyes fuertes y no en decisiones unilaterales.
Por eso la existencia de organismos autónomos como los órganos electorales, de derechos humanos y de transparencia que fueron resultado de la lucha desde la oposición de cientos de mexicanos que sabían que el poder en manos de un solo hombre no le hace bien a nadie.
Hoy, con una agenda legislativa copada por Morena no se puede dejar sin revisar con lupa las propuestas que se vienen para controlar los pequeños resquicios que aún no tienen, entre ellos, la desaparición de los Organismo Públicos Locales (OPLES) como el Instituto Electoral del Estado de México.
Quienes saben del tema, saben la importancia de estos organismos, aunque también existan claroscuros, es si duda un tema que tiene que atenderse y discutirse sin caer en la aplanadora de la mayoría.
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