Como desde principios del siglo XXI se vio que no se daba el Fin de la Historia que proclamaba en 1992 el libro de Fukuyama, en su lugar está presente desde entonces la amenaza del posible fin del capitalismo. Ya no el espantajo del fantasma comunista con que Marx asustaba a los capitalistas sino la probabilidad de que una vez implosionado prácticamente el socialismo, el sistema capitalista que queda no sea realmente sustentable en el futuro para toda la Humanidad, si es que la Humanidad tiene futuro.
Diversos pensadores han hablado de un final de destrucción nuclear total, temor que se ha reanudado con el reciente retiro de Estados Unidos, de los Tratados para reducir ese armamento. O se habla de la catástrofe ecológica, como resultado de la escalada del cambio climático.
Otros estudiosos ven una crisis económica y financiera terminal del sistema capitalista después del 2050, aunque caen en la trampa de la propia ideología neocapitalista que considera que el sistema actual siempre tiende al equilibrio e imaginan que lo sucederá automáticamente un nuevo sistema con un nuevo equilibrio, pero en realidad no tienen ni idea de que lo podría sustituir.
Esta indeterminación lo sitúa entre una nueva distopía estadista y la falta de Estado propiamente dicho. Se contempla más bien una sociedad inestable, al estilo de una violenta fragmentación futura como en el mundo de la exitosa serie televisiva Juego de Tronos, aunque ésta, imaginada para el pasado, puede ser el futuro de la Humanidad, o de lo que quede de ella en cien años: una sociedad en interregno, una sociedad desinstitucionalizada o infrainstitucionalizada, en la que las expectativas sólo se pueden estabilizar durante un corto tiempo mediante la improvisación de poderes locales en constante competencia y que, por esta razón, resulta esencialmente ingobernable.
Aunque el capitalismo siempre ha encontrado ayudas salvadoras que en el pasado han retrasado su desaparición, en esta ocasión parece ser que las desigualdades globales del desarrollo, las dimensiones de conflictos que no están relacionadas con el capitalismo, la guerra y las presiones ecológicas, pueden acelerar la actual crisis del mercado de trabajo y del sistema de empleo capitalista.
Como nos enseña Wolfgang Streeck en ¿CÓMO TERMINARÁ EL CAPITALISMO?, en sus ensayos sobre un sistema en decadencia, aunque la mano de obra ha venido siendo sustituida por tecnología durante los últimos doscientos años, con el auge de la tecnología de la información y la inteligencia artificial, ese proceso está alcanzando actualmente su apogeo, al menos en dos aspectos: en primer lugar se ha acelerado y, en segundo, habiendo destruido durante la segunda mitad del siglo XX a la clase obrera manual, ahora está atacando y a punto de destruir también a la declinante clase media mediante la creciente electronización de las actividades.
La clase media es el soporte del estilo consumista de vida neocapitalista y neoliberal de «duro trabajo y juego duro» del arribismo-consumismo, que, como se verá más adelante, puede considerarse, de hecho, la base cultural indispensable de la sociedad capitalista actual. Lo que se ve venir es una mayor apropiación de los trabajos de programación, gestión, oficina, administración y educación por maquinaria lo bastante inteligente como para diseñar y crear nueva maquinaria aún más avanzada. La electronización hará a la clase media lo que la mecanización hizo a la clase obrera, y lo hará mucho más rápidamente.
El resultado será un desempleo del orden del 50 al 70 por 100 a mediados de siglo, que afectará a quienes esperaban, gracias a una costosa educación y a una severa disciplina en el trabajo (a cambio de salarios estancados o decrecientes), escapar de la amenaza de despido, que ha golpeado a la clase obrera. Los beneficios, entretanto, irán a los bolsillos de «una pequeña clase capitalista de propietarios de robots», que se harán inmensamente ricos.
