Una vez celebrados los acuerdos con el gobierno de Donald Trump se ha construido en la frontera sur del país un muro militar, mientras en la frontera norte se continúa la construcción del muro de acero para que ni los mexicanos ni los centroamericanos o de otros países pasen a los Estados Unidos. Lo que cimbra es este país nuestro encarcelado entre dos muros, que construye un muro adentro de cada mexicano: el de la frustración, el resentimiento, el enojo por la realidad, la injusticia, la pérdida de expectativas, de opotunidades y la frustración frente al titán del norte que nos ha puesto de rodillas.
El gobierno mexicano decide apoyar a los migrantes con recursos que a los mexicanos faltan, lo mismo que a la República del Salvador que al igual que los otros países centroamericanos necesitan desarrollarse, a fin de evitar la expulsión de su gente, pero en México el horno no está para bollos con la tasa de desempleo y de inseguridad a la alza que actualmente padecemos. Ante estos hechos, el muro adentro pone distancia entre nosotros y los otros, al tiempo que profundiza el sentimiento de haber sido abusados, sometidos, vamos, chingados, como lo escribiría Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad.
Así, el muro adentro se viene endureciendo gracias a los acuerdos firmados por el actual gobierno, impuestos a los mexicanos, lo que ha favorecido la percepción de pérdida de soberanía, al tiempo que el diálogo público no se da y el enojo ciudadano crece.
México se ha caracterizado por abrirle los brazos a migrantes a lo largo de la historia, cuestión de recordar a los españoles que venían del horror de la guerra civil, a los chilenos y los argentinos perseguidos por la bota de los generales autoritarios de sus países.
Los mexicanos siempre tendremos vocación humanitaria pero no más allá de la sobrevivencia de los propios que hoy viven la paradoja de dar cobijo o cumplir con los acuerdos que Marcelo Ebrard hiciera con Donald Trump para frenar la migración con un muro militar que ya suma 26 mil militares.
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@MargaJimenez4
