En México hoy celebramos el Día de los Abuelos ¿Será ésta una celebración común en todos los países del mundo? Aunque, a decir verdad, es una celebración que ha cobrado fuerza recientemente.
Quienes la celebramos, la consideramos un buen pretexto para apapachar a quienes en muchas familias representan una especie de segunda paternidad, si consideramos el tiempo que –por diversas circunstancias– los nietos pasan con ellos.
Los abuelos tienen la ventaja de no ser responsables del todo de la educación de los nietos, así que pueden darse el lujo de consentir desmesuradamente, de colmar de caprichos, de ser –en muchas ocasiones– una especie de cofrades.
Yo conocí únicamente a mis abuelos maternos, aunque también soy cercana a la vida de los paternos; porque en casa, mi familia, siempre hablan de ellos.
Cuando se hace referencia a mi abuela Carmen, entiendo que era una mujer muy guapa, alta, de tez blanca, ojos verdes, que se enamoró de Liborio, no por ser bien parecido –que, la verdad, no lo era– sino como diría Bourdieu: por esa disposición adquirida para diferenciar y apreciar lo bueno.
Liborio se distinguía “socialmente” de la familia de Carmen, y de muchas de las familias de su entorno, fue quizá por ello que –en plena Guerra Cristera– El Padre Gregorio optó por hospedarlo en casa de la familia de mi abuela. Así fue como se conocieron, se enamoraron, y así fue como su destino se definió y, con ello, el destino de todos quienes les precedimos.
De Ismael sí que tengo muchos recuerdos: él era un hombre alto, delgado, de tez blanca, siempre con sombrero. Nunca lo vi enfadado, amaba la vida como ningún otro y en esa misma medida intentaba ser feliz. Cuando veía alguien que se enojaba constantemente, o se hacia el sufrido, era común escucharlo decir: –¡Ah qué vida tan pendeja lleva!
De Zenaida tengo presente su joroba y sus dos trenzas amarradas con un cordón azul marino. Era bajita, morena, de orejas chiquitas, muy estricta y enojona; aunque, por una extraña razón, conmigo era extremadamente cariñosa, lo cual no era común para ella, más aún tratándose de mujeres.
De Ismael y Zenaida aprendí mucho: sí sé amar la vida es gracias a ellos, si cada día busco un motivo para ser feliz, es gracias a ellos; si aprendí a disfrutar de una tarde de lluvia, de la luz rojiza de un amanecer, o de las brillantes noches de Luna es porque ellos me enseñaron a ser feliz conmigo misma y a identificar las cosas más importantes de la vida, que son justamente las más sencillas.
* Apapachar es una de las palabras que mejor definen a los abuelos, a los míos y a muchos otros, para mí es la palabra más hermosa del Español. Lo que quizá pocos saben es que se trata de una voz de origen náhuatl que la RAE define como “palmadita cariñosa o abrazo”, aunque yo siempre la he asociado a “abrazar o acariciar con el alma”, tal como los abuelos nos abrazan.