El inconveniente para ellos es, no obstante, que cada vez más verán que no pueden vender sus productos, porque muy pocas personas tienen ingresos suficientes para comprarlos o incurren en deuda excesiva para adquirirlos y, a la larga o a la corta, no pueden cubrirla, como se vio claramente después de la Gran Recesión de 2008.
El análisis de Streeck es más original cuando trata de explicar por qué el desplazamiento por la tecnología está a punto de provocar el final del capitalismo, cuando no lo hizo en el pasado. Siguiendo los pasos de Marx, enumera cinco «vías de escape», que hasta ahora han salvado al capitalismo de la autodestrucción y, luego, procede a mostrar por qué ya no lo salvarán. Estas son el crecimiento de nuevos empleos y sectores enteros, que compensan las pérdidas de empleo debidas al progreso tecnológico (el empleo en la inteligencia artificial será minúsculo, especialmente una vez que los robots comiencen a diseñar y construir otros robots); la expansión de los mercados (que en esta ocasión serán principalmente mercados laborales en ocupaciones de clase media, globalmente unificados por las tecnologías de la información, que posibilitan la competencia a escala global entre solicitantes de empleo educados); el auge de las finanzas, como fuente de ingresos («especulación») y como sector económico (que no puede, sin embargo, compensar la pérdida de empleo ocasionada por las nuevas tecnologías ni de ingresos causada por el desempleo, también porque la informatización hará innecesarios a los trabajadores en gran parte del sector financiero y de medios de comunicación, !la acelerada digitalización!); la sustitución del empleo en el sector privado por empleo en el sector público (improbable debido a la crisis fiscal del Estado); y el uso de la educación como amortiguador para mantener a la mano de obra fuera del empleo, convirtiéndola en una especie de «keynesianismo oculto» aunque se traduzca en una «inflación de títulos y cualificaciones» (lo que parece ser el camino más probable, aunque en última instancia resultará tan inútil como los demás, al dar lugar a la desmoralización en las instituciones educativas y a problemas de financiación, tanto pública como privada, !las mentadas Reformas Educativas!).
La decadencia del capitalismo contemporáneo hace que éste vaya debilitándose por sí solo, colapsando por sus contradicciones internas. Lo que vendrá después del capitalismo y su crisis final, ya no será el socialismo o algún otro orden social definido, sino un interregno inestable; no un nuevo sistema mundial en ¨equilibrio¨ à la Wallerstein, sino un periodo prolongado de entropía social o desorden (y, precisamente por ese motivo, un periodo de incertidumbre e indeterminación).
El problema es más que algo meramente económico y consiste en saber si y cómo nuestra pseudosociedad se está convirtiendo en algo que sería todavía algo menos que una sociedad, una sociedad postsocial o un sucedáneo de sociedad, por decirlo así, hasta que pueda o no recuperarse y volver a ser una sociedad en el pleno sentido del término, con o sin el capitalismo como lo conocemos. Crear una nueva sociedad.
El capitalismo contemporáneo parece ser, pues, una sociedad en decadencia, cuya integración sistémica se ve debilitada crítica e irremediablemente por la misma prolongación de la acumulación de capital que se concentra exclusivamente en unos pocos, cada vez más pocos, individuos o consorcios.
¿En el futuro nos espera un mundo del interregno poscapitalista, infragobernado e infragestionado después de que el capitalismo neoliberal haya arrasado Estados, gobiernos, fronteras, sindicatos y otras formas de relación que se han creado a través de los siglos, dejando de herencia una inestable y cuasi criminal pseudosociedad?
Es un problema vital que es imperativo considerar porque una sociedad así de inestable sería una sociedad desinstitucionalizada o infrainstitucionalizada, en la que las expectativas sólo se pueden estabilizar durante un corto tiempo mediante la improvisación local de los poderes en ruinosa competencia constante y que, por esta razón, resultaría esencialmente ingobernable y significaría, a la larga, no sólo la inversa del anunciado bienaventurado Fin de la Historia que pregonaba Fukuyama, sino el indeseable Final de la Humanidad.
(Agosto-2019)