“Para Max Alexander, por la pérdida de su señor padre, don Rubén, con un abrazo solidario”.
Desde los sumerios, considerada la primera civilización en la historia, se sabe de la existencia del espíritu de agandalle, ese que incluso mediante lances metafísicos envueltos en jerga científica, cree e intenta hacer creer que todo es parte de un plan diseñado por un ser superior ante el cual hay que doblar la cerviz o encogerse de hombros. No hacerlo implica una de las peores blasfemias, como lo prueba la fe en el supuesto libre mercado o neoliberalismo.
De acuerdo con estudiosos, fue también hace miles de años que los sumerios llevaron a cabo las primeras grandes reformas sociales para buscar poner fin a la opulencia de unos y a la miseria de otros, situación generada por el despotismo y la avaricia de una élite que en forma inhumana exprimía hasta donde podía a los esclavos mediante tributos abusivos.
“Como ha sucedido tantas veces en la historia y, por desgracia sigue sucediendo, el pueblo llano, libre o esclavo, mantenía con su trabajo a todas las élites de los estratos superiores. Los campesinos tenían que alimentar a los artesanos, a los sacerdotes, a los militares, a los funcionarios recaudadores de impuestos, a los comerciantes, a las casas dinásticas y a los banqueros de entonces, que eran los cambistas de monedas”, recuerda la escritora y sicóloga Ana Martos Rubio en su “Breve historia de los sumerios”.
El sistema de gobierno era “una mezcla de comunismo, feudalismo y absolutismo teocrático”, al decir de la autora, quien destaca las revelaciones de conocimientos, mitos y costumbres “sobradamente conocidos porque eran los mismos conocimientos, mitos y costumbres de culturas posteriores que nos han influido y han configurado nuestra cultura actual”.
En otras palabras, nadie sabe quién ni cuándo se inventó la rueda, pero los sumerios se encargaron de dejar evidencias de que tal herramienta, desde entonces, es redonda: las luchas contra el abuso, la corrupción de las clases dirigentes y el agandalle de la riqueza, generadoras de la desigualdad y la miseria, no sólo son más viejas que Matusalén clonado más de mil veces, sino que implican, primordialmente, ir contra todas las divinidades y cánones si es que en verdad se busca una verdadera transformación.
Lo anterior, no importando el griterío, incluso sabotajes, de los que se vieron beneficiados (en el caso de los sumerios, los sacerdotes y adivinos profesionales, en el nuestro, “inversores”, especuladores y profesionales de la corrupción).
Porque aunque ya le extendieron el certificado de defunción, el neoliberalismo muestra cadáveres más vivos que muertos, según se desprende del draconiano recetario en la contención del gasto (lo llaman “austeridad”) aplicado en los últimos seis meses por parte del gobierno federal, así como de la vacilante y ambigua postura respecto del desbocado mundo financiero, especulación sin controles, y de los abusos por servicios bancarios.
Los promotores de la “4T” tendrán que definirse en ese y otros temas de vital trascendencia y actuar para modificar en forma sustancial el estado de cosas, buscando devolverle a la autoridad el poder que le ha sido arrebatado, pero sin incurrir en excesos de sobra conocidos, al tiempo de otorgar el impulso y la importancia que merece y tiene el sector privado, tanto local como extranjero.
Mientras, como ha sucedido en los últimos seis meses, los representantes del neoliberalismo van a seguir insistiendo en el viejo y gastado truco de que en manos privadas los recursos naturales y los bienes públicos van a generar tal cantidad de riqueza, que hasta será necesario contratar a actores para hacerlos pasar por indigentes.
Pero la precaria situación de, por ejemplo, Petróleos Mexicanos (Pemex), empresa insignia, prueba nuevamente lo torcidos de esos evangelios con una elevada deuda de más de 106 mil millones de dólares y una producción que, a pesar de sus reservas, lo coloca casi como una empresa “chatarra”.
Terminar con añejas voluntades propensas al “agandalle” nunca ha sido fácil ni rápido, menos si se conservan sus estructuras. No hacer nada en temas torales sería peor ya que a la menor oportunidad se revitalizan